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Audiencia General sobre las vacaciones 2

Aspecto espiritual de las vacaciones

Por Pablo VI

 

Las vacaciones no son solamente una hermosísima pausa, que interrumpe, con un gozo físico y exterior, la monotonía profesional de su propio trabajo, sino también, y sobre todo, un encuentro del hombre consigo mismo, con su profesión, con el valor de la propia existencia.

Sobre este segundo aspecto del período de descanso y restablecimiento de fuerzas propios de las vacaciones —el aspecto personal, interior, espiritual—, queremos deciros unas palabras. No para amargaros esas vacaciones, sino para abrir sus ventanas a la brisa del espíritu.

Por ejemplo y en primer lugar: ¿No es quizá este bendito tiempo, en que nos despreocupamos de las mil cosas que agobian ordinariamente nuestro ánimo, el momento más propicio para una reflexión fundamental sobre el empleo de la propia vida? ¿Se desarrolla esa vida sobre la línea de aquel imperativo que califica su inteligencia, su mérito, su esperanza, es decir, sobre la línea del deber, de la ley de Dios, del amor primero y total, que nos asegura aquí el acierto y, más allá del tiempo, la salvación? Quien resuelve este íntimo y angustioso problema, ya ha aprovechado bien sus vacaciones.

Segundo punto. En el programa de las vacaciones, ¿no se podía incluir un breve período (dos o tres días) de recogimiento espiritual, de reflexión, de retiro; una excursión o peregrinación a algún santuario, la asistencia a reuniones de oración e incluso de penitencia, que ayuden al resurgimiento del espíritu? ¡Cuántos recuerdos elevados, cuántas promesas generosas —inertes, olvidadas, deshechas— no lleva cada uno consigo! ¿Y no podrían renacer y florecer esos instantes, profundamente personales, para la vida de mañana, transformando en ella la prosaica vulgaridad de los días en aliento poético de energía y bondad alegremente vividas?

 

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