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¡A Ti, Señor, levanto mi alma!

¡A TI, SEÑOR, LEVANTO MI ALMA!

La Iglesia Madre nos enseña a orar. ¿Y cómo lo hace? A través de la liturgia. La liturgia es una escuela de oración. La liturgia nos va entregando en pequeñas dosis la Palabra de Dios y su misterio. Y lo hace sobre todo con los salmos.

Hoy: el salmo 24

 “A ti, Señor, levanto mi alma”.

Con estas palabras del salmo 24 se abre el tiempo de Adviento. Es el grito del alma a su Creador. Es el alma que sale de nosotros y dialoga con su Creador.

“A ti, Señor, levanto mi alma”.El verbo latino que se utiliza y que traducimos por elevar, levantar, significa literalmente “levantar vuelo”, subir, con el sentido de “aligerar, aliviar, hacer más soportable, sostener, levantar sosteniendo”. Y la palabra que traducimos por alma es animae, que significa “vida”. La traducción exacta sería entonces: “levantar la vida, llevarla ante Dios, poner toda nuestra vida en su presencia; llevar toda nuestra vida, lo que somos y lo que tenemos ante la mirada de Dios. En el sólo hecho de levantar la vida, todo lo nuestro, lo bueno y lo malo. En el solo hecho de levantar la vida hacia Dios, de ponerla bajo su mirada, la vida encuentra alivio, como dice Jesús: “Venid a mi todos los que estáis agobiados y encontraréis descanso, porque mi yugo es suave y mi carne ligera”.

“Los que esperan en ti no quedan defraudados”

El salmista confía plenamente en el Señor; no le interesa ni el cuándo ni el cómo, sólo le importa saber que el Señor lo hará, por eso espera. El verbo que se utiliza aquí y se traduce por esperar es sustinere, que significa sostener, soportar, tolerar. Sería exactamente “esperar sosteniendo”, “esperar sufriendo, con capacidad de tolerancia, de sufrimiento. Por eso la esperanza es la virtud de los fuertes; es la virtud del que sabe soportar, permanecer en la prueba, con la certeza de que ese mismo sufrimiento dará fruto. En la misma prueba, en ese permanecer y esperar vamos teniendo la experiencia del amor más grande de Dios, de su fuerza. “Bendito el hombre que confía en el Señor y en él tiene puesta su esperanza; es como un árbol plantado al borde de las aguas, que extiende sus raíces hacia la corriente; no teme cuando llega el calor y su follaje se mantiene frondoso; no se inquieta en un año de sequía y nunca deja de dar fruto” (Jer 17,7-8).Otra traducción dice: “Bendito el hombre que fía en el Señor, pues no defraudará el Señor su confianza”.

“Todo el día te estoy esperando”  y “Ten piedad de mi, Señor, que a ti te estoy llamando todo el día; levanto mi alma hacia Ti” (sal 85)

Aquí, en este salmo 85 el salmista antes de levantar su alma a Dios y de llamarlo todo el día, le pide primero a Dios que descienda hasta él, que se incline. Porque el hombre jamás podría subir hasta Dios si Dios antes no bajara. Por eso empieza diciendo: “Inclina tu oído, Señor, escúchame…” En el salmo 87 volvemos a encontrar la misma idea: “Todo el día te estoy invocando tendiendo las manos hacia Ti”.

 “Tengo los ojos puestos en el Señor”.

Este “tener los ojos puestos en el Señor” es la actitud propia de quien espera recibir todo de Dios; es la actitud del esclavo que lo espera todo de su dueño, como dice el salmo 122: “A ti levanto mis ojos, a ti que habitas en el cielo. Como están los ojos de los esclavos fijos en las manos de sus señores, como están los ojos de la esclava fijos en las manos de su señora, así están nuestros ojos en el Señor Dios nuestro esperando su misericordia”.

 “Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad”.El Adviento es el tiempo en que nos ponemos en camino hacia el Dios que viene. En la oración de este primer domingo pedimos: “Dios todopoderoso concede a tus fieles el deseo da acudir al encuentro de Cristo que viene a nosotros”. Ir al encuentro de Dios que viene. El primero que se pone en camino es Dios. El hombre se pone en camino porque Dios emprendió antes el camino hasta nosotros. Dios baja, Dios desciende. Si Dios se hubiese quedado en su morada del cielo, el hombre tal vez no hubiese podido emprender el camino de regreso a la casa del Padre. El camino nos hace pensar en un caminante. Y una de las virtudes del caminante es la esperanza. El caminante camina porque espera llegar a la meta, vive de esa esperanza, y esta esperanza es la que lo hace perseverar en el camino.

Señor, enséñame tu camino.El verbo latino que aquí se traduce por “enseñar” es demonstrare, que significa: mostrar, señalar, hacer ver. Le pedimos al Señor que nos muestre el camino para poder seguirlo.

“Comprendan  cuál es la voluntad de Dios. no podemos caminar por la vida con cuidado, si antes no ha sido comprendida la voluntad de Dios. en toda obra se ha de considerar primero qué quiere Dios y, una vez comprendido esto, se debe realizar aquello que se ha comprobado que es de su agrado” (San Jerónimo).

“Señor, enséñame tus caminos, enséñame porque tú eres mi Dios y Salvador”.Es una profesión de fe. El salmista está convencido de que Dios es el único que puede salvarlo y mostrarle el camino. En estos días de Adviento no olvidemos esto: Dios es nuestro Salvador, el único que puede salvarme, curarme, sacarme del pozo, de las tinieblas, del mal camino. Pidámosle con toda las fuerzas que nos muestre el camino, no cualquier camino sino “su camino”, por eso dice “enséñame tucamino”.

 “El Señor es bueno, enseña el camino a los pecadores, hace caminar a los humildes con rectitud, enseña su camino a los humildes”.El pecador puede emprender el camino. Esto es una de las maravillas de nuestra fe,: poder volver a encontrar el camino perdido, poder volver. Lo primero es saber reconocer que hemos errado el camino, que nos hemos perdido, que hemos tomado otros atajos. Sólo desde la humildad, desde este reconocimiento sincero podemos empezar a volver.

 “Dios le mostrará el camino elegido y su alma vivirá feliz”.Dios nos muestra el camino de la felicidad, el único que nos hará felices.

“Tengo los ojos puestos en el Señor porque él saca mis pies de la red”.El Señor no sólo nos muestra el camino, no sólo nos acompaña en el camino sino que saca todos los obstáculos que pudieran aparecer en él. Dios saca nuestros pies de la red para que no caigamos en la trampa del Enemigo. El que pone la red para que caigamos es el Diablo. Por eso en otro salmo se dice: “Hemos salvado la vida como un pájaro de la trampa del cazador, la trampa se rompió y escapamos”.

 “Ensancha mi corazón oprimido”.

Cuando Dios entra en nuestro corazón, en nuestra vida, cuando le hacemos espacio, el corazón se ensancha, hay una sensación de plenitud, de gozo, de vida plena. El corazón se ensancha porque toma las dimensiones de Dios. Dios que lo ocupa lo hace grande, tan grande como la medida de su amor, y al ensancharlo lo hace feliz. Cada vez que el Señor viene el corazón se ensancha, se ensancha con su venida. (Benedicto XVI)

“El cristiano está invitado a vivir el Adviento sin dejarse distraer por las luces, sino sabiendo dar el justo valor a las cosas, para fijar la mirad interior en Jesucristo. Si perseveramos velando en oración y cantando su alabanza, nuestros ojos serán capaces de reconocer en él la verdadera Luz del mundo, que viene a iluminar nuestras tinieblas. Quien ha encontrado a Cristo en su propia vida experimenta en el corazón una serenidad y una alegría que nadie ni ninguna situación le pueden quitar. La verdadera alegría no es un simple estado de ánimo pasajero, ni algo que se logra con el propio esfuerzo, sino que es un don, nace del encuentro con la persona viva de Jesucristo, de hacerle espacio en nosotros, de acoger al Espíritu Santo que guía nuestra vida”.

“Tú, Señor, despierta y ven a mi encuentro, ven hacia mí que voy a tu encuentro. Y ya que me es imposible llegar a tu altura a no ser que tú, inclinándote, extiendas tu mano derecha hacia la obra de tus manos, despierta y ven a mi encuentro, y mira si hay en mí alguna injusticia; y si encontraras en mí alguna injusticia que ignoro, apártala y ten misericordia de mi, y guíame por el camino eterno, es decir, por Cristo, pues él es el camino por cual se avanza, y la eternidad a la que se llega”.(beato abad Guerrico).

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