Bautismo del Señor. Ciclo C
¿Por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado,
fue a que Juan le bautizara?
Ese gesto —que marca el inicio de la vida pública de Cristo—
se sitúa en la misma línea de la Encarnación.
El sentido de este movimiento de abajamiento divino
se resume en una única palabra:
AMOR, que es el nombre mismo de Dios.
Benedicto XVI
Con este domingo después de la Epifanía concluye el Tiempo litúrgico de Navidad: tiempo de luz, la luz de Cristo que, como nuevo sol aparecido en el horizonte de la humanidad, dispersa las tinieblas del mal y de la ignorancia. Celebramos hoy la fiesta del Bautismo de Jesús: aquel Niño, hijo de la Virgen, a quien hemos contemplado en el misterio de su nacimiento, le vemos hoy adulto entrar en las aguas del río Jordán y santificar así todas las aguas y el cosmos entero —como evidencia la tradición oriental. Pero ¿por qué Jesús, en quien no había sombra de pecado, fue a que Juan le bautizara? ¿Por qué quiso realizar ese gesto de penitencia y conversión junto a tantas personas que querían de esta forma prepararse a la venida del Mesías? Ese gesto —que marca el inicio de la vida pública de Cristo— se sitúa en la misma línea de la Encarnación, del descendimiento de Dios desde el más alto de los cielos hasta el abismo de los infiernos. El sentido de este movimiento de abajamiento divino se resume en una única palabra: amor, que es el nombre mismo de Dios. Escribe el apóstol Juan: «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Unigénito, para que vivamos por medio de Él», y le envió «como víctima de propiciación por nuestros pecados» (1 Jn 4, 9-10). He aquí por qué el primer acto público de Jesús fue recibir el bautismo de Juan, quien, al verle llegar, dijo: «Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (Jn 1, 29).
Benedicto XVI – 13 de enero de 2013
Oración Colecta: Dios todopoderoso y eterno, que proclamaste a Cristo como Hijo tuyo muy amado, cuando era bautizado en el Jordán, y el Espíritu Santo descendía sobre él; concede a tus hijos, renacidos del agua y del Espíritu, perseverar siempre en el cumplimiento de tu voluntad. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.
Del libro de Isaías 42, 1-4.6-7
Así habla el Señor: Este es mi Servidor, a quien Yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones. Él no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni apagará la mecha que arde débilmente. Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley. Yo, el Señor, te llamé en la justicia, te sostuve de la mano, te formé y te destiné a ser la alianza del pueblo, la luz de las naciones, para abrir los ojos de los ciegos, para hacer salir de la prisión a los cautivos y de la cárcel a los que habitan en las tinieblas.
Salmo responsorial: Sal 28, 1a.2-3ac.4.3b.9b-10
R/ El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la gloria del nombre del Señor, postraos ante el Señor en el atrio sagrado. R/
La voz del Señor sobre las aguas, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica. R/
El Dios de la gloria ha tronado, el Señor descorteza las selvas. En su templo un grito unánime: ¡Gloria! El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como rey eterno. R/
De los Hechos de los Apóstoles 10, 34-38
Pedro, tomando la palabra, dijo: Verdaderamente, comprendo que Dios no hace acepción de personas, y que en cualquier nación, todo el que lo teme y practica la justicia es agradable a Él. Él envió su Palabra al pueblo de Israel, anunciándoles la Buena Noticia de la paz por medio de Jesucristo, que es el Señor de todos. Ustedes ya saben qué ha ocurrido en toda Judea, comenzando por Galilea, después del bautismo que predicaba Juan: cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo, llenándolo de poder. Él pasó haciendo el bien y sanando a todos los que habían caído en poder del demonio, porque Dios estaba con Él.
Evangelio de san Lucas 3, 15-16.21-22
Como el pueblo estaba a la expectativa y todos se preguntaban si Juan Bautista no sería el Mesías, él tomó la palabra y les dijo: “Yo los bautizo con agua, pero viene uno que es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de desatar la correa de sus sandalias; Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”. Todo el pueblo se hacía bautizar, y también fue bautizado Jesús. Y mientras estaba orando, se abrió el cielo y el Espíritu Santo descendió sobre Él en forma corporal, como una paloma. Se oyó entonces una voz del cielo: “Tú eres mi Hijo muy querido, en quien tengo puesta toda mi predilección”.
Yo soy el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Como si dijera: “Yo soy hombre, tú eres Dios; yo pecador, porque hombre; tú sin pecado, porque Dios. ¿Por qué quieres ser bautizado por mí? No rehúso obedecer, pero ignoro el misterio. Yo bautizo a los pecadores que hacen penitencia. Tú, ¿por qué quieres ser bautizado si no tienes parte en el pecado? Más aún: ¿por qué quieres ser bautizado como pecador, tú que has venido a perdonar los pecados?” Esto es, pues, lo que dice Juan al Señor: Yo soy el que necesita ser bautizado por ti, ¿y tú vienes a mí? Ciertamente el Señor pone a prueba la sumisión fiel de la obediencia de su siervo, pero manifiesta el misterio de su plan de salvación al decir: Deja ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia, mostrando que esta era la verdadera justicia: que él, el Señor y maestro, cumpliera en sí mismo todo el sacramento de nuestra salvación. Y como habría de dar un nuevo bautismo para la salvación del género humano y la remisión del pecado, él mismo se dignó ser bautizado primero, no para purificar sus pecados él, el único que no había cometido pecado, sino para santificar las aguas del bautismo de modo que ellas lavaran los pecados de los creyentes. Pues las aguas del bautismo nunca habrían podido purificar los pecados de los creyentes si no hubiesen sido santificadas al ser tocadas por el cuerpo del Señor.
SAN CROMACIO
Baptisterio de los Ortodoxos. Rávena (Italia), siglo V. San Juan Bautista con un Jesús barbado, junto a la representación personificada del río Jordán. La escena está rodeada por los apóstoles en procesión, se dan la cara san Pedro y san Pablo.
… Tú quisiste expresar, con signos admirables en el río jordán, el misterio del nuevo bautismo, para que, por tu voz celestial, se manifestase que tu Palabra habitaba entre los hombres, y, por el Espíritu, que bajó en forma de paloma, se reconociera que Cristo, tu servidor, había sido ungido con el óleo de la alegría y enviado a evangelizar a los pobres.
Prefacio del Bautismo del Señor