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La alegría de la adoración y de la alabanza

Textos comentados en la Cuarta Charla:

LA ALEGRÍA DE LA ADORACIÓN Y DE LA ALABANZA

Textos de la liturgia de navidad:
Dios y Padre nuestro, que acompañas bondadosamente a tu pueblo con la fiel espera del nacimiento de tu Hijo, concédenos festejar con alegría su venida y alcanzar el gozo que nos da su salvación.

Grita de alegría, hija de Sión. Aclama, Israel. Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén. El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti. Ya no temerás ningún mal. No temas, no desfallezcan tus manos. El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso. Él exulta de alegría a causa de ti; te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta” (Sof 3,14-18, 3º dom).

Te pedimos, Dios Todopoderoso, que el nacimiento de tu Hijo nos libre de la antigua esclavitud del pecado y nos ayude a vivir como hombres nuevos.

Dios todopoderoso, concédenos que la luz de tu salvación, venida del cielo para redimir al mundo, amanezca en nuestros corazones siempre necesitados de renovación.

Señor, Tú que nos has hecho renacer a una vida nueva por medio de tu Hijo, concédenos que la gracia nos modele a imagen de Aquél en quien nuestra naturaleza humana está unida a la tuya.

Dios nuestro, que cada año nos alegras con la esperanza de la salvación, concédenos que, recibiendo con gozo a tu Hijo unigénito como Redentor, podamos contemplarlo confiadamente cuando venga como Juez.

Dios, que admirablemente creaste la naturaleza humana y de modo aún más admirable la restauraste.

San Pablo VI:
Si la celebración de la fiesta de la navidad ha tenido realmente alguna importancia espiritual para nosotros, debe permanecer de alguna forma, no sólo en el recuerdo, que enseguida de desvanece y confunde en los recuerdos del pasado, sino en nuestros pensamientos y en nuestra conducta. Debe permanecer, ser absorbida en nuestra psicología y marcar una impronta en nuestro rostro espiritual. Debe permanecer como la semilla que, habiendo caído sobre tierra buena, echa raíces y crece y se desarrolla y finalmente da fruto.
Lleva consigo un pensarlo otra vez, un repensarlo, una reflexión, un intento de profundización, de meditación. La navidad de Cristo es un hecho tan importante, un misterio de tanta riqueza, que merece este segundo momento de consideración.

Nosotros, hombres pobres de vida interior porque somos tan ricos de vida exterior. ¿No sería hermoso que la navidad engendrase dentro de nosotros el Cristo interior, es decir, un cierto hábito de meditación, de un vivo recuerdo del gran misterio que hemos celebrado solemnemente? Es necesario que vivamos nuestra vida en unión con la vida de Cristo.

Repensar la navidad: Dios que se hace hombre para estar con nosotros, para ser nuestro compañero de viaje, nuestro amigo, nuestro maestro, nuestro Salvador. Navidad, una luz que no se debe apagar, la luz de la vida interior, nuestra, personal, que no podrá ser solitaria y desolada, sino que casi insensiblemente se hará diálogo, se hará oración. Experiencia nueva, humilde, fácil, hermosísima. Probadlo, queridos hijos.

Benedicto XVI:
Los magos eran hombres que buscaban la luz, que escrutaban los cielos, los signos celestiales, que miraban siempre hacia arriba. Siempre buscando, siempre en camino. Y porque buscaban estaban siempre atentos, abiertos. Como María intentaban captar y penetrar el sentido de las cosas y de los acontecimientos. Por eso supieron detenerse y descubrir la estrella que los guió hasta Jesús. De tanto mirar hacia arriba recibieron la luz, dejaron guiarse por ella y llegaron a ver a Dios. La luz exterior entró en su interior y los iluminó por dentro. Vieron a un recién nacido, a un niño como tantos, pero en ese niño vieron a Dios; la luz interior de la fe les permitió reconocer a Dios.

Cardenal Pironio:
Nosotros somos cristianos que caminamos desde la luz del bautismo hasta la luz sin ocaso de la eternidad. Los Padres de la Iglesia llamaban al bautismo “iluminación”, los que se bautizaban eran “los iluminados”, los tocados por la luz. Hemos sido iluminados y vamos en este itinerario de luz en luz, hasta que llegue el momento en que los ojos se apaguen a la belleza inmediata del mundo para contemplar la luz verdadera.
En torno nuestro debe irradiar siempre la luz. Quien se acerque a nosotros debe sentir la claridad, la transparencia de esta luz que surge de la luz que es Cristo y que nos ha iluminado por dentro. Ser estrellas que iluminen el camino de los demás. Las estrellas brillan siempre en la noche, cuando no falta la luz, cuando se esconde el sol. Iluminan la noche.
Cuando los magos llegan donde estaba el Niño, abren sus cofres y entregan sus dones: oro, incienso y mirra. Lo importante es abrir los cofres, abrir el corazón. Abrir para que se manifieste lo que llevamos dentro. ¿Qué llevamos dentro? ¿Llevamos a Cristo?
Benedicto XVI
¿Damos lugar para que Dios nazca en nuestros corazones? No había lugar en la posada – dice el evangelio – y tuvo que nacer en un pesebre. Si el Señor nace de veras en nuestro interior, nacerá la bondad, la mansedumbre, la humildad, la caridad. Por eso en nochebuena todos nos sentimos más buenos. Porque nace la bondad, nace el Bueno.

Cardenal Pironio
¿Qué podemos dar al Señor hoy en el oro, en el incienso y en la mirra? En el oro damos nuestra pequeñez,, nuestra pobreza. El oro es siempre signo de riqueza, de grandeza. Nuestra grandeza es la pequeñez, la humildad, la pobreza. En la medida en que nosotros vivamos abriendo nuestros cofres, abriendo nuestros corazones, entregamos la humildad, la pequeñez, la pobreza. “Señor, te doy mi pobreza”. En ese momento la luz se hace más intensa en nuestro interior. El incienso sube al Señor como plegaria. Es nuestra oración, nuestra inmolación, nuestra contemplación. El incienso es signo de alabanza. La alabanza sube a Dios envolviendo las peticiones de todo el mundo. Y la mirra es símbolo de nuestra cruz. Abrimos el cofre para recibir la cruz, y la volvemos a ofrecer al Señor.

San Juan Crisóstomo:
Acompañemos también nosotros a los magos, mantengámonos a distancia de las costumbres paganas, pues si ellos no se hubieran alejado de su patria, tampoco hubieran podido contemplar a Cristo. Apartémonos entonces de las cosas terrenales. Los mismos magos mientras estaban en Persia, veían la estrella; pero solo al salir de su tierra merecieron contemplar al sol de justicia. Levantémonos, por tanto, también nosotros; aunque todos se turben, nosotros corramos hacia la casa del niño; aunque los reyes, los pueblos y los tiranos nos obstaculicen el camino, no dejemos que eso apague nuestro amor. Así lograremos superar todas las dificultades. Si los magos no hubieran visto al niño, no hubieran escapado del peligro que los amenazaba de parte del rey. Antes de ver al niño, los asediaban temores, peligros y turbaciones por todas partes; pero después de adorarlo, todo era calma y seguridad; ya no es la estrella sino un ángel el que recibe a los magos. Abandona, pues tú también la ciudad alborotada y el tirano envidioso, abandona la vanidad mundana y dirígete presuroso a Belén, donde está la casa del pan espiritual”.

Benedicto XVI: La palabra de Dios es la verdadera estrella que, en la incertidumbre de los discursos humanos, nos ofrece el inmenso esplendor de la verdad divina. Dejémonos guiar por la estrella, que es la palabra de Dios; sigámosla en nuestra vida, caminando con la Iglesia, donde la Palabra ha plantado su tienda. Nuestro camino estará siempre iluminado por una luz que ningún otro signo puede darnos. Y también nosotros podremos convertirnos en estrella para los demás, reflejo de la luz que Cristo ha hecho brillar sobre nosotros.

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