II domingo de Adviento, ciclo A

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Dios tiene un rostro. Dios tiene un nombre. En Cristo, Dios se ha encarnado y se entrega a nosotros en el misterio de la santísima Eucaristía. La Palabra es carne. Se entrega a nosotros bajo las apariencias del pan, y así se convierte verdaderamente en el Pan del que vivimos. Los hombres vivimos de la Verdad. Esta Verdad es Persona: nos habla y le hablamos. La iglesia es el lugar del encuentro con el Hijo del Dios vivo, y así es el lugar de encuentro entre nosotros. Esta es la alegría que Dios nos da: que él se ha hecho uno de nosotros, que nosotros podemos casi tocarlo y que él vive con nosotros. Realmente, la alegría de Dios es nuestra fuerza.

Benedicto XVI, 10 de diciembre de 2006.
 

Oración Colecta: Dios todopoderoso y rico en misericordia, que nuestras ocupaciones cotidianas no nos impidan acudir presurosos al encuentro de tu Hijo, para que guiados por tu sabiduría divina, podamos gozar siempre de su compañía. Que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 Del libro del profeta 11,1-10

Saldrá una rama del tronco de Jesé y un retoño brotará de sus raíces. Sobre él reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría y de inteligencia, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de temor del Señor –y lo inspirará el temor del Señor–. Él no juzgará según las apariencias ni decidirá por lo que oiga decir: juzgará con justicia a los débiles y decidirá con rectitud para los pobres del país; herirá al violento con la vara de su boca y con el soplo de sus labios hará morir al malvado. La justicia ceñirá su cintura y la fidelidad ceñirá sus caderas. El lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá; la vaca y la osa vivirán en compañía, sus crías se recostarán juntas, y el león comerá paja lo mismo que el buey. El niño de pecho jugará sobre el agujero de la cobra, y en la cueva de la víbora meterá la mano el niño apenas destetado. No se hará daño ni estragos en toda mi Montaña santa, porque el conocimiento del Señor llenará la tierra como las aguas cubren el mar. Aquel día, la raíz de Jesé se erigirá como estandarte para los pueblos: las naciones la buscarán y la gloria será su morada.

Salmo responsorial: Sal 71,1-2.7-8.12-13.17

En sus días florecerá la justicia y abundará la paz para siempre.

 Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. R/

Que en sus días florezca la justicia, y la paz hasta que falte la luna; que domine de mar a mar, del Gran Río al confín de la tierra. R/

Porque él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector; él se apiadará del pobre y del indigente, y salvará la vida de los pobres. R/

Que su nombre sea eterno, y su fama dure como el sol; que él sea la bendición de todos los pueblos y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra. R/

De la carta a los Romanos 15,4-9

Hermanos: Todo lo que ha sido escrito en el pasado, ha sido escrito para nuestra instrucción, a fin de que por la constancia y el Consuelo que dan las Escrituras, mantengamos la esperanza. Que el Dios de la constancia y del consuelo les conceda tener los mismos sentimientos unos hacia otros, a ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo corazón y una sola voz, glorifiquen a Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo. Sean mutuamente acogedores, como Cristo los acogió a ustedes para la gloria de Dios. Porque les aseguro que Cristo se hizo servidor de los judíos para confirmar la fidelidad de Dios, cumpliendo las promesas que Él había hecho a nuestros padres, y para que los paganos glorifiquen a Dios por su misericordia. Así lo enseña la Escritura cuando dice: “Yo te alabaré en medio de las naciones, Señor, y cantaré en honor de tu Nombre”.

 

Evangelio según san Mateo 3,1-12

En aquellos días, se presentó Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: “Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca”. A él se refería el profeta Isaías cuando dijo: “Una voz grita en el desierto: ‘Preparen el camino del Señor, allanen sus senderos’”. Juan tenía una túnica de pelos de camello y un cinturón de cuero, y se alimentaba con langostas y miel silvestre. La gente de Jerusalén, de toda la Judea y de toda la región del Jordán iba a su encuentro, y se hacía bautizar por él en las aguas del Jordán, confesando sus pecados. Al ver que muchos fariseos y saduceos se acercaban a recibir su bautismo, Juan les dijo: “Raza de víboras, ¿quién les enseñó a escapar de la ira de Dios que se acerca? Produzcan el fruto de una sincera conversión, y no se contenten con decir: ‘Tenemos por padre a Abraham’. Porque yo les digo que de estas piedras, Dios puede hacer surgir hijos de Abraham. El hacha ya está puesta a la raíz de los árboles: el árbol que no produce buen fruto será cortado y arrojado al fuego. Yo los bautizo con agua para que se conviertan; pero Aquél que viene detrás de mí es más poderoso que yo, y yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias. Él los bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Tiene en su mano la horquilla y limpiará su era: recogerá su trigo en el granero y quemará la paja en un fuego inextinguible”.

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El adviento es precisamente tiempo de espera, de esperanza y de preparación para la visita del señor. a este compromiso nos invitan también la figura y la predicación de Juan bautista. Juan se retiró al desierto para llevar una vida muy austera y para invitar, también con su vida, a la gente a la conversión; confiere un bautismo de agua, un rito de penitencia único, que lo distingue de los múltiples ritos de purificación exterior de las sectas de la época. ¿quién es, pues, este hombre? ¿quién es Juan bautista? su respuesta refleja una humildad sorprendente. no es el mesías, no es la luz. no es Elías que volvió a la tierra, ni el gran profeta esperado. es el precursor, un simple testigo, totalmente subordinado a aquel que anuncia; una voz en el desierto, como también hoy, en el desierto de las grandes ciudades de este mundo, de gran ausencia de dios, necesitamos voces que simplemente nos anuncien: “dios existe, está siempre cerca, aunque parezca ausente”. es una voz en el desierto y es un testigo de la luz; y esto nos conmueve el corazón, porque en este mundo con tantas tinieblas, tantas oscuridades, todos estamos llamados a ser testigos de la luz. esta es precisamente la misión del tiempo de adviento: ser testigos de la luz, y sólo podemos serlo si llevamos en nosotros la luz, si no sólo estamos seguros de que la luz existe, sino que también hemos visto un poco de luz. en la iglesia, en la palabra de dios, en la celebración de los sacramentos, en el sacramento de la confesión, con el perdón que recibimos, en la celebración de la santa eucaristía, donde el señor se entrega en nuestras manos y en nuestro corazón, tocamos la luz y recibimos esta misión: ser hoy testigos de que la luz existe, llevar la luz a nuestro tiempo.

Benedicto XVI– 11 de diciembre de 2011

El Evangelio de este segundo domingo de Adviento (Mt 3, 1-12) nos presenta la figura de san Juan Bautista, el cual, según una célebre profecía de Isaías (cf. 40, 3), se retiró al desierto de Judea y, con su predicación, llamó al pueblo a convertirse para estar preparado para la inminente venida del Mesías. San Gregorio Magno comenta que el Bautista «predica la recta fe y las obras buenas… para que la fuerza de la gracia penetre, la luz de la verdad resplandezca, los caminos hacia Dios se enderecen y nazcan en el corazón pensamientos honestos tras la escucha de la Palabra que guía hacia el bien» (Hom. in Evangelia, XX, 3: CCL 141, 155). El precursor de Jesús, situado entre la Antigua y la Nueva Alianza, es como una estrella que precede la salida del Sol, de Cristo, es decir, de Aquel sobre el cual —según otra profecía de Isaías— «reposará el espíritu del Señor: espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu de ciencia y temor del Señor» (Is 11, 2).

En el tiempo de Adviento, también nosotros estamos llamados a escuchar la voz de Dios, que resuena en el desierto del mundo a través de las Sagradas Escrituras, especialmente cuando se predican con la fuerza del Espíritu Santo. De hecho, la fe se fortalece cuanto más se deja iluminar por la Palabra divina, por «todo cuanto —como nos recuerda el apóstol san Pablo— fue escrito en el pasado… para enseñanza nuestra, para que con la paciencia y el consuelo que dan las Escrituras mantengamos la esperanza» (Rm 15, 4). El modelo de la escucha es la Virgen María: «Contemplando en la Madre de Dios una existencia totalmente modelada por la Palabra, también nosotros nos sentimos llamados a entrar en el misterio de la fe, con la que Cristo viene a habitar en nuestra vida. San Ambrosio nos recuerda que todo cristiano que cree, concibe en cierto sentido y engendra al Verbo de Dios en sí mismo» (Verbum Domini, 28).

Queridos amigos, «nuestra salvación se basa en una venida», escribió Romano Guardini (La santa notte. Dall’Avvento all’Epifania, Brescia 1994, p. 13). «El Salvador vino por la libertad de Dios… Así la decisión de la fe consiste… en acoger a Aquel que se acerca» (ib., p. 14). «El Redentor —añade— viene a cada hombre: en sus alegrías y penas, en sus conocimientos claros, en sus dudas y tentaciones, en todo lo que constituye su naturaleza y su vida» (ib., p. 15).

A la Virgen María, en cuyo seno habitó el Hijo del Altísimo, y que el miércoles próximo, 8 de diciembre, celebraremos en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, pedimos que nos sostenga en este camino espiritual, para acoger con fe y con amor la venida del Salvador.

FRANCISCO

 

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