Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste. Salmo 17.
Textos comentados en la 3era Charla de Cuaresma 2020
Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste. Salmo 17
SALMO 17:
Yo te amo Señor, Tú eres mi fortaleza, Señor, mi ROCA, mi alcázar, mi libertador, Dios mío, peña mía, refugio mío, mi fuerza salvadora, mi baluarte…
La roca es el símbolo de la inmutabilidad de Dios, se utiliza mucho en el AT como en el NT, tanto para hablar de Dios, de su Mesías y de aquel a quien Él delega su poder: Pedro.
2 Samuel 23,3; Deuteronomio 32,4.18, Salmo 117,22, Salmo 140,6; Mateo 16,17, Marcos 12,10, Juan 1,42; 1 Corintios 3,10, 1 Corintios 10,4. (Bible chrétienne)
Yo te amo Señor …. Me libró porque me amaba.
¿La alegría de dónde viene? ¿Cómo se explica? Seguramente hay muchos factores que intervienen a la vez. Pero, según mi parecer, lo decisivo es la certeza que proviene de la fe: yo soy amado. Tengo un cometido en la historia. Soy aceptado, soy querido. El hombre puede aceptarse a sí mismo sólo si es aceptado por algún otro. Tiene necesidad de que haya otro que le diga, y no sólo de palabra: «Es bueno que tú existas». Sólo a partir de un «tú», el «yo» puede encontrarse a sí mismo. Quien no es amado ni siquiera puede amarse a sí mismo. Este ser acogido proviene sobre todo de otra persona. Pero toda acogida humana es frágil. A fin de cuentas, tenemos necesidad de una acogida incondicionada. Sólo si Dios me acoge, y estoy seguro de ello, sabré definitivamente: «Es bueno que yo exista». Es bueno ser una persona humana. Allí donde falta la percepción del hombre de ser acogido por parte de Dios, de ser amado por él, la pregunta sobre si es verdaderamente bueno existir como persona humana, ya no encuentra respuesta alguna. La duda acerca de la existencia humana se hace cada vez más insuperable. Cuando llega a ser dominante la duda sobre Dios, surge inevitablemente la duda sobre el mismo ser hombres. Hoy vemos cómo esta duda se difunde. Lo vemos en la falta de alegría, en la tristeza interior que se puede leer en tantos rostros humanos. Sólo la fe me da la certeza: «Es bueno que yo exista». Es bueno existir como persona humana, incluso en tiempos difíciles. La fe alegra desde dentro. Benedicto XVI
Invoco al Señor de mi alabanza y quedo libre de mis enemigos.
El sumo bien es la oración y el coloquio con Dios, ya que es alianza y comunión con Dios; y del mismo modo que nuestros ojos corporales son iluminados al ver la luz, así también nuestro espíritu, al fijar su atención en Dios, es iluminado por su luz inefable. Me refiero a aquella oración que no se hace por rutina, sino de corazón; que no queda circunscrita a unos determinados momentos, sino que se prolonga sin cesar día y noche.
Conviene, en efecto, que la atención de nuestra mente no se limite a concentrarse en Dios sólo cuando nos entregamos expresamente a la oración, sino que también cuando está ocupada en otros menesteres. La oración es luz del alma, verdadero conocimiento de Dios, mediadora entre Dios y los hombres, medicina de las pasiones, remedio para los dolores de las enfermedades, alivio del alma, guía en el camino celestial, que no se dirige a la tierra, sino hacia la cima de los cielos. Se eleva por encima de las creaturas, atraviesa el aire con el alma y lo sobrepasa, avanzando más allá de los coros danzantes de las estrellas, abre las puertas de los cielos, sube por encima de los ángeles, hasta la inaccesible Trinidad. Allí adora a la divinidad, allí es considerada digna de la unión con el Rey del cielo. San Juan Crisóstomo
Volaba a caballo de un querubín, cerniéndose sobre las alas del viento
Apocalipsis 19,11
Luego vi el cielo abierto y apareció un caballo blanco. Su Jinete se llama «Fiel» y «Veraz»; él juzga y combate con justicia. Sus ojos son como una llama ardiente y su cabeza está cubierta de numerosas diademas. Lleva escrito un nombre que solamente él conoce y está vestido con un manto teñido de sangre. Su nombre es: «La Palabra de Dios». Lo siguen los ejércitos celestiales, vestidos con lino fino de blancura inmaculada y montados en caballos blancos.
Señor, tú eres mi lámpara, Dios mío tú alumbras mis tinieblas…
Apocalipsis 21, 1-4.23-25
Luego vi un cielo Nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra desaparecieron y el mar no existe ya. Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo… La ciudad no necesita ni de sol ni de luna que la alumbren, porque la ilumina la Gloria de Dios y su lámpara es el Cordero. Sus puertas no se cerrarán con el día -porque allí no habrá noche-” (). No existirá la noche, ni les hará falta la luz de las lámparas ni la luz del sol porque el Señor Dios los iluminará y ellos reinarán por los siglos de los siglos.
Evangelio según San Juan 1,1 ss
En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada. Lo que se hizo en ella era la vida, y la vida era la luz de los hombres y las luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron.
Dios me ciñe de valor y me enseña un camino perfecto….
“Conversión” significa: renunciar a construir la propia imagen, no esforzarse por hacer de sí mismo un monumento, que acaba siendo con frecuencia un falso Dios. “Convertirse” quiere decir: aceptar los sufrimientos de la verdad. La conversión exige que la verdad, la fe y el amor lleguen a ser más importantes que nuestra vida biológica, que el bienestar, el éxito, el prestigio y la tranquilidad de nuestra existencia y esto no sólo de una manera abstracta, sino en nuestra realidad cotidiana y en las cosas más insignificantes. De hecho el éxito, el prestigio, la tranquilidad y la comodidad son los falsos dioses (los enemigos) que más impiden la verdad y el verdadero progreso en la vida personal y social.
Convertirse no es un esfuerzo para autorrealizarse, porque el ser humano no es el arquitecto de su propio destino eterno. Nosotros no nos hemos hecho a nosotros mismos. Por ello, la autorrealización es una contradicción y, además, para nosotros es demasiado poco. Tenemos un destino más alto. Podríamos decir que la conversión consiste precisamente en no considerarse “creadores” de sí mismos, descubriendo de este modo la verdad, porque no somos autores de nosotros mismos.
La conversión consiste en aceptar libremente y con amor que dependemos totalmente de Dios, nuestro verdadero Creador; que dependemos del amor. En realidad, no se trata de dependencia, sino de libertad. Quien se deja conquistar por él no tiene miedo de perder su vida, porque en la cruz él nos amó y se entregó por nosotros. Y precisamente, perdiendo por amor nuestra vida, la volvemos a encontrar. Benedicto XVI
Es uno de los Salmos más bellos de todo el salterio, por el esplendor de las imágenes y el vigor dramático. Sobre todo es la anticipación profética de todo el proceso de la historia sagrada del mundo, que terminará en la unidad de todas las naciones bajo el poder del Rey mesiánico. De esta historia, el autor principal es Dios.
Jesús es el servidor de Yahvéh, ha cargado con el pecado del mundo. Un solo grito hacia Dios, una sola oración, pero en Él rezamos todos. Este Salmo es la oración de todos nosotros unidos a Cristo, que lucha contra el enemigo y lo vence. Su Pasión y la percusión que sufre de parte de los impíos está acompañada por la certeza de la victoria y de la salvación universal.
La vida del universo es una guerra que tiene las dimensiones del cosmos y que es el verdadero contenido de la historia de los hombres.
Los salmos son los himnos guerreros de Aquel que es el Señor. Al rezar los salmos nosotros nos insertamos voluntariamente en Cristo. Por nuestra oración Él reza y vive en nosotros, y es su presencia en nosotros la garantía de la vida eterna.
En el salmo 17 el Rey mismo canta su victoria sobre los enemigos. Su himno triunfal anticipa el fin de los combates y recapitula toda la vida del hombre, toda la historia del mundo… Divo Barsotti
¡Oh tú!, quienquiera que seas, que te sientes arrastrado por la impetuosa corriente de este siglo, y más bien te parece fluctuar entre borrascas y tempestades que caminar por tierra firme, no apartes los ojos del resplandor de esta estrella, si no quieres verte arrastrado por el torbellino. Si se levantaran los vientos de las tentaciones, si tropezaras en los peñascos de las tribulaciones, mira a la estrella, invoca a María. Si te sintieras agitado por las olas de la soberbia, de la ambición, la detracción o la envidia, mira a la estrella, invoca a María. Si la ira, la avaricia, o la concupiscencia de la carne impeliese violentamente la navecilla de tu alma, mira a María. Si turbado ante la enormidad de tus crímenes, confundido ante la fealdad de tu conciencia, aterrado ante el pensamiento del tremendo juicio, comienzas a sentirte sumido en el abismo de la tristeza o en el precipicio de la desesperación, piensa en María.
En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte nunca su nombre de tu boca, no se aparte jamás de tu corazón. Y para que puedas alcanzar el socorro de su oración, no te olvides del ejemplo de su vida. No te desviarás si la sigues; no desesperarás si le ruegas; no te perderás si en ella piensas. Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; si ella es tu guía, no te fatigarás; llegarás felizmente a puerto si ella te ampara. San Bernardo