14. La misericordia del Señor llena la tierra
Salmo 32
1 Aclamad, justos, al Señor, que merece la alabanza de los buenos;
2 dad gracias al Señor con la cítara, tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
3 cantadle un cántico nuevo, acompañando los vítores con bordones:
4 que la palabra del Señor es sincera, y todas sus acciones son leales;
5 él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra.
6 La palabra del Señor hizo el cielo; el aliento de su boca, sus ejércitos;
7 encierra en un odre las aguas marinas, mete en un depósito el océano.
8 Tema al Señor la tierra entera, tiemblen ante él los habitantes del orbe:
9 porque él lo dijo, y existió, él lo mandó, y surgió.
10 El Señor deshace los planes de las naciones, frustra los proyectos de los pueblos;
11 pero el plan del Señor subsiste por siempre, los proyectos de su corazón, de edad en edad.
12 Dichosa la nación cuyo Dios es el Señor, el pueblo que él se escogió como heredad.
13 El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres;
14 desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra:
15 él modeló cada corazón, y comprende todas sus acciones.
16 No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza,
17 nada valen sus caballos para la victoria, ni por su gran ejército se salva.
18 Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia,
19 para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre.
20 Nosotros aguardamos al Señor: él es nuestro auxilio y escudo;
21 con él se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos.
22 Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros,
como lo esperamos de ti.
Textos
Toda la Escritura espira la bondad de Dios, pero esto lo hace sobre todo el dulce libro de los salmos. ¿Qué cosa más dulce que un salmo?
San Ambrosio
La Salmodia es ante todo la acción de Dios transformándonos.
San Ambrosio
La humildad de los que sirven a Dios muestra que esperan en su misericordia. En efecto, quien no confía en sus grandes empresas, ni espera ser justificado por sus obras, tiene como única esperanza de salvación la misericordia de Dios.
San Basilio
“Son grandes las obras del Señor”. Pero esta grandeza que vemos en la grandeza de la creación, este poder es superado por la grandeza de la misericordia. En efecto, el profeta dijo: “Son grandes las obras de Dios”; y en otro pasaje añade: “Su misericordia es superior a todas sus obras”. La misericordia, hermanos, llena el cielo y llena la tierra. Precisamente por eso, la grande, generosa y única misericordia de Cristo, que reservó cualquier juicio para el último día, asignó todo el tiempo del hombre a la tregua de la penitencia. Precisamente por eso, confía plenamente en la misericordia el profeta que no confiaba en su propia justicia: “Misericordia, Dios mío —dice— por tu bondad”.
San Pedro Crisólogo
Grande es el seno de la misericordia de nuestro Creador para acoger el llanto de los humildes. Donde fue acogido el llanto de innumerables hombres, allí también habrán de encontrar lugar nuestras lágrimas. En esta fuente de misericordia, en su última hora, se lavó el ladrón que, acusándose a sí mismo en el momento de la muerte, fue absuelto de su culpa por la confesión de la verdad.
San Gregorio Magno
Juan Pablo II en la palabra “misericordia” encontraba sintetizado y nuevamente interpretado para nuestro tiempo todo el misterio de la Redención. Vivió bajo dos regímenes dictatoriales y, en contacto con la pobreza, la necesidad y la violencia, experimentó profundamente el poder de las tinieblas, que amenaza al mundo también en nuestro tiempo. Pero también experimentó, con la misma intensidad, la presencia de Dios, que se opone a todas estas fuerzas con su poder totalmente diverso y divino: con el poder de la misericordia. Es la misericordia la que pone un límite al mal. En ella se expresa la naturaleza del todo peculiar de Dios: su santidad, el poder de la verdad y del amor.
Benedicto XVI
Las misericordias de Dios nos acompañan día a día. Basta tener el corazón vigilante para poderlas percibir. Somos muy propensos a notar sólo la fatiga diaria que a nosotros, como hijos de Adán, se nos ha impuesto. Pero si abrimos nuestro corazón, entonces, aunque estemos sumergidos en ella, podemos constatar continuamente cuán bueno es Dios con nosotros; cómo piensa en nosotros precisamente en las pequeñas cosas, ayudándonos así a alcanzar las grandes.
Benedicto XVI