I Domingo de Cuaresma, ciclo A

 

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Cuando el Señor Jesucristo fue tentado, el diablo le sugirió hacer pan de las piedras. Tuvo hambre porque se abajó hasta ese punto, ya que también esto convenía a la humildad. Tuvo hambre el pan, se fatigó el camino, fue herida la salud, fue muerta la vida. Como sabéis, cuando tuvo hambre el tentador le dijo: “Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes”. Y él respondió al tentador para enseñarte a ti cómo responderle. Pues el emperador lucha para que los soldados aprendan. ¿Qué le respondió? “No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. Y no hizo panes de las piedras aun cuando hubiera podido hacerlo, como había hecho del agua vino. En efecto, es propio del mismo poder hacer pan de una piedra, mas no lo hizo para despreciar la voluntad del tentador. Pues el tentador no es vencido si no se lo desprecia.
Así pues, el que tenía tan gran poder, tuvo hambre, tuvo sed, se fatigó, se entregó al sueño, fue arrestado y flagelado, crucificado y muerto. Este, pues, es el sendero: camina por la humildad para llegar a la eternidad. Cristo Dios es la patria a la que nos dirigimos; Cristo hombre es el camino por donde avanzamos. Vamos a él, vamos por él, ¿cómo temer extraviarnos? No se alejó del Padre y vino a nosotros. Era alimentado y abarcaba el mundo. Yacía en un pesebre y apacentaba a los ángeles. Dios y hombre: el mismo que era Dios, era hombre; el mismo que era hombre, era Dios.
SAN AGUSTÍN

 

 

Oración Colecta: Dios todopoderoso, concédenos que por la práctica anual de la Cuaresma, progresemos en el conocimiento del misterio de Cristo y vivamos en conformidad con él. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Del libro del Génesis 2, 7-9; 3, 1-7

El Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado. Y el Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer; hizo brotar el árbol de la vida en medio del jardín y el árbol del conocimiento del bien y del mal. La serpiente era el más astuto de todos los animales del campo que el Señor Dios había hecho, y dijo a la mujer: “¿Así que Dios les ordenó que no comieran de ningún árbol del jardín?” La mujer le respondió: “Podemos comer los frutos de todos los árboles del jardín. Pero respecto del árbol que está en medio del jardín, Dios nos ha dicho: ‘No coman de él ni lo toquen, porque de lo contrario quedarán sujetos a la muerte’”. La serpiente dijo a la mujer: “No, no morirán. Dios sabe muy bien que cuando ustedes coman de ese árbol, se les abrirán los ojos y serán como dioses, conocedores del bien y del mal”. Cuando la mujer vio que el árbol era apetitoso para comer, agradable a la vista y deseable para adquirir discernimiento, tomó de su fruto y comió; luego se lo dio a su marido, que estaba con ella, y él también comió. Entonces se abrieron los ojos de los dos y descubrieron que estaban desnudos. Por eso se hicieron unos taparrabos, entretejiendo hojas de higuera.

 

Salmo responsorial: 50,3-6a.12-14.17

R/ Misericordia, Señor: hemos pecado.

 

Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa. Lava del todo mi delito, limpia mi pecado. R/

Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado. Contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. R/

Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu R/

Devuélveme la alegría de tu salvación, afiánzame con espíritu generoso. Señor, me abrirás los labios, y mi boca proclamará tu alabanza R/

 

De la carta de san Pablo a los Romanos 5, 12-19

Hermanos: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, porque todos pecaron. En efecto, el pecado ya estaba en el mundo, antes de la Ley, pero cuando no hay Ley, el pecado no se tiene en cuenta. Sin embargo, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso en aquellos que no habían pecado, cometiendo una transgresión semejante a la de Adán, que es figura del que debía venir. Pero no hay proporción entre el don y la falta. Porque si la falta de uno solo provocó la muerte de todos, la gracia de Dios y el don conferido por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, fueron derramados mucho más abundantemente sobre todos. Tampoco se puede comparar ese don con las consecuencias del pecado cometido por un solo hombre, ya que el juicio de condenación vino por una sola falta, mientras que el don de la gracia lleva a la justificación después de muchas faltas. En efecto, si por la falta de uno solo reinó la muerte, con mucha más razón, vivirán y reinarán por medio de un solo hombre, Jesucristo, aquéllos que han recibido abundantemente la gracia y el don de la justicia. Por consiguiente, así como la falta de uno solo causó la condenación de todos, también el acto de justicia de uno solo producirá para todos los hombres la justificación que conduce a la Vida. Y de la misma manera que por la desobediencia de un solo hombre, todos se convirtieron en pecadores, también por la obediencia de uno solo, todos se convertirán en justos.

 

Evangelio según san Mateo 4, 1-11

Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador, acercándose, le dijo: “Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes”. Jesús le respondió: “Está escrito: ‘El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios’”. Luego el demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del Templo, diciéndole: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: ‘Dios dará órdenes a sus ángeles, y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna piedra’”. Jesús le respondió: “También está escrito: ‘No tentarás al Señor, tu Dios’”. El demonio lo llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del mundo con todo su esplendor, y le dijo: “Te daré todo esto, si te postras para adorarme”. Jesús le respondió: “Retírate, Satanás, porque está escrito: ‘Adorarás al Señor, tu Dios, y a Él solo rendirás culto’”. Entonces el demonio lo dejó, y unos ángeles se acercaron para servirlo.

 

Hoy son muchos los que desean un cristianismo fácil. La fórmula que debemos hacer revivir en nuestra generación es la de un cristianismo fuerte, que tenga dominio de sí, que sea capaz de llevar la cruz, que sea capaz de seguir a Cristo, el cual ha predicado la senda estrecha, la sencillez, la pobreza y la ley del morir para vivir, la ley del sacrificio. Y esto no para ofender y entristecer al hombre, que posee una avidez insaciable de vida, de plenitud, de felicidad, sino para adiestrarlo y conducirlo a la conquista, o mejor a la reconquista del paraíso perdido.

El cristianismo conoce todas las dulzuras del estilo de bondad, de la caridad, pero es en sí mismo un estilo fuerte, severo, quiere ser vivido con plenitud, con un potencial de heroísmo, sin poner condiciones o límites a la llamada de Dios, y que vive con una totalidad que perpetúa a lo largo de toda la vida su respuesta de amor: Sí, Señor, quiero servirte sin límites.

Pablo VI

 

En los domingos de Cuaresma, y de modo muy particular en este año litúrgico del ciclo A, se nos introduce a vivir un itinerario bautismal. Las lecturas que escucharemos en los próximos domingos y a las que os invito a prestar especial atención, están tomadas precisamente de la antigua tradición que acompañaba al catecúmeno en el descubrimiento del Bautismo: son el gran anuncio de lo que Dios realiza en este sacramento, una estupenda catequesis bautismal dirigida a cada uno de nosotros.

El Primer Domingo, llamado domingo de la Tentación, porque presenta las tentaciones de Jesús en el desierto, nos invita a renovar nuestra decisión definitiva por Dios y a afrontar con valentía la lucha que nos espera para permanecer siempre fieles a Jesús.

BENEDICTO XVI – 9 de marzo de 2011

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