20 de diciembre: Oh Clavis David
Oh llave de David y Cetro de la Casa de Israel, que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: Ven y saca de la cárcel al cautivo, sentado en tinieblas y sombra de muerte.
En tiempos del profeta Isaías, el rey de Damasco, Resín, y el rey de Israel, Pécaj, quisieron arrastrar al rey de Judá, Ajaz, a una coalición contra Teglat-falasar III, rey de Asiria. Ante su negativa, la alianza anti-asiria lo atacó y Ajaz asustado, recurrió al rey de Asiria, en busca de ayuda. Isaías se opone a la petición de ayuda al imperio asirio y lo exhorta a poner su confianza sólo en el Señor. En este contexto le anuncia el nacimiento misterioso del Emmanuel, un descendiente de David que instaurará un reino según la voluntad de Dios (Isaías 7). Y lo describe así: “Un niño nos ha nacido, un hijo nos ha sido dado, el señorío reposará sobre sus hombros y se llamará “Admirable consejero”, “Dios poderoso”, “Siempre Padre”, “Príncipe de la Paz” (Is 9,5). Y así describe el rito de entronización de este rey futuro: “Pondré sobre su hombro la llave de la casa de David: abrirá y nadie cerrará, cerrará y nadie abrirá”. (Is 22,22).
En el libro de Apocalipsis se dice que quien tiene esta llave es Jesús: “Esto dice el Santo, el Veraz, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie puede cerrar, cierra y nadie puede abrir” (Ap 3,7). Jesús tiene las llaves del reino de los cielos, un reino al que están llamados todos los hombres de todas las naciones. La condición para entrar en el reino es la de un corazón humilde, que acoge a Cristo, que se deja iluminar por Él, que le abre las puertas de su corazón. “No tengan miedo: ¡Abran de par en par las puertas a Cristo! Abran su corazón, su vida, sus dudas, sus dificultades, sus alegrías y sus afectos a su fuerza salvífica y dejen que Él entre en su corazón. ¡No tengan miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre: ¡Sólo Él lo sabe!” (san Juan Pablo II).
El Señor tiene las llaves de la historia pero quiso hacer partícipes de su autoridad a los apóstoles y a sus ministros: “lo que ustedes aten en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desaten en el tierra, quedará desatado en el cielo” (Mt 16,19).
En esta antífona le pedimos al Señor la luz que libra de las tinieblas de la sombra de la muerte, la luz que libra del pecado que nos tiene cautivos, para poder entrar en el Reino. El camino del cielo está trazado y permanece abierto, porque Jesús lo ha recorrido y ha abierto sus puertas. Él nos espera.