El Señor te enseñará el camino de la vida y tu alma vivirá feliz. Salmo 24.
PREPARAR LA NAVIDAD DE LA MANO DE LOS SALMOS
El Señor te enseñará el camino de la vida, y tu alma vivirá feliz (Sal 24)
Textos citados en la charla
La noche de la vigilia pascual – que es el centro del año litúrgico- el sacerdote traza la cruz en el cirio que representa a Cristo resucitado y mientras traza la cruz y escribe los números del año en curso, dice: “Cristo, ayer y hoy, principio y fin, alfa y omega. A él pertenecen el tiempo y la eternidad”.
Reflexión sobre el sentido del tiempo
San Juan Pablo II
Dios, en su generosidad, al darnos la vida, nos da también el tiempo. El tiempo de que disponemos es un don que Dios nos ofrece. De nosotros depende qué hacemos con este don. El hombre puede desperdiciar o perder el tiempo, puede malgastar o matar el tiempo. El tiempo se nos da para utilizarlo y colmarlo, llenarlo. El tiempo bien empleado es tan valioso que nosotros, por nuestra parte, podemos darlo, haciendo un gran regalo. Al dicho que reza ‘el tiempo es oro’, Cristo replica: ‘el tiempo no se puede comprar con dinero. El tiempo vale más que el oro’. Debemos aprender a dar con acierto nuestro tiempo. Debemos darnos recíprocamente el tiempo: los pastores a sus parroquias, las parroquias a sus pastores, los esposos a sus esposas y viceversa, los hijos a sus padres, los jóvenes a los ancianos, los sanos a los enfermos, los unos a los otros. Quien da al otro el propio tiempo, le da la vida. Dios tiene tiempo. Se ha reservado tiempo para nosotros, los hombres. Al enviar a su Hijo al mundo quiso entrar en nuestro mundo, quiso entrar en nuestro tiempo y llevarlo a su plenitud… La Iglesia debe recordar incansablemente la venida del Señor y despertarnos del sopor causado por la seguridad y la comodidad.
El reloj de arena con el que los antiguos medían el tiempo encierra un mensaje muy valioso: la arena, que pasa de la ampolla superior a la inferior, no sólo indica el paso del tiempo, es también mensajera de la esperanza cristiana: la arena no cae en el vacío, se acumula en la ampolla inferior. Las ampollas del reloj de arena nos recuerdan las mano que Dios nos tiende. Podemos abandonarnos en ellas; las manos de Dios recogen nuestro tiempo. El tiempo está en las manos de Dios. Nada de lo que nos pasa escapa de sus manos. Todas las noches rezamos en Completas “En tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu”. Esta oración no se refiere sólo a algunas personas. Es una oración de la noche que puede reunir a todos los que, al final del día, encomiendan los frutos de sus trabajos, de sus esfuerzos a Dios.
El salmo 24
A ti, Señor, levanto mi alma”. Dios mío, en ti confío, no quede yo defraudado, pues los que esperan en ti no quedan defraudados.
Señor, enséñame tus caminos, instrúyeme en tus sendas, haz que camine con lealtad; enséñame porque tú eres mi Dios y salvador, y todo el día te estoy esperando.
Benedicto XVI
Todo el día te estoy esperando. Vivir cada día de este nuevo año como si Dios fuese a venir. En estos días de adviento constantemente escucharemos rezar y cantar: “Dios viene”. No dice: Dios vino o Dios vendrá, sino Dios viene. Usa el presente. Se trata de un presente continuo, de una acción que se realiza siempre; está ocurriendo, ocurre ahora y ocurrirá en el futuro. En todo momento Dios viene. Y si Dios viene hoy, hay algo que debe cambiar hoy en mi vida; si Dios viene, nada puede ser como ayer.
Dios no es un Dios que está en el cielo, desinteresándose de nosotros y de nuestra historia, sino que es el Dios que viene. Es un Padre que nunca deja de pensar en nosotros y, respetando totalmente nuestra libertad, desea encontrarse con nosotros y visitarnos; quiere venir, vivir en medio de nosotros, permanecer en nosotros. Viene porque desea liberarnos del mal y de la muerte, de todo lo que impide nuestra verdadera felicidad. Hay una venida secreta de Dios a cada alma creyente. San Bernardo dice: “En la primera venida, Cristo fue nuestra redención; en la última, se manifestará como nuestra vida; en esta es nuestro descanso y nuestro consuelo”.
Señor Dios concédenos el deseo de salir al encuentro de Cristo que viene a nosotros (oración colecta, primer domingo de adviento).
De un Sermón de un autor anónimo del siglo IX
Él, que es bueno por naturaleza, ha venido a los hombres que estaban henchidos de todos los males. Por esto los exhortamos a que en estos días ofrezcan limosnas más abundantes, acudan con más frecuencia a la Iglesia, hagan con toda pureza la confesión de sus pecados, rechacen lejos de ustedes el odio, la ira y la indignación, la maldición y la blasfemia, la soberbia y la jactancia, junto con todo deleite carnal, de modo que cuando llegue el día de la natividad del Señor, puedan celebrarlo con provecho. Se les hace esta admonición, hermanos, a fin de que, en virtud de ella, los que son buenos se tornen mejores, y los que se reconocen malos se conviertan resueltamente, para que todos juntos merezcan, por la gracia de Dios, regocijarse espiritualmente en el día de la natividad del Señor.
De los Sermones de san Cesáreo, obispo
Quienquiera sea que esté en pecado, no desespere de la bondad del Señor, no se atormente en una mortal desesperanza, haga más bien penitencia inmediatamente, y mientras las heridas de sus pecados permanecen abiertas y sangran, cúrelas con medicinas saludables: porque nuestro médico es omnipotente, y está tan habituado a curar nuestras llagas que no permite que queden siquiera rastros de las cicatrices.
De los Sermones del beato Guerrico, abad
Prepárate, Israel, para salir al encuentro del Señor, porque él viene.Tú, Señor, despierta y ven a mi encuentro, ven hacia mí que voy a tu encuentro. Y ya que me es imposible llegar a tu altura a no ser que tú, inclinándote, extiendas tu mano derecha hacia la obra de tus manos, despierta y ven a mi encuentro, y mira si hay en mí alguna injusticia; y si encontrares en mí alguna injusticia que ignoro, apártala y, conforme a tu ley, ten misericordia de mí, y guíame por el camino eterno, es decir, por Cristo, pues él es el camino por el cual se avanza, y la eternidad a la que se llega, es el camino inmaculado, la mansión bienaventurada.