Cristo lo es todo para nosotros: El hombre en camino
Textos comentados en la Primera Charla de Adviento:
Cristo lo es todo para nosotros. El hombre en camino
El tiempo de Adviento abre el año litúrgico y es el tiempo que mejor expresa nuestra condición. Somos peregrinos y estamos siempre en camino y esperando la venida del Señor.
El Adviento es un tiempo tiempo fuerte. Tenemos una enorme riqueza de oraciones y lecturas para cada día.
Sentido del tiempo. Dios tiene tiempo para nosotros. Y hace de nuestro tiempo un tiempo de salvación:
El tiempo de que disponemos es un don que Dios nos ofrece. El devenir del tiempo está muy relacionado con la fe. Dios tiene tiempo. Se ha reservado tiempo para nosotros, los hombres. Al entrar en el tiempo mediante la encarnación de su Hijo, ha llegado a ser un contemporáneo nuestro. En Jesucristo el tiempo se ha cumplido, ha encontrado su centro. En el curso del «kronos» llega la hora del gran «kairós»: Al llegar la plenitud de los tiempos, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva. Dos mil años después de ese acontecimiento, tenemos motivo para regocijarnos. La Iglesia respeta las medidas del tiempo: horas, días, años, siglos, haciendo que todos comprendan cómo cada una de estas medidas está impregnada de la presencia de Dios y de su acción salvífica. Suyo es también el tiempo que le permitimos colmar. San Juan Pablo II
El Adviento es el tiempo de las promesas de Dios. Todas las lecturas están llenas de sus promesas que fundan y atizan nuestra esperanza.
Adviento histórico: el Nacimiento de Jesús en Belén hace más de dos mil años.
Adviento escatológico: la venida del Señor al final de los tiempos.
Entre estos dos:
Adviento cotidiano: cada día el Señor viene a nosotros en su Palabra, en los Sacramentos, en las personas y acontecimientos.
Dos grandes partes del Adviento
Hasta el 16 de diciembre: el acento está puesto en la venida final del Señor.
Del 17 de diciembre hasta el 24: el acento está puesto en el Niño y en su próximo Nacimiento.
Cuatro domingos
I Domingo: la vigilancia en espera de la venida del Señor
¿Conocéis el sentimiento en asuntos de esta vida, cuando esperamos a un amigo, aguardando que llegue y se demora? ¿Conocéis lo que es estar en compañía desagradable, y desear que pase el tiempo y suene la hora en que podáis quedar libres? ¿Conocéis lo que es estar ansiosos de que pase algo que puede ocurrir o no, o estar en suspenso acerca de algún acontecimiento importante, que hace latir vuestro corazón cuando os acordáis de ello, y que es la primera cosa en lo que pensáis en la mañana? ¿Sabéis lo que es tener un amigo en un país lejano, esperar noticias de él, y preguntarse día a día lo que está haciendo entonces, y si estará bien? ¿Sabéis lo que es vivir dependiendo de alguien que está presente con vosotros, a quien vuestros ojos siguen, y leéis su alma, y veis todos los cambios en su semblante, y anticipáis sus deseos, y a quien sonreís con su sonrisa y estáis tristes con su tristeza, y os abatís si está enojado, y gozáis en su éxitos? Vigilar aguardando a Cristo es un sentimiento como todos estos, tanto como los sentimientos de este mundo son apropiados para indicar los del otro mundo. San John Henry Newman
II Domingo: San Juan Bautista, la conversión ante la llegada del Señor.
III Domingo: María, la Madre de Jesús.
IV Domingo: Anuncio del Nacimiento de Jesús.
En este tiempo repetimos con insistencia la súplica: Ven! La liturgia está colmada de esta expresión.
Ven, Señor, y no tardes!
Ven, Señor, y sálvanos!
Ven, Señor, perdona (relaxa) los pecados de tu pueblo. La palabra relaxa tiene el matiz de aflojar, soltar, disolver.
La súplica de la Iglesia, nuestra súplica se va haciendo cada vez más intensa y se va orientando hacia la Encarnación:
Has oído, Virgen, que concebirás y darás a luz un hijo. Has oído que no será por obra de varón, sino por obra del Espíritu Santo. Mira que el ángel aguarda tu respuesta: ya es tiempo de que vuelva al Señor que lo envió. También nosotros, oprimidos miserablemente por una sentencia de condenación, esperamos, Señora, tu palabra de misericordia.
Y he aquí que se te ofrece el precio de nuestra salvación; si consientes, de inmediato seremos liberados. Todos fuimos creados por la Palabra eterna de Dios, pero ahora nos vemos condenados a muerte; si tú das una breve respuesta, seremos renovados y llamados nuevamente a la vida.
Virgen llena de bondad, te lo pide el desconsolado Adán, arrojado del paraíso con su infeliz descendencia. Te lo pide Abrahán, te lo pide David. También te lo piden ardientemente los otros santos patriarcas, tus antepasados, que habitan en la región de la sombra de muerte. Lo espera todo el mundo, postrado a tus pies.
Y no sin razón, ya que de tu boca depende el consuelo de los miserables, la redención de los cautivos, la libertad de los condenados, la salvación de todos los hijos de Adán, de toda tu raza.
Apresúrate a dar tu consentimiento, Virgen, responde sin demora al ángel, mejor dicho, al Señor, que te ha hablado por medio del ángel. Di una palabra y recibe al que es la Palabra, pronuncia tu palabra y concibe la Palabra divina, profiere una palabra transitoria y recibe en tu seno al que es la Palabra eterna.
¿Por qué tardas?, ¿por qué dudas? Cree, acepta y recibe. Que la humildad se revista de valor, la timidez de confianza. De ningún modo conviene que tu sencillez virginal olvide ahora la prudencia. Virgen prudente, no temas en este caso la presunción, porque, si bien es amable el pudor en el silencio, ahora sin embargo es más necesaria la misericordia en la palabra.
Abre, Virgen santa, tu corazón a la fe, tus labios al consentimiento, tu seno al Creador. Mira que el deseado de todas las naciones está junto a tu puerta y llama. Si te demoras, pasará de largo y entonces, con dolor, volverás a buscar al que ama tu alma. Levántate, corre, abre. Levántate por la fe, corre por el amor, abre por el consentimiento. He aquí –dice la Virgen– la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.