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El valor del tiempo

Por Giovanni Battista Montini, beato Pablo VI
Extracto de la homilía para el día de Año Nuevo de 1961

El inicio del año civil, que cae hoy, no tiene un reflejo directo en la liturgia, la cual sigue con tranquila coherencia la meditación del misterio de la Navidad, de la Encarnación. Pero este momento, esta circunstancia tiene una repercusión notable en nuestro ánimo: nos hace pensar. El cambio de año, ver con nuestros ojos el aumento de la cifra de los años que pasan, nos hace reflexionar.

El valor del tiempo lo conocemos, nosotros los modernos, porque todos vamos apresurados y queremos ganar tiempo. Ved que uno de los esfuerzos más notables de nuestro momento, de nuestro período de civilización, es la velocidad, es decir: ganar tiempo, usar más intensamente el tiempo que pasa, porque se sabe que solo así podemos gozar de la vida.

San Carlos Borromeo hizo un sermón sobre el ocio y dice –sabiamente- que no hay nada más precioso que el tiempo, pero el tiempo usado, el tiempo empleado, el tiempo activo, el tiempo que ejerce una operación, que busca ganar un futuro. Esta consideración la encontraremos en toda la Sagrada Escritura, especialmente en el Nuevo Testamento. San Pablo continuamente repite esta consideración: el tiempo es breve (1 Cor. 7. 29), corred, obrad bien, este es el tiempo favorable, útil, el tiempo propicio (2 Cor. 6.2)

El Evangelio me parece recorrido por una tensión. Especialmente en el Evangelio de san Juan veréis que Cristo repite este concepto: caminad mientras es de día, mientras tenéis luz, porque llegará la noche en que nadie podrá obrar (Jn 12, 35 y 9,4). Y dirá después el Señor, siete, ocho, diez veces -ahora se diría que Cristo vive con el reloj en la mano- que “todavía no ha llegado mi hora” (Jn 2, 4) ha venido mi hora”, “este es el momento”.

Esto nos dice que la consideración del tiempo es una consideración útil, sabia, especialmente si la hacemos a la luz  de este plan divino que aclara nuestra vida y nos hace ver cómo la vida presente se nos da para cumplir un plan, para alcanzar una meta, para cumplir un deber. A la consideración sobre el valor del tiempo sucede la consideración sobre el buen uso del tiempo, cómo se usa bien; y se emplea bien cumpliendo lo que tenemos que cumplir, ejecutando el programa establecido para nuestra vida, haciendo, en una palabra, nuestro deber.

Nuestros deberes son los que llenan bien el tiempo. Y es extraño que el hombre moderno sea tan avaro de su tiempo, y lo calcule con tanta precisión y tanta medida, y con tanta prisa y ansia de emplearlo bien, y luego lo disipe. Cuantas horas perdidas, cuantos entretenimientos inútiles, cuanta conquista de tiempo libre, ¿empleado para qué? Para perder el tiempo. Una gran parte de nuestras ocupaciones son perfectamente inútiles, porque no forman parte de nuestros deberes y nos hacen perder el tiempo que hemos ganado.

Seamos verdaderamente cristianos y demos al tiempo que pasa un valor eterno; encontraremos todo esto en el día final, al atardecer de la vida. Si hemos olvidado esto, hijos míos, habremos perdido el tiempo, habremos perdido todo, habremos acabado de gozar de la vida y la habremos malgastado. Para  gozar de la vida, hay que conducirla hacia los bienes eternos, los bienes morales, los bienes religiosos, los de la gracia sobrenatural, anticipo de aquella condición de vida en la que ya no existirá la sucesión, sino que el instante será perenne.

Que el tiempo que pasa pueda prepararnos para el día que no pasará nunca! Y usemos bien el día que pasa; días, semanas, y años para unirnos con Cristo eterno, que nos espera al final de esta nuestra peregrinación terrena.

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