Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida
TEXTOS COMENTADOS EN LA TERCERA CHARLA DEL TIEMPO PASCUAL
YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA
Tenemos que hacernos a veces esta pregunta ¿adoramos al Señor? ¿Acudimos a Dios sólo para pedir, para agradecer, o nos dirigimos a él también para adorarlo? Pero, entonces, ¿qué quiere decir adorar a Dios? Significa aprender a estar con él, a pararse a dialogar con él, sintiendo que su presencia es la más verdadera, la más buena, la más importante de todas. Cada uno de nosotros, en la propia vida, de manera consciente y tal vez a veces sin darse cuenta, tiene un orden muy preciso de las cosas consideradas más o menos importantes. Adorar al Señor quiere decir darle a él el lugar que le corresponde; adorar al Señor quiere decir afirmar, creer – pero no simplemente de palabra – que únicamente él guía verdaderamente nuestra vida; adorar al Señor quiere decir que estamos convencidos ante él de que es el único Dios, el Dios de nuestra vida, el Dios de nuestra historia.
Los ídolos a menudo los mantenemos bien escondidos; pueden ser la ambición, el carrerismo, el gusto del éxito, el poner en el centro a uno mismo, la tendencia a estar por encima de los otros, la pretensión de ser los únicos amos de nuestra vida, algún pecado al que estamos apegados, y muchos otros. Una pregunta debe resonar en el corazón de cada uno, y que respondiéramos a ella con sinceridad: ¿He pensado en qué ídolo oculto tengo en mi vida que me impide adorar al Señor? Adorar es despojarse de nuestros ídolos, también de esos más recónditos, y escoger al Señor como centro, como vía maestra de nuestra vida.
El Señor es el único, el único Dios de nuestra vida, y nos invita a despojarnos de tantos ídolos y a adorarle sólo a él. Anunciar, dar testimonio, adorar. Papa Benedicto XVI
Éxodo 20, 3: “No tendrás dioses ajenos delante de mí”.
Éxodo 20, 4: “No te harás una imagen tallada, ni una imagen de nada que esté en el cielo arriba, o que esté en la tierra debajo, o que esté en el agua debajo de la tierra”.
Salmo 135,15-17: “Los ídolos de las naciones son plata y oro, obra de manos humanas. Tienen boca, pero no hablan; tienen ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no oyen, ni hay aliento en sus bocas.”
Todo lo tenemos en Cristo. Que toda alma se acerque a él, tanto la manchada con pecados carnales como la clavada aún con los deseos mundanos, la que aún es imperfecta pero se encuentra en el camino de la perfección por entregarse a la meditación asidua, como la que ya es perfecta por las numerosas virtudes. Todo está en poder del Señor, y Cristo es todo para nosotros: si deseas sanar una herida, él es médico; si te abrasa el ardor de la fiebre, es fuente; si te ves oprimido por la iniquidad, es justicia; si tienes necesidad de auxilio, es fortaleza; si temes la muerte, es vida; si deseas el cielo, es camino; si huyes de las tinieblas, es luz; si buscas comida, es alimento. Así pues, gusten y vean qué dulce es el Señor: dichoso el hombre que espera en él. San Ambrosio