VI Domingo de Pascua, ciclo A

 

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Quien se ha abierto al amor de Dios, ha escuchado su voz y ha recibido su luz, no puede retener este don para sí. La fe, puesto que es escucha y visión, se transmite también como palabra y luz. El apóstol Pablo, hablando a los Corintios, usa precisamente estas dos imágenes. Por una parte dice: “Pero teniendo el mismo espíritu de fe, según lo que está escrito: Creí, por eso hablé, también nosotros creemos y por eso hablamos” (2 Co 4,13). La palabra recibida se convierte en respuesta, confesión y, de este modo, resuena para los otros, invitándolos a creer.

Por otra parte, san Pablo se refiere también a la luz: “Reflejamos la gloria del Señor y nos vamos transformando en su imagen” (2 Co 3,18). Es una luz que se refleja de rostro en rostro, como Moisés reflejaba la gloria de Dios después de haber hablado con él: “[Dios] ha brillado en nuestros corazones, para que resplandezca el conocimiento de la gloria de Dios reflejada en el rostro de Cristo” (2 Co 4,6). La luz de Cristo brilla como en un espejo en el rostro de los cristianos, y así se difunde y llega hasta nosotros, de modo que también nosotros podamos participar en esta visión y reflejar a otros su luz, igual que en la liturgia pascual la luz del cirio enciende otras muchas velas. La fe se transmite, por así decirlo, por contacto, de persona a persona, como una llama enciende otra llama. Los cristianos, en su pobreza, plantan una semilla tan fecunda, que se convierte en un gran árbol que es capaz de llenar el mundo de frutos.

LUMEN FIDEI

 

ORACIÓN COLECTA: Dios todopoderoso, concédenos continuar celebrando con intenso fervor estos días de alegría en honor de Cristo resucitado, de manera que prolonguemos en nuestra vida el misterio de fe que recordamos. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

De los Hechos de los Apóstoles 8,5-8.14-17

En aquellos días: Felipe descendió a una ciudad de Samaría y allí predicaba a Cristo. Al oírlo y al ver los milagros que hacía, todos recibían unánimemente las palabras de Felipe. Porque los espíritus impuros, dando grandes gritos, salían de muchos que estaban poseídos, y buen número de paralíticos y lisiados quedaron sanos. Y fue grande la alegría de aquella ciudad. Cuando los Apóstoles que estaban en Jerusalén oyeron que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Estos, al llegar, oraron por ellos para que recibieran el Espíritu Santo. Porque todavía no había descendido sobre ninguno de ellos, sino que solamente estaban bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron las manos y recibieron el Espíritu Santo.

 

Queridos hermanos y hermanas:

En el libro de los Hechos de los Apóstoles se narra que, tras una primera violenta persecución, la comunidad cristiana de Jerusalén, a excepción de los Apóstoles, se dispersó en las regiones circundantes y Felipe, uno de los diáconos, llegó a una ciudad de Samaría. Allí predicó a Cristo resucitado y numerosas curaciones acompañaron su anuncio, de forma que la conclusión del episodio es muy significativa: «La ciudad se llenó de alegría» (Hch 8, 8). Cada vez nos impresiona esta expresión, que esencialmente nos comunica un sentido de esperanza; como si dijera: ¡es posible! Es posible que la humanidad conozca la verdadera alegría, porque donde llega el Evangelio, florece la vida; como un terreno árido que, regado por la lluvia, inmediatamente reverdece. Felipe y los demás discípulos, con la fuerza del Espíritu Santo, hicieron en los pueblos de Palestina lo que había hecho Jesús: predicaron la Buena Nueva y realizaron signos prodigiosos. Era el Señor quien actuaba por medio de ellos. Como Jesús anunciaba la venida del reino de Dios, así los discípulos anunciaron a Jesús resucitado, profesando que él es Cristo, el Hijo de Dios, bautizando en su nombre y expulsando toda enfermedad del cuerpo y del espíritu.

«La ciudad se llenó de alegría». Leyendo este pasaje, espontáneamente se piensa en la fuerza sanadora del Evangelio, que a lo largo de los siglos ha «regado», como río benéfico, a tantas poblaciones. Algunos grandes santos y santas han llevado esperanza y paz a ciudades enteras: pensemos en san Carlos Borromeo en Milán, en el tiempo de la peste; en la beata madre Teresa de Calcuta; y en tantos misioneros, cuyos nombres Dios conoce, que han dado la vida por llevar el anuncio de Cristo y hacer que florezca entre los hombres la alegría profunda. Mientras los poderosos de este mundo buscaban conquistar nuevos territorios por intereses políticos y económicos, los mensajeros de Cristo iban por todas partes con el objetivo de llevar a Cristo a los hombres y a los hombres a Cristo, sabiendo que sólo él puede dar la verdadera libertad y la vida eterna. También hoy la vocación de la Iglesia es la evangelización: tanto de las poblaciones que todavía no han sido «regadas» por el agua viva del Evangelio; como de aquellas que, aun teniendo antiguas raíces cristianas, necesitan linfa nueva para dar nuevos frutos, y redescubrir la belleza y la alegría de la fe.

 

Benedicto XVI

 

 Salmo responsorial: 65,1-3a.4-7a.16-20

R/ Aclamad al Señor, tierra entera.

 

Aclamad al Señor, tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria; decid a Dios: “Qué temibles son tus obras”. R/

Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre. Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres. R/

Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos con Dios, que con su poder gobierna eternamente R/

Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo. Bendito sea Dios, que no rechazó mi súplica, ni me retiró su favor. R/

 

De la 1ª carta de san Pedro 3,15-18

Queridos hermanos: Glorifiquen en sus corazones a Cristo, el Señor. Estén siempre dispuestos a defenderse delante de cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen. Pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia. Así se avergonzarán todos aquéllos que difaman el buen comportamiento que ustedes tienen en Cristo, porque ustedes se comportan como servidores de Cristo. Es preferible sufrir haciendo el bien, si ésta es la voluntad de Dios, que haciendo el mal. Cristo padeció una vez por los pecados –el Justo por los injustos– para que, entregado a la muerte en su carne y vivificado en el Espíritu, los llevara a ustedes a Dios.

 

Evangelio según san Juan 14,15-21

Durante la última Cena, Jesús dijo a sus discípulos: Si ustedes me aman, cumplirán mis mandamientos. Y Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito para que esté siempre con ustedes: el Espíritu de la Verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no lo ve ni lo conoce. Ustedes, en cambio, lo conocen, porque Él permanece con ustedes y estará en ustedes. No los dejaré huérfanos, volveré a ustedes. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero ustedes sí me verán, porque Yo vivo y también ustedes vivirán. Aquel día comprenderán que Yo estoy en mi Padre, y que ustedes están en mí y Yo en ustedes. El que recibe mis mandamientos y los cumple, ése es el que me ama; y el que me ama será amado por mi Padre, y Yo lo amaré y me manifestaré a él.

 

 

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