El Buen Pastor
TEXTOS COMENTADOS EN LA SEGUNDA CHARLA DEL TIEMPO PASCUAL
EL BUEN PASTOR – YO HE VENIDO PARA QUE TENGAN VIDA EN ABUNDANCIA
Jn 10, 27-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: “Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”.
La invitación y el ejemplo del Buen Pastor
Dejemos que nuestro ánimo medite las palabras del Evangelio y que nuestro espíritu se abra para captar un aspecto que pueda sernos de alimento espiritual durante la celebración de los santos misterios.
El Evangelio de este domingo de Pascua nos presenta el célebre trozo del Buen Pastor. Parece casi como una respuesta a una necesidad psicológica, como –para usar una comparación obvia- es la de quien ha perdido la presencia física de una persona querida.
¿Qué hacemos cuando un de los nuestros nos deja al morir? Lo recordamos intensamente. El Evangelio de hoy induce a volver a pensar sobre la persona, sobre la figura, sobre la misión de Cristo. Observemos lo que ha sucedido. Jesús concluyó su vida temporal en la cruz y comenzó otra con la Resurrección.; y nosotros, que hemos quedado extasiados ante este acontecimiento que tanto nos consuela y que sin embargo está tan por encima de nosotros –la victoria sobre la muerte- nos volvemos a encontrar casi como abandonados y en la soledad, y nos volvemos con nuestra mente a Aquél que el Evangelio nos presenta en sus formas humanas y sensibles y nos preguntamos: ¿cómo era, cuál era su rostro, cómo evocar su figura?
Es necesario aquí evitar de inmediato un escollo muy común en nuestros días, el llamado “mitización”, que es una reconstrucción artificiosa y fantástica de la figura de Cristo.
“Manso y humilde de corazón”
Tenemos muy buenas razones para no cometer este error. En primer lugar porque el recuerdo de Cristo en el trozo evangélico de hoy es realista, humilde, despojado de toda amplificación y tiene íntegro el sello de la realidad fiel. Además, porque así seguimos siendo coherentes y fieles a la palabra de Jesús. Él mismo indica y define su misión: el Buen Pastor. Dos veces se ha dado a sí mismo este nombre y nosotros nos atenemos exactamente a esta definición que él quiso darse a sí y que nos transmitió, casi como declarando: pensadme así: yo soy el Buen Pastor. Por eso, ha querida dar a nuestra alma, a nuestra memoria, a nuestro razonamiento, esta definición suya, con tal evidencia que la primera y más antigua iconografía cristiana , como se sabe, nos presenta la imagen agreste, simple, campesina, del pastor que lleva sobre sus espaldas a una de sus ovejas.
El Buen Pastor es Jesús. Ahora se trata de entender, dado que no es suficiente mirar la imagen de la persona desaparecida y no es suficiente una evocación sensible, sino que es necesario comprender, penetrar lo que tales rasgos nos revelan. ¿Era así Jesús? ¿Es él precisamente quien quiso que se lo recuerde y celebre como Buen Pastor? En efecto, de esto se trata y de los caracteres sobresalientes que trazan los lineamientos de Jesús. Y bien, el Evangelio nos informa de esto con palabras increíblemente simples, y, como siempre, con enseñanzas profundas, abismales, que casi producen vértigo y agotan nuestro poder de comprensión. Sin embargo, estamos invitados por el Señor mismo –y la liturgia de la Iglesia repite la invitación- a pensarlo así: como una figura sumamente amable, dulce, cercana; podemos atribuir solamente al Señor la posibilidad de expresarse con bondad infinita.
Surgen además ante nuestra memoria otras palabras que Jesús ha dicho de sí: aprended de mi, que soy manso y humilde de corazón. Su bondad, también aquí, se define con elocuencia, con la fuerza que prodigiosamente hace descender hasta cada uno de nosotros el Salvador del mundo, el Hijo de Dios hecho hombre, Jesús, centro de la humanidad.
Al presentarse de este modo, Él repite la invitación del Pastor, es decir, establece una relación tierna y prodigiosa. Conoce a sus ovejas y las llama por su nombre. Dado que nosotros pertenecemos a su grey, fácilmente podemos corresponderle, aún antes de recurrir a Él. Somos llamados uno por uno. El nos conoce y nos nombra, se acerca a cada uno de nosotros y desea que entremos en relación afectuosa y filial con Él. La bondad del Señor se evidencia aquí de manera sublime, inefable. La devoción que la fe y la piedad cristiana tributen al Salvador, llegará con vigor –no solamente momentáneo, sino capaz de sondear las maravillas de tanto deleite- a penetrar en el corazón, y la Iglesia nos presentará el corazón de Cristo para que lo conozcamos, lo adoremos y lo invoquemos. La devoción al Sagrado Corazón de Jesús puede atribuirse muy bien a la fuente evangélica hoy recordada: “Yo soy el Buen Pastor”.
Hay, además, una característica que corrige una de las interpretaciones más comunes e inexactas de la bondad. Estamos acostumbrados a asociar el concepto de bondad con el debilidad, de no resistencia; a considerarla incapaz de actos fuertes y heroicos, de manifestaciones en las que triunfan la majestad y la fuerza.
El Buen Pastor da la vida por su grey
En la figura de Jesús, simple y compleja al mismo tiempo, las cualidades, las dotes que se dirían opuestas, encuentran en cambio una síntesis maravillosa. Jesús es dulce y fuerte, simple y grandioso, humilde y accesible a todos, una cima inalcanzable de fortaleza de ánimo, que nunca podrá nadie igualar. Sin embargo, El mismo nos introduce en ésta, su psicología, y nos hace penetrar, diríamos, su temperamento, en su admirable realidad.
El Buen Pastor da la vida por sus ovejas, por su grey. Es como decir: la imagen de la bondad se une a la de un heroísmo que se da, se sacrifica, se inmola, razón por la cual esa bondad se une a alturas y visiones del acto redentor, tan elevadas que nos dejan maravillados y atónitos.
Debemos acercarnos a Jesús, presentado así por el Evangelio, y debemos preguntarnos si en verdad nosotros, los cristianos, llevamos bien este nombre, es decir, si tenemos un concepto exacto de nuestro Divino Salvador. Es cierto que se escribieron muchas vidas de Él, que el Catecismo se refiere a Él y lo presenta, y que muchas páginas del Evangelio nos son familiares. ¿Pero poseemos una síntesis completa, casi fotográfica? ¿Tenemos un concepto exacto de lo que fue? Ahora bien, la querida imagen evangélica y casi pastoril que nos ofrece el Divino Maestro mismo, permite que nuestro espíritu repose en un encanto de amor y lo dirige y ayuda en la búsqueda de Dios.
El nos conoce y nos llama a todos
¿Qué hace Jesús para atraernos y conquistarnos tan seguramente? Él nos conoce. Piénsese en el prodigio que esto significa. Somos conocidos, llamados uno por uno, por nuestro nombre, por Cristo, y en modo total, es decir, con nuestro ser, nuestra persona, con los dones que Él nos prodiga, nuestros deseos y nuestros destinos. Todo esto está dentro de este libro que contiene las páginas de su bondad infinita. Todos estamos inscritos en la lista de los suyos; cada uno puede encontrarse a sí mismo en el Corazón de Cristo. ¿Qué belleza estupenda reflejarse en Jesús y adivinar cómo Él nos conoce! San Pablo hace ver esta realidad estupenda como una de las cosas futuras: “Ahora conozco en parte, después conoceré del mismo modo que soy conocido” (1 Co 13, 12). Pero desde ahora podemos percibir algo, y de este modo nos diferenciamos un poco de los hombres orgullosos o indiferentes o a veces malos. ¿Frente a Jesús que se llama a sí mismo el Buen Pastor, que nos conoce y nos llama por nuestro nombre, que quiere acercarse y nos guía dándonos la seguridad de llevarnos a los pastos de la vida verdadera y de los alimentos necesarios, cómo mejoramos también nosotros y cómo nos sentimos, a través del amor y de la elección, que la energía nueva, divina, sustituye a nuestra psicología humana tan rebelde! En una palabra, notamos que llegamos a ser perfectos cristianos.
Y todavía hay una característica más que concierne y define al Buen Pastor. Jesús ha sufrido y muerto por nosotros. El Buen Pastor dio su vida para salvar la nuestra. Si alguno de nosotros en alguna circunstancia peligrosa tuvo la suerte de haberse librado de una enfermedad o de haber evitado una desgracia mediante la intervención o mérito de alguien que ha actuado con desinterés, hasta con sacrificio, sentimos perennemente el vínculo de la gratitud hacia el benefactor. Por lo tanto, frente a nuestro Señor debemos tener, y en modo superlativo, la actitud, la obligación, de un reconocimiento sin fin.
Ha dado la vida por nosotros
Debemos sentir hacia Jesús esta actitud de agradecimiento ilimitado. Él nos ha salvado ofreciendo su vida por nosotros, dándola conscientemente, con sufrimientos, mientras –lo dicen los Padres- podría haber dado su vida de un modo más simple y menos atormentado. ¡En cambio ha querido dar a su sacrificio una evidencia dolorosa; ha querido grabarla en nuestras almas!
La más bella definición que encontramos en el Evangelio es la que dio de Él Juan el Precursor: “He aquí el Cordero de Dios que quita los pecados del mundo”. Jesús es quien se ha sacrificado e inmolado por nosotros. Ha estrechado un vínculo real de parentesco con nosotros que nos obliga, precisamente porque sustituyó nuestras faltas con su riqueza y dio satisfacción por nuestra miseria. El misterio de la salvación que es el misterio de una donación divina por nuestros muchísimos deberes y deudas, debería como nuevo motivo de fervor, grabar la figura de Cristo en nuestros corazones y suscitar en nosotros correspondencia plena y sentida.
Cuando en el Evangelio se alude a las relaciones entre el Hijo de Dios y sus discípulos hay siempre de parte de estos últimos algo de defectuoso, de duda, de inestabilidad e insuficiencia. Solamente después de la muerte de Cristo y de su sacrificio volvieron a pensar en Él como en el Pastor que da la vida por las ovejas. De este modo se encendió en el ánimo de los mismos la llama de adhesión, la llama de aquél amor y entrega de si, que el Señor pide a todos los que desean seguirle.
Que nuestra respuesta sea plena, generosa y constante
Deberíamos sentirnos todos llamados por nuestro nombre, es necesario ver en Jesús la guía de nuestros destinos, de nuestra vida entera. Todos debemos decirle: ¡Gracias! Yo también haré algo, mi vida es tuya así como tu vida ha sido y es mía.
La nueva relación de amor que une la humanidad a Cristo fue definida como la unión, los esponsales entre la humanidad y Cristo. Por ello la Iglesia, es decir la humanidad que sigue a Cristo es llamada Esposa de Cristo. Esto quiere decir una respuesta: amor por amor, y lo que nosotros que pertenecemos a la Iglesia debemos ser: los protegidos por la bondad de Dios, de Cristo. Además indica nuestra capacidad para superar y vencer timideces, ignorancias, dudas, para establecer con Él relaciones directas de íntima conversación y de amor secreto, indisoluble.
Esta, queridos hijos, es la meditación para hoy para siempre. Nunca deberá tener fin. Pensad en las palabras del Señor que dice de si: Yo soy el Buen Pastor. ¡Con que caridad infinita las repite a cada uno de nosotros y las confirma con estas otras: mira que el Buen Pastor ha dado su vida por ti! ¿Y tú? Hijos, a vosotros corresponde la respuesta.
Pablo VI, celebración del domingo del Buen Pastor: 28 de abril de 1968