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Madre María Leticia Riquelme

Tercera Abadesa de Santa Escolástica

 

escudo-madre-maria-leticiaHabía nacido en Asunción del Paraguay el 6 de junio de 1943. Era hija de María Mercedes Fernández Alder y de Adolfo Riquelme y nieta del reconocido intelectual paraguayo don Manuel Riquelme. Fue bautizada el 23 de agosto de ese mismo año con el nombre de María Mercedes. Durante su primera infancia, su adolescencia y su juventud creció feliz en el seno de una familia profundamente unida, bebiendo en la rica savia familiar los valores de lealtad y rectitud, bondad y don de sí, que fueron forjando en ella el temple y la solidez propia de su carácter.

En 1948, la dictadura del Presidente Alfredo Stroessner obligó a su padre, militar, a dejar el Paraguay y radicarse con su familia en la Argentina.
Hizo la escuela primaria y secundaria en el Colegio de la Misericordia de Belgrano, donde alimentó y desarrolló la fe sólida y esencial que había recibido sobre todo de su abuela materna, una cristiana excepcional. Cuando cursaba los últimos años del secundario conoció a Monseñor Eduardo Pironio – por aquel entonces Profesor de la Universidad Católica Argentina – quien marcaría a fuego su piedad y espiritualidad cristianas cimentándolas en el amor de Dios Padre, hasta llegar a ser un verdadero maestro en el radical seguimiento de Jesucristo.

00097 Bendicion Ab M M LeticiaGraduada de bachiller, se inscribió en la Facultad de Ciencias Exactas en la Universidad de Buenos Aires, donde impulsada por sus padres, cursó Química durante dos años, hasta que ellos mismos le permitieron pasarse a la Universidad Católica y seguir la carrera de Filosofía; carrera que interrumpió cuando decidió consagrar su vida a Dios e ingresar al Monasterio el 25 de enero de 1965, fiesta de la conversión de San Pablo. Al año siguiente, en las primeras vísperas de Santa Escolástica, inició el noviciado recibiendo el profético nombre de Sor María Leticia, nombre que sintetizaría el misterio de su vida: “Descubrí – decía – que me voy a radicar en la Alegría sólo cuando sea pobre, porque solo entonces voy a ser plenamente de Dios”. Hizo su primera profesión el 25 de marzo de 1968, eligiendo el lema de “Abba Padre” y tres años después – el 25 de marzo de 1971- la profesión solemne.

Altísima en cuerpo y alma, bella en su porte exterior y más aún en su interior, muy inteligente y aguda, despierta y vivaz, todo lo que hacía llevaba el sello inconfundible de su exquisita sensibilidad, su profunda bondad, su sonrisa y su alegría. Amó la vida monástica desde las fibras más hondas de su ser cultivando desde el inicio una continua y especial relación con Dios en el trabajo y el estudio, consagrándose con admirable talento y ahínco a todo lo que se le encomendaba y especialmente a lo referente a la Palabra y al misterio del Señor.

El 25 de abril de 1977, a los 33 años de edad y con apenas 6 de profesión solemne, fue elegida 3ºAbadesa de Santa Escolástica. Como aún no tenía la edad requerida para serlo – la edad mínima era 35 – debió ser postulada a Roma, correspondiéndole providencialmente dar la autorización al Cardenal Eduardo Pironio, que en ese momento se encontraba al frente de la Sagrada Congregación para los Religiosos. Tres días después, el 28 de abril, llegó el rescripto que confirmó la elección y se procedió felizmente a la Instalación. El 5 de junio, en la solemnidad de la Santísima Trinidad, recibió la bendición abacial de manos de Mons. Justo Oscar Laguna, obispo auxiliar de San Isidro, escogiendo como divisa abacial “veritatem facientes in caritate”.

00095 Bend Ab MMLeticia, 6 junio 1977 entrega RBEmprendió y llevó a cabo con espíritu eclesial y misionero tres Fundaciones – Ntra Sra de la Fidelidad, en San Luis; Ntra Sra de la Esperanza, en Rafaela; y Gaudium Mariae, en Córdoba – a las que acompañó con prudencia sabia, pensamiento claro y ánimo estable y sereno.

Desde el comienzo de su abadiato asumió la conducción del noviciado en cuyas filas se formaron generaciones de jóvenes a quienes no dudó en señalar la meta alta del cielo, educándolas en la fe, en la alabanza, en la oración y en el perdón evangélicos y dándoles continuo testimonio de humildad, alegría y obediencia a Dios.

Maestra infatigable de la escuela del divino servicio, no descansó hasta ver formado a Cristo en las numerosas vocaciones que iban llegando en esos tiempos al monasterio, a quienes pastoreó con corazón íntegro y guió con mano inteligente.

Con la fuerza de un optimismo audaz y perseverante, supo encontrar – en épocas no fáciles – el medio de vida que permitiera a la comunidad encarnar el ideal benedictino: “serán verdaderamente monjes si viven del trabajo de sus manos”. Con mente abierta y visión amplia, facilitó la capacitación técnica, manual e intelectual necesarias para un trabajo rentable y monástico; un trabajo orientado enteramente a Dios, que persiguiera la excelencia, exigiera el sacrificio de la entrega y la humilde sumisión de quienes nada estiman tanto como a Cristo.

00096 Bendicion Ab MM LeticiaGigante de la fe, audaz en la esperanza e ingeniosa en la caridad, su existencia teologal la llevaba a vivir concretamente una especie de vocación a hacer felices a los demás, no sólo afanándose porque nadie se entristeciera, sino empeñándose a costa de cualquier sacrificio y ofrenda porque todas se alegraran en la verdad. La felicidad de las monjas era casi su obsesión. Todo lo hacía por ellas y para ellas desde una percepción casi natural del querer de Dios.

Siendo ella esencialmente una persona feliz, vivió la caridad en su expresión más sublime y entrañable: la de la amistad. Su amistad y cercanía hacía a todos mejores, pues su sola presencia impulsaba a la virtud y su sonrisa franca y su mirada transparente rompía toda distancia y traía al alma la luz y la paz de la eternidad.

Experta en humanidad su caridad trascendió los muros del monasterio alcanzando a pobres y necesitados, conocidos y desconocidos, y muy especialmente a los padres de las monjas, a quienes consideraba los primeros benefactores del monasterio por la entrega generosa de sus hijas a Dios. Curiosamente fueron las familias – sin siquiera sospecharlo – las primeras en despedirse de ella, cuando el 19 de mayo del 2007 quiso festejar con ellas los 30 años de su servicio abacial invitándolas a un Concierto preparado en su honor y a un almuerzo en los jardines del monasterio, en una fiesta inolvidable para todos.

Así, clavada, anclada y serena en la voluntad del Padre, vivificada por el misterio de la Pascua de Jesús, y experimentando siempre- según sus mismas palabras – “la fuerza del amor de Dios derramado en su corazón a través de los años, como una especie de obstinado amor por cada una”, con alegre iniciativa y exquisita humanidad reengendró a esta comunidad en la fe y la vida monástica, muriendo cotidiana y silenciosamente por ella.

El 28 de diciembre de 2007, resonando aún la gozosa melodía de la navidad, la repentina aparición de una gravísima enfermedad la dejaría totalmente invalida. Abrazó esta cruz con admirable naturalidad y valeroso heroísmo sin dudar de que era lo mejor para ella misma y para la comunidad. Tomó la cruz y la besó y con la misma aceptación y el mismo amor con que había tomado su cayado de pastor emprendió otra vez su camino pascual de la nueva y eterna Jerusalén.

168 - Rma. Madre Ma. Leticia Riquelme - 3era Abadesa 1977El 24 de enero de 2008, en la solemnidad de la Reina de la Paz, “con libertad y alegría, en la profunda certeza de los caminos de Dios en la vida de la comunidad y en la suya propia”, presentó su renuncia al cargo abacial. Renuncia que quiso hacer efectiva con una carta documento escrita de puño y letra para que fuera leída a todas las monjas por el Abad Presidente Padre Mamerto Menapace.

Cuando el Padre Abad Presidente le encomendó la preparación espiritual de la comunidad para la elección de la nueva abadesa – fijada para el 17 de febrero, segundo domingo de Cuaresma – se limitó a decirnos que rezáramos al Espíritu Santo y nos adhiriéramos fuertemente a la Virgen.

Sus últimos meses, cuando todo es ser y veracidad, vimos coronado el misterio de su vida por el humilde testimonio de su pasión. Demasiado grande y misterioso este don de Dios a nuestras vidas. Este don purificado por la cruz y por el fuego, embellecido y pleno del Espíritu del Señor. Misterio envuelto de gracia y de Presencia del Altísimo, fuente secreta de vida pascual, de cruz íntegramente recibida y vivida y de serena resurrección en los brazos del Padre: et adhuc tecum sum.

Cuando en la mañana del 6 de octubre de 2008 partió de este mundo al seno del Padre, en un tránsito sereno y luminoso, dejó ciertamente un gran vacío, pero dejó también al mismo tiempo la consoladora paz de verla pasar como naturalmente de la fiesta de este mundo a la fiesta radiante y feliz de la eternidad. Y sobre todo la firme certeza de que ella sigue viviendo en el corazón de esta comunidad, que se ha enriquecido por el paso de esta alma grande al cielo y no duda de que Dios cumplirá su gran deseo expresado así en su carta documento:

“Un sueño largamente acariciado por mi ha sido siempre, desde el comienzo, el poder volver a vivir un día, acabado el servicio abacial, escondida, libre y feliz en el seno de la comunidad como quien vive en el Seno de Dios…, siendo simple y pobremente una luz serena que señale el sendero de la eternidad”.

 

 

 

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