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El canto de María y de los ángeles

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Tu voz (tu Palabra) será música en mis oídos.

Newman.

No habrá canto más suave al oírlo, ni que grato resulte al escucharlo, como tú, oh Jesús, el Hijo Amado.

San Bernardo

Cantar es propio del que ama.

San Agustín.

Es el sonido de una multitud como el rumor de los campos de Dios; voz única de todas las alabanzas: Nos ha nacido un Niño, un Hijo se nos ha dado. Es la voz de la Iglesia haciendo resonar a alabanza sobre todo el orbe de la tierra.

Guerrico de Igny.

Sí, la debilidad de este pequeño Niño triunfa sobre el príncipe de este mundo. Parece ignorante, pero es este Niño, el que enseña la ciencia a los hombres y a los ángeles, Él el que en realidad es el Dios de las ciencias, la Sabiduría y el Verbo de Dios.

Guerrico de Igny

Yo soy la puerta dice este pequeño Niño, si la alta talla de los hombres no se inclina esta humilde puerta no los dejara entrar.

San Bernardo

En el Magníficat, cántico verdaderamente teológico porque revela la experiencia del rostro de Dios hecha por María, Dios no sólo es el Poderoso, pare el que nada es imposible, como había declarado Gabriel (cf. Lc 1, 37), sino también el Misericordioso, capaz de ternura y fidelidad para con todo ser humano.

Entonces, el primer movimiento del cántico mariano (cf. Lc 1, 46-50) es una especie de voz solista que se eleva hacia el cielo para llegar hasta el Señor. Escuchamos precisamente la voz de la Virgen que habla así de su Salvador, que ha hecho obras grandes en su alma y en su cuerpo. En efecto, conviene notar que el cántico está compuesto en primera persona:  “Mi alma… Mi espíritu… Mi Salvador… Me felicitarán… Ha hecho obras grandes por mí…”. Así pues, el alma de la oración es la celebración de la gracia divina, que ha irrumpido en el corazón y en la existencia de María, convirtiéndola en la Madre del Señor.
Pero este testimonio personal no es solitario e intimista, puramente individualista, porque la Virgen Madre es consciente de que tiene una misión que desempeñar en favor de la humanidad y de que su historia personal se inserta en la historia de la salvación. Viene una índole más coral, como si a la voz de María se uniera la de la comunidad de los fieles que celebran las sorprendentes elecciones de Dios. En el original griego, el evangelio de san Lucas tiene siete verbos en aoristo, que indican otras tantas acciones que el Señor realiza de modo permanente en la historia:  “Hace proezas…; dispersa a los soberbios…; derriba del trono a los poderosos…; enaltece a los humildes…; a los hambrientos los colma de bienes…; a los ricos los despide vacíos…; auxilia a Israel”.

Benedicto XVI, 15 de febrero 2006

 

“Cada uno debe tener el alma de María para proclamar la grandeza del Señor, cada uno debe tener el espíritu de María para alegrarse en Dios. Aunque, según la carne, sólo hay una madre de Cristo, según la fe todas las almas engendran a Cristo, pues cada una acoge en sí al Verbo de Dios… El alma de María proclama la grandeza del Señor, y su espíritu se alegra en Dios, porque, consagrada con el alma y el espíritu al Padre y al Hijo, adora con devoto afecto a un solo Dios, del que todo proviene, y a un solo Señor, en virtud del cual existen todas las cosas”.

San Ambrosio.

El cántico de los ángeles de Navidad es un canto que une cielo y tierra, elevando al cielo la alabanza y la gloria y saludando a la tierra de los hombres con el deseo de la paz.

Francisco, Navidad 2013.

Los ángeles anuncian a los pastores que el nacimiento de Jesús “es” gloria para Dios en las alturas y “es” paz en la tierra para los hombres que él ama. Otra vez encontramos el doble movimiento. El término “gloria” (doxa) indica el esplendor de Dios que suscita la alabanza, llena de gratitud, de las criaturas. San Pablo diría:  es “el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo” (2 Co 4, 6). “Paz” (eirene) sintetiza la plenitud de los dones mesiánicos, es decir, la salvación que, como explica también el Apóstol, se identifica con Cristo mismo:  “Él es nuestra paz” (Ef 2, 14).

Por último, se hace una referencia a los hombres “de buena voluntad”. “Buena voluntad” (eudokia), en el lenguaje común, hace pensar en la “buena voluntad” de los hombres, pero aquí se indica, más bien, el “buen querer” de Dios a los hombres, que no tiene límites. Y ese es precisamente el mensaje de la Navidad: con el nacimiento de Jesús Dios manifestó su amor a todos. El anuncio de los ángeles resuena para nosotros como una invitación:  “sea” gloria a Dios en las alturas, “sea” paz en la tierra a los hombres que él ama. El único modo de glorificar a Dios y de construir la paz en el mundo consiste en la humilde y confiada acogida del regalo de Navidad: el amor. Entonces, el canto de los ángeles puede convertirse en una oración que podemos repetir con frecuencia, no sólo en este tiempo navideño. Un himno de alabanza a Dios en las alturas y una ferviente invocación de paz en la tierra, que se traduzca en un compromiso concreto de construirla con nuestra vida.

Benedicto XVI, 27 de diciembre 2006.

 

 

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