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Con fe en el poder De Dios

 

CON FE EN EL PODER DE DIOS

Textos citados

“Te pedimos, Señor, que el pueblo cristiano se prepare a celebrar con Fe vivay sincero fervor las próximas fiestas pascuales”(oración colecta, sábado 3º sem de cuaresma)

“La fe, si no tiene obras, está realmente muerta. Muéstrame, si puedes, tu fe sin obras; yo por medio de las obras te mostraré mi fe”(Sant 2,16-17).

“Les aseguro que si tenéis fe como un grano de mosataz, diréis a este monte: `desplázate de aquí allá’ y se desplazaría, y nada os será imposible” (Mt 17, 20).

Los Padres de la Iglesia, al hablar de la fe, dicen que es una puerta. Una puerta que conduce a la unión íntima con Dios; una puerta que está siempre abierta para el que quiera entrar. Es una puerta que nos abre a la vida eterna, a la vida verdadera.

“La puerta de la fe está siempre abierta. Debemos atravesarla para emprender el camino y recuperar la alegría y el entusiasmo por Jesucristo” (Benedicto XVI)

“La fe es la respuesta del hombre a Dios que se revela y se entrega a él” (Catecismo de la Iglesia).

La fe en los evangelios: la fe del pueblo y el itinerario de la fe en Pedro:

“Jesús bajó a Cafarnaúm y los sábados enseñaba. Y todos quedaban asombrados de su doctrina”(Lc 4,31) En ese todosestaba seguramente Pedro.

“Jesús entró en la sinagoga y expulsó al demonio que estaba dentro de un hombre, con estas palabras: ‘espíritu inmundo, sal de este hombre’. Y el demonio salió sin hacerle ningún daño. Y todos quedaron pasmados y se decían unos a otros: `¡Qué palabra esta! Manda con autoridad y poder a los espíritus inmundos y salen! Y su fama se extendió por todos los lugares de la región”(Lc 4,33 ss). Entre “estos”que quedaron pasmados y asombrados, estaría tal vez Pedro.

Jesús entra en la casa de Simón y cuando llega le piden por su suegra que tenía mucha fiebre y “Jesús conminó a la fiebre, mandó a la fiebre, y la fiebre la dejó” (Lc 4,38). Pedro estaba allí.

El día anterior al encuentro de Jesús con Pedro: “A la puesta del sol, todos cuantos tenían enfermos de diversas dolencias se los llevaban, y poniendo él las manos sobre cada uno de ellos, los curaba. Salían también demonios de muchos gritando, pero él los conminaba y no los dejaba hablar… Al hacerse de día, salió y se fue a un lugar solitario. La gente lo andaba buscando y, llegando donde él, trataban de retenerle para que no lses dejara” (Lc 4,40 ss).

El encuentro personal de Jesús con Pedro. Su primera experiencia de fe:

“Estaba Jesús a la orilla del lago Genesaret y la gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra, y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: ‘Navega mar adentro y echad vuestras redes para pescar’. Simón le respondió: ‘Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada. Pero en tu palabra, echaré las redes”.

Aquí empieza todo, empieza su camino de fe:  “No temas, desde ahora serás pescador de hombres”. Siempre, después de un encuentro personal con el Señor debe haber siempre un “desde ahora”, un desde ahora que será empezar todo de nuevo. Para Pedro ese “desde ahora”significó una vida nueva: “Y dejándolo todo, lo siguió”(5,11).

Otro momento de la vida de Pedro, narrado en san Mateo en 14, 22-33: “Inmediatamente obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de él a la otra orilla, mientras él despdía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra, muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y al acuarta vigilia de la noche vino él hacia ellos, caminado sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: ‘Es un fantasma’ y de miedo se pusieron a gritar. Pero al instante les habló diciendo: “¡Ánimo, que soy yo; no temáis!’ Pedro le respondió: ‘Señor, si eres tú, mándame ir donde ti sobre las aguas! ¡Ven!, le dijo. Bajó Pedro de la barca y se puso a caminar sobre las aguas, yendo hacia Jesús. Pero, viendo la violencia del viento le entró miedo y, como comenzara a hundirse, gritó: ‘¡Señor, sálvame!’. Al punto Jesús, tendiendo la mano, le agarró y le dice: ‘Hombre de poca fe, ¿por qué dudaste?’ Subieron a la barca y aminó el viento. Y los que estaban en la barca se postraron ante él diciendo: Verdaderamente eres Hijo de Dios”.

El Pedro antes de la Pascua:

“Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas que me haga mi hermano? ¿Hasta siete veces? Jesús le dijo: No te digo hasta siete veces, sino hasta 70 veces siete” (Mt 18,21 ss).

Un Pedro, seguro de sí mismo: “Ya lo ves, nosotros hemos dejado nuestras cosas y te hemos seguido…”

Un Pedro apoyado sólo en sus propias fuerzas: “Estoy dispuesto a ir contigo hasta la cárcel y la muerte”, “yo daré mi vida por ti”, “aunque todos te nieguen, yo no te negaré”. “

Antes de Pascua, prevalece el Yo de Pedro: Yo” te he dejado, “yo” te he seguido, “yo” daré mi vida por ti; “aunque ellos te nieguen yo no”, etc.

El Pedro después de Pascua:

En la cruz de Cristo muere el yo de Pedro, sus seguridades humanas, y resucita el amor poderoso de Dios en su corazón. A partir de ese momento, Pedro sabe que todo lo puede en el amor de Aquél que entregó su vida por él, que murió por su pecado.“Cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas adonde querías; pero cuando llegues a viejo, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará adonde tú no quieras. Ahora: sígueme”(21,18).

“Pedro, lleno del Espíritu Santo, les dijo: Jefes del pueblo y ancianos, puesto que con motivo de la obra realizada en un enfermo somos hoy interrogados por quién ha sido éste curado, sabed todos vosotros y todo el pueblo de Israel que ha sido por el nombre de Jesucristo, a quien vosotros crucificasteis y a quien Dios resucitó de entre los muertos”Hech 4,8-10

“Pedro que andaba recorriendo todos los lugares, encontró a un hombre llamado Eneas tendido en una camilla desde hacía ocho años, pues estaba paralítico. Y le dijo: Eneas, Jesucristo te cura, levántate y camina”9,32-34.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien, por su gran misericordia, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos, nos ha reengendrado a una esperanza viva… Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el fuego, se conviera en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la revelación de Jesucristo. A quien amáis sin haber visto, en quién creéis aunque de momento no lo veáis, rebosando de alegría inefable y gloriosa”(1Pe 1,3-8).

Y al final de su carta escribe: “Tened entre vosotros intenso amor, pues el amor cubre multitud de pecados” (1Pe 4,8). ¿De dónde sacó esto sino de la experiencia de su propia vida?

Rezar con fe en el poder de Dios es creer que Dios tiene el poder de cambiarnos, de hacer morir en nosotros el pecado y resucitarnos a una vida nueva. La vida de los santos, al igual que la de Pedro, nos muestran esto. Vemos por ejemplo a San Agustín que escribe en el libro de su vida:

Por mucho que me ensalcéis, no os olvidéis que fui un joven perdido y dominado por las malas pasiones, que fui un orgulloso y un ambicioso y que fui, sobre todo, una peste y un perro rabioso que no cesó durante nueve años de ladrar contra la Iglesia de Dios, y perseguir con mis sofisterías a sus pequeñuelos, sus hijos indoctos. Si hoy soy otra cosa, lo soy exclusivamente por la gracia divina, por la misericordia de Dios. Alabad y ensalzad, pues, conmigo  al Señor, que se dignó tener compasión de mi miseria … Vedme tal cual soy; fijaos bien en este mi retrato, trazado por mi propia mano. Miradme bien una y otra vez y no me alabéis ni tengáis en más de lo que soy. Por mi mismo descendí hasta el fondo del abismo, hasta lo más abyecto y ridículo del error y del pecado; por la gracia de Dios soy lo que soy. Si algo bueno halláis en mí, no me lo atribuyáis a mí, sino a Dios, que me lo ha dado.

Es imposible vivir sin creer; hasta en la vida diaria creemos muchas cosas que no vemos. San Agustín lo explica así:

Algunos piensan que la religión cristiana es más digna de burla que de adhesión, porque nos manda creer lo que no vemos. Les demostramos, sin embargo, que es preciso creer muchas cosas sin verlas.

Los hombres creen y conocen muchas cosas que no se pueden percibir con los sentidos. …

Es preciso creer algunas cosas temporales que no vemos para que seamos dignos de ver las eternas que creemos. Y tú, que no quieres creer más que lo que ves, escucha un momento: ves los objetos presentes con los ojos del cuerpo; ves tus pensamientos y afectos con los ojos del alma. Ahora dime, por  favor, ¿cómo ves el afecto de tu amigo? Porque el afecto no puede verse con los ojos corporales. ¿Ves con los ojos del alma lo que pasa en el alma de otro? Y, si no lo ves, ¿cómo corresponderás a los sentimientos amistosos, cuando no crees lo que no puedes ver? Debemos creer porque no podemos ver.

Habría una confusión espantosa si en la sociedad humana desapareciera la fe. Siendo invisible el amor, ¿cómo se amarán mutuamente los hombres, si nadie cree lo que no ve? Desaparecerá la amistad, porque se funda en el amor recíproco. ¿Qué testimonio de amor recibirá un hombre de otro si no cree que se lo puede dar?  Destruida la amistad, no podrán conservarse en el alma los lazos del matrimonio, del parentesco y de la afinidad, porque también en éstos hay relación de amistad. Y así, ni el esposo amará a la esposa, ni ésta al esposo, si no creen en el amor recíproco porque no se puede ver.

Si no creemos lo que no vemos, si no admitimos la buena voluntad de los otros porque no puede llegar hasta ella nuestra mirada, de tal manera de perturban las relaciones entre los hombres, que es imposible la vida social.

 

 

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