Que estás en los cielos: “La vuelta a la patria perdida”
EL PADRE NUESTRO DE CADA DÍA
Textos comentados en la Segunda Charla:
QUE ESTÁS EN LOS CIELOS
LA VUELTA A LA PATRIA PERDIDA
Benedicto XVI
No es siempre fácil hablar hoy de paternidad. Sobre todo en el mundo occidental, las familias disgregadas, los compromisos de trabajo cada vez más absorbentes, las preocupaciones y a menudo el esfuerzo de hacer cuadrar el balance familiar, la invasión disuasoria de los mass media en el interior de la vivencia cotidiana: son algunos de los muchos factores que pueden impedir una serena y constructiva relación entre padres e hijos. La comunicación es a veces difícil, la confianza disminuye y la relación con la figura paterna puede volverse problemática; y entonces también se hace problemático imaginar a Dios como un padre, al no tener modelos adecuados de referencia. Para quien ha tenido la experiencia de un padre demasiado autoritario e inflexible, o indiferente y poco afectuoso, o incluso ausente, no es fácil pensar con serenidad en Dios como Padre y abandonarse a Él con confianza.
Pero la revelación bíblica ayuda a superar estas dificultades. El Evangelio lo que nos revela este rostro de Dios como Padre que ama hasta el don del propio Hijo para la salvación de la humanidad. La referencia a la figura paterna ayuda a comprender algo del amor de Dios, que sin embargo sigue siendo infinitamente más grande, más fiel, más total que el de cualquier hombre. «Si a alguno de vosotros le pide su hijo pan, ¿le dará una piedra?—dice Jesús para mostrar a los discípulos el rostro del Padre—; y si le pide pescado, ¿le dará una serpiente?Pues si vosotros, aun siendo malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!» (Mt 7, 9-11; cf. Lc 11, 11-13). Dios nos es Padre porque nos ha bendecido y elegido antes de la creación del mundo (cf. Ef 1, 3-6), nos ha hecho realmente sus hijos en Jesús (cf. 1 Jn 3, 1). Y, como Padre, Dios acompaña con amor nuestra existencia, dándonos su Palabra, su enseñanza, su gracia, su Espíritu.
Jesús, en el evangelio, nos habla constantemente del Padre. todo lo que dice, los ejemplos, las parábolas, absolutamente todo está referido al Padre. Mt 7,25 ss: “No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan ni recogen en granderos; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas? Y del vestido, ¿por qué preocuparos? Observad los lirios del campo, cómo crecen; no se fatigan, ni hilan. Pero yo os digo que ni Salomón, en toda su gloria, se vistió como uno de ellos. Pues si a la hierba del campo, que hoy es y mañana se echa al horno, Dios así la viste, ¿no lo hará mucho más con vosotros, hombres de poca fe? No andéis , pues, preocupados diciendo: ¿Qué vamos a comer?, ¿qué vamos a beber?, ¿con qué vamos a vestirnos? Pues ya sabe vuestro Padre celestial que tenéis necesidad de todo eso”
“Vuestro Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (6,8).
“Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16)
“Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos. Vosotros, pues, sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto” (Mt 5,45.48).
“Y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará” (6,4.6).
“Vuestro Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que se la piden” (Mt 7,9-11).
Los ángeles en el cielo hacen fiesta cada vez que uno de nosotros vuelve al Padre: “Del mismo modo se produce alegría ante los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierta”.
“El padre dijo: traed aprisa el mejor vestido y vestidle, ponedle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traed el novillo cebado, matadlo, y comamos y celebremos una fiesta porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado. Y comenzaron la fiesta…” (Lc 15,21-24).
Juan, al final de su vida sintetiza el evangelio diciendo:“¡Miren qué amor amor nos ha tenido el Padre para llamarnos hijos de Dios, pues, lo somos! (1 Jn 3,1),
“Dios es amor. El que ama ha nacido de Dios. El que no ama a su hermano no ha nacido de Dios… El que ha nacido de Dios no peca, sino que el Engendrado de Dios le guarda y el Maligno no llega a tocarlo” (1 Jn 4 y 5).
El Padre sale cada día a los cruces de nuestra vida para invitarnos a su fiesta: “Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos; a la hora de la cena envió a su siervo a decir: ‘Venid, que ya está todo preparado’. Pero todos a una empezaron a excusarse… Entonces el dueño de casa dijo a su siervo: sal enseguida a las plazas y calles de la ciudad y haz entrar aquí a los pobres y lisiados, y ciegos y cojos. El siervo le dijo: Señor, se ha hecho lo que mandaste y todavía hay sitio. El Señor le dijo: sal a los caminos y cercas y obliga a entrar hasta que se llene mi casa” (Lc 14,15 ss).
“Voy a prepararles un lugar en la casa del Padre”.
En el salmo 26, el salmista, a quien su corazón le pide buscar a Dios, llega a decir: “Si mi padre y mi madre ma abondonan, el Señor me recogerá”.
Dios llega a decir a su pueblo: “¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del himo de sus entrañas? Aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido” (Is 49,15).
El samista del salmo 102 canta: “como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles, porque conoce nuestra masa, se acuerda de que somos barro”.
San Agustín comentando este versículo del salmo dice:
“El Padre sabe que tenéis necesidad de todo eso… Él puede perfectamente volver a nuestra miseria sus ojos de misericordia y vernos, según aquelllo de: ‘Acuérdate de que somos barro’. El que hizo al hombre de barro y le dio un alma, entregó a la muerte al Hijo único por este barro. ¿Quién puede expresar o formarse una idea de lo mucho que este Padre nos ama?”
“Dios todopoderoso y eterno, a quien movidos por el Espíritu Santo nos animamos a llamar Padre, confirma en nuestros corazones la condición de hijos tuyos, para que podamos entrar en la herencia prometida”, oración colecta domingo 19 del tiempo ordinario.
Benedicto
“Con estas palabras “que estás en los cielos” no situamos a Dios Padre en una lejana galaxia, sino que afirmamos que nosotros, aún teniendo padres terrenos diversos, procedemos todos de un único Padre. Jesús dijo: ‘No llaméis Padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo” (Mt 23,9). La paternidad de Dios es más real que la paternidad humana porque en última instancia nuestro ser viene de Él, porque Él nos ha pensado y querido desde la eternidad, porque es Él quien nos la auténtica, la eterna casa del Padre. Cielo significa esa otra altura de Dios de la que todos venimos y hacia la que todos debemos encaminarnos”.
San Agustín
“Si el cielo, por ser lo más elevado del mundo, fues la morada de Dios, las aves serían las criaturas más meritorias, ya que se encontrarían más cercanas a Dios. pero no ha sido escrito: Cerca está el Señor de los hombres más elevados o de los que habitan en la montañas; sino: Cerca está el Señor de aquellos que tienen el corazón atribulado, el de corazón humilde. Pero así como el pecado fue llamado tierra: Tierra eres y en tierra te convertirás, así, por el contrario, el justo es llamado cielo. a los justos se les dice: Porque el templo de Dios, que sois vosotros,, es santo. Por lo tanto, si Dios habita en su templo, los santos sone ese templo. Decir que estás en los cielos equivale a decir que está en los santos.”
Benedicto XVI
“El «cielo», la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él”
San Agustín
“Hemos hallado un Padre en los cielos, veamos cuál ha de ser nuestra vida en la tiera; el vivir de quien halló un Padre de tal excelencia ha de ser digno de llegar a su herencia. Todos sin distinción decimos: Padre nuestro. ¡Cuánta bondad! Dícelo el emperador y dícelo el mendigo; dícelo el esclavo y dícelo su señor; todos dicen a la vez: Padre nuestro, que estás en los cielos, reconociendo ser hemanos, pues tienen un mismo Padre. No se desprecie, por tanto, un señor de tener por hemano a su siervo, a quien ha querido tener por hermano el Señor Cristo”.
Benedicto XVI
El «cielo», la palabra cielo no indica un lugar sobre las estrellas, sino algo mucho más osado y sublime: indica a Cristo mismo, la persona divina que acoge plenamente y para siempre a la humanidad, aquel en quien Dios y el hombre están inseparablemente unidos para siempre. El estar el hombre en Dios es el cielo. Y nosotros nos acercamos al cielo, más aún, entramos en el cielo en la medida en que nos acercamos a Jesús y entramos en comunión con él.
San Agustín
“Pensemos de quién hemos empezado a ser hijos, para que nuestro vivir sea cual conviene a hijos de un tal Padre”.
San Gregorio de Nisa
Padrenuestro que estás en los cielos. Estas palabras evocan la patria que hemos perdido, nuestro noble origen que hemos enajenado.En la Parábola del joven que abandona la casa paterna y prefiere vivir entre los puercos, el Verbo nos muestra la miseria humana, exponiendo, en forma de historia, de relato, nuestro extravío y nuestra vida disoluta. El pródigo no recupera su felicidad primera, sino después de haber tomado conciencia de su desgracia actual, de haber entrado en sí mismo y haber rumiado palabras de penitencia. Sus palabras nos recuerdan éstas de nuestra oración; decía: ‘Padre, pequé contra el cielo y contra ti’(Lc 15,18). No se habría acusado de haber pecado contra el cielo, si no hubiese estado convencido de que el cielo era su patria, y que había faltado al abandonarla. Esta confesión le facilita la vuelta a su padre; éste corre hacia él, se echa sobre su cuello y lo abrasa, le pone el vestido, no un vestido nuevo sino el primero que había perdido por su desobediencia, gustando el fruto perdido, poniéndose al desnudo. El anillo en el dedo designa el sello grabado en la piedra de la imagen recobrada. Protege sus pies con sandalias, para que pisando la cabeza de la serpiente no sea expuesto a su mordedura.Al igual que allí abajo la benevolencia del Padre facilita al joven el retorno a la casa paterna – la casa paterna significa el cielo contra el cual él pecó – aquí también, al enseñarnos a invocar al Padre en los cielos, el Señor quiere hacerte pensar en tu bella patria, para hacer crecer en ti un ardiente deseo del bien, y llevarte por el camino de retorno. El camino que lleva al cielo no es otro que la huida del pecado. No hay otro medio para rehuirlo que deviniendo semejantes a Dios. Devenir semejante a Dios significa ser justo, santo, bueno y todo lo demás. Si alguno, con todas sus fuerzas, se esfuerza por realizar estas virtudes en su vida, pasará sin pena, naturalmente, de esta existencia terrena a la ciudad del cielo. Nada separa lo divino de lo humano…….Tu puedes, adhiriéndote a Dios, habitar desde ahora en el cielo. Si Dios está en el cielo, como dice el Eclesiastés (5,1), tu estás unido a Dios: el que está unido a Dios se encuentra necesariamente al lado de él. (salmo 72,78).Si hemos comprendido el sentido de esta oración, es tiempo de disponer nuestras almas, para atrevernos a proferir estas palabras y decir con confianza: Padre nuestro que estás en los cielos.Existen signos de una naturaleza mala que no se encuentran en el hijo de Dios. ¿Quieres conocerlos? La envidia, el odio, la calumnia, el orgullo, la avaricia, la concupiscencia, la ambición, todo esto expresa lo contrario de la imagen divina. Si alguno lleva todas estas manchas e invoca al Padre, ¿qué padre lo escuchará? Ciertamente aquel a quien él se asemeja: el padre del infierno y no el del cielo. La oración del pecador inveterado invoca al demonio. El que huye del pecado y vive en la virtud invoca al Padre que es bueno.
Cuando nos acerquemos a Dios, examinemos primero nuestra vida; si encontramos en nosotros la imagen de Dios, entonces nos atreveremos a pronunciar estas palabras. Aquel que nos ha enseñado a decir Padre, no nos permite mentir. Aquel que ha vivido según su noble origen tiene los ojos fijos en la ciudad celeste, su Padre, su felicidad, su patria.
¿Qué decir? Debemos pensar en los bienes de arriba….Guarda tu belleza de todas aquellas manchas. El que es de Dios no tiene celos ni deshonra. Que ni la envidia ni el orgullo te desfiguren, ni nada de lo que profana la belleza divina. Entonces podrás invocar a Dios con una confianza filial y llamar al Señor del universo tu Padre. Él volverá hacia ti su mirada paternal; te vestirá del vestido divino, te pondrá el anillo en el dedo, te pondrá en los pies las sandalias del Evangelio, para que tomes el camino de lo alto; te llevará a la patria celestial.