EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ
Se celebra el 14 de septiembre
Esta Fiesta puede atraer nuestra atención sobre un gesto muy simple, a veces, incluso, mecánico: el signo de la Cruz. Somos marcados con ellas desde el Bautismo.
Es el primer gesto en el rito del Bautismo. Es como un sello invisible, signo de pertenencia a Cristo, recuerdo de su amor. “Para los discípulos de Cristo la Cruz es un signo: ella nos recuerda el gran amor que Jesús nos ha revelado por su muerte, ser marcado con las Cruz significa que uno se compromete a ser fiel a Cristo. Recibid sobre vuestra frente la Cruz de Cristo, Él mismo os marca con el signo de su amor. Aprended mejor a conocerlo, aplicaos a seguirlo. Llevad en vuestro cuerpo el signo de la salvación”. (Ritual de adultos después de la entrada en el catecumenado).
Este mismo signo es trazado sobre nosotros en nuestra Confirmación. También recibimos una Cruz con las cenizas al empezar la Cuaresma. En virtud de la dignidad cristiana dada en el Bautismo, también encontramos la Cruz en el rito de las exequias: “El Señor Jesús nos ha amado hasta dar la vida por nosotros, esta Cruz nos lo recuerda; que ella sea para nuestros ojos el signo de su amor por N. y por cada uno de nosotros” (Rito de las exequias, nº 59).
Este signo puede tener diversas formas. En el Bautismo es trazado sobre la frente. También, cuando el Sacerdote anuncia el Evangelio: “Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo según…”, hace el signo de la Cruz sobre el libro, y luego él y todos sobre la frente, la boca y el pecho, significando que lo vamos a escuchar esté en nuestros pensamientos, en nuestros labios y en nuestro corazón.
Cuando hacemos el signo de la Cruz, lo acompañamos con una confesión de fe Trinitaria: “En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. Yves Congar dice: “La Liturgia no es solamente un enunciado de tipo teológico y racional, sino una acción santa. La acción es sintética, ella incorpora una convicción, ella la expresa y por este hecho mismo, ella la desarrolla en aquel que la expresa y la comunica a los demás. La Liturgia guarda, transmite y nos entrega muchas más cosas de lo que comprenden quienes la han practicado, guardado y transmitido, más de lo que comprendemos. Toda mi fe está en el más banal de mis signos de la Cruz, y, cuando yo pronuncio “Padre nuestro”, he incluido ya todo aquello cuyo conocimiento no me será dado más que en la revelación de la Gloria”.
Toda teología y todo conocimiento de Dios están enraizados en la Cruz de Cristo. La inclinación natural del hombre es buscar a Dios en las obras buenas, en la gloria de la creación, en la sabiduría humana, y no en el sufrimiento, en el abandono, en la debilidad. La paradoja de la Cruz, es que la gloria de Dios se esconde en el fracaso, que la vida surge de la muerte. La liturgia del Viernes Santo, que celebra no la muerte, sino a Jesús dando su vida, nos habla ya de Pascua y de la Resurrección.
Leyendo los Evangelios vemos que la vida de Jesús fue una vida dada, su muerte s como la firma, fue hasta el fin del don. Sería absurdo que la grandeza de este don se perdiera en la nada; la resurrección es como la autentificación, por parte del Padre, de esta manera de vivir, de esta vida dada. Muerte y resurrección son inseparables.
El signo de la Cruz nos lleva al corazón de nuestra fe, habla del encuentro entre lo vertical y lo horizontal. La cruz explicita el misterio del centro. Ella es difusión, emanación, pero también unión, recapitulación. Es el más totalizante de los símbolos.
El signo de la Cruz, un signo tan simple que nos habla de la fe en el Dios Trino, de la unidad del Misterio Pascual, de la victoria de Cristo, de la pertenencia a un pueblo.