Pascua4Giotto






12. La misericordia como expresión de amor

Tanto amó Dios al mundo

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Textos citados y comentados

 

SAGRADA ESCRITURA:

 

Juan 3, 1-21: Había entre los fariseos un hombre llamado Nicodemo, que era uno de los notables entre los judíos. Fue de noche a ver a Jesús y le dijo: “Maestro, sabemos que tú has venido de parte de Dios para enseñar, porque nadie puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él”. Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no renace de lo alto no puede ver el Reino de Dios”. Nicodemo le preguntó: “¿Cómo un hombre puede nacer cuando ya es viejo? ¿Acaso puede entrar por segunda vez en el seno de su madre y volver a nacer?” Jesús le respondió: “Te aseguro que el que no nace del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios. Lo que nace de la carne es carne, lo que nace de Espíritu es espíritu. No te extrañes de que te haya dicho: ‘Ustedes tienen que renacer de lo alto’. El viento sopla donde quiere: tú oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Lo mismo sucede con todo el que ha nacido del Espíritu”. “¿Cómo es posible todo esto?”, le volvió a preguntar Nicodemo. Jesús le respondió: “¿Tú, que eres maestro en Israel, no sabes estas cosas? Te aseguro que nosotros hablamos de lo que hablamos de lo que sabemos y damos testimonio de lo que hemos visto, pero ustedes no aceptan nuestro testimonio. Si no creen cuando les hablo de las cosas de la tierra, ¿cómo creerán cuando les hable de las cosas del cielo? Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo. De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna. Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios”.

 

Romanos 8,31-39: ¿Qué diremos después de todo esto? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no escatimó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿no nos concederá con él toda clase de favores? ¿Quién podrá acusar a los elegidos de Dios? Dios es el que justifica. ¿Quién se atreverá a condenarlos? ¿Será acaso Jesucristo, el que murió, más aún, el que resucitó, y está a la derecha de Dios e intercede por nosotros? ¿Quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo? ¿Las tribulaciones, las angustias, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada? Como dice la Escritura: Por tu causa somos entregados continuamente a la muerte; se nos considera como a ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto obtenemos una amplia victoria, gracias a aquel que nos amó. Porque tengo la certeza de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni lo presente ni lo futuro, ni los poderes espirituales, ni lo alto ni lo profundo, ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.

 

PAPAS Y MAGISTERIO DE LA IGLESIA:

 

Juan Pablo II:

El bautismo es el más bello de los dones de Dios, nos invita a convertirnos en discípulos del Señor. Nos hace entrar en la intimidad con Dios, en la vida trinitaria, desde hoy y hasta en la eternidad. Es una gracia que se da al pecador, que nos purifica del pecado y nos abre un futuro nuevo. Es un baño que lava y regenera. Es una unción, que nos conforma con Cristo, Sacerdote, Profeta y Rey. Es una iluminación, que esclarece y da pleno significado a nuestro camino. Es un vestido de fortaleza y de perfección. Revestidos de blanco el día de nuestro bautismo, como lo seremos en el último día, estamos llamados a conservar cada día su esplendor y a recuperarlo por medio del perdón, la oración y la vida cristiana. El Bautismo es el signo de que Dios se ha unido con nosotros en nuestro caminar, que embellece nuestra existencia y transforma nuestra historia en una historia santa.

¿Qué hemos hecho y qué hacemos para conocer mejor a Dios? Este Dios que nos ha revelado Cristo. ¿Quién es Él para nosotros? ¿Qué lugar ocupa en nuestra conciencia, en nuestra vida?

¿No ha venido a ser Dios para nosotros ya sólo algo marginal? ¿No está cubierto su nombre en nuestra alma con un montón de otras palabras? ¿No ha sido pisoteado como aquella semilla caída «junto al camino» (Mc 4, 4)? ¿No hemos renunciado interiormente a la redención mediante la cruz de Cristo, poniendo en su lugar otros programas puramente temporales, parciales, superficiales?

 

Benedicto XVI:

A Nicodemo que, buscando la verdad, va de noche con sus preguntas, Jesús le dice:  “El Espíritu sopla donde quiere” (Jn 3, 8). Pero la voluntad del Espíritu no es arbitraria. Es la voluntad de la verdad y del bien. Por eso no sopla por cualquier parte, girando una vez por acá y otra vez por allá; su soplo no nos dispersa, sino que nos reúne, porque la verdad une y el amor une.

“Porque tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna” (Jn 3, 16). Todos necesitamos acudir a la fuente inagotable del amor divino, que se nos manifiesta totalmente  en  el misterio de la cruz, para encontrar la auténtica paz con Dios, con nosotros mismos y con el prójimo. Sólo de esta fuente espiritual es posible sacar la energía interior indispensable para  vencer  el mal y el pecado en la lucha sin tregua que marca nuestra peregrinación terrena hacia la patria celestial.

“Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él” (1 Jn 4, 16). Estas palabras de la Primera carta de Juan expresan con claridad meridiana el corazón de la fe cristiana: la imagen cristiana de Dios y también la consiguiente imagen del hombre y de su camino. Además, en este mismo versículo, Juan nos ofrece, por así decir, una formulación sintética de la existencia cristiana: “Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él”.

Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva. En su Evangelio, Juan había expresado este acontecimiento con las siguientes palabras: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que todos los que creen en él tengan vida eterna” (cf. 3, 16). La fe cristiana, pone el amor en el centro. (Deus Caritas est)

 

Catecismo: Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad transcendente del que es personalmente el Soplo de Dios, el Espíritu divino (Jn 3, 5-8).

 

PADRES DE LA IGLESIA:

 

San Agustín: Ama y haz lo que quieras.

 

San Juan Crisóstomo: “El Espíritu sopla donde quiere”. Eso quiere decir que nada lo puede detener. Entonces, ¿cómo pretendes tú explorar con curiosidad el modo de obrar del Espíritu Santo, tú que no puede explicar la fuerza del viento, aunque escuchas su voz?

 

San Ireneo: Si Jesús es el fin de la Ley, ¿cómo no será su principio? Aquel que conduce al Fin es el mismo que ha inaugurado el Principio. Es el mismo que dijo a Moisés: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he bajado a librarlo”. Desde el principio el Verbo de Dios se acostumbró a subir y bajar por la salvación de aquellos que estaban en la desgracia.

 

OTROS AUTORES:

 

Maurice Zundel :

Un padre cuando es bueno sabe que no tiene derecho sobre la conciencia de su hijo, que no puede recurrir a su dependencia para obligarlo a pensar como él y a querer lo que él quiere. Sabe que para formar la conciencia de su hijo, debe ser el primero en respetarla. El amor jamás obliga, se destruiría a sí mismo. El amor es esencialmente una comunicación totalmente libre y que llama y suscita la libertad. El hombre brota del fondo de la libertad y del amor de Dios. El hombre responde deviniendo una libre respuesta de amor. El lazo jamás será roto de parte de Dios. Nosotros podemos romperlo de nuestro lado, y encerrarnos en la prisión de nosotros mismos y oscurecer esta luz divina e interceptarla con nuestro rechazo de amar.

 

Dom Guillerand :

Para poder conocer el Espíritu de Dios, hay que tenerlo. No se lo tiene porque Él hable y nosotros escuchemos su voz. Su voz es escuchada por todos, pero sólo reconocida por aquellos que están animados por Él. Se lo reconoce cuando habla y responde. Es el movimiento mutuo, el don recíproco, el amor que se revela dándose a aquel que ama, entregándose a él, animándolo con este mismo movimiento y provocando en él el mismo don.

 

De la Potterie:

“Hacer la verdad”: Describe la marcha progresiva del hombre hacia la fe, es decir, todo el proceso de su conversión, considerada aquí bajo su aspecto positivo, que consiste en girar hacia Jesús: es todo el proceso de acogida, de interiorización y de apropiación de la verdad de Jesús… Hacer la verdad, muestra hasta qué punto san Juan concibe de una manera activa y personal este camino hacia la fe… la verdad nos viene de Jesús, y por Él, del Padre; por ella, el Padre “nos atrae”. Pero, por su parte, el hombre está invitado a “hacer” esta verdad, se podría decir a “hacer suya esta verdad”, o más bien “hacer la verdad en sí mismo”, y por lo tanto, cooperar en su acción.

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