XX Domingo del Tiempo durante el año – ciclo C

 

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Su Madre lo siguió siempre fielmente,

teniendo fija la mirada de su corazón en Jesús,

el Hijo del Altísimo, y en su misterio.

Pidamos a María que también nos ayude a nosotros

a tener la mirada bien fija en Jesús

y a seguirlo siempre, también cuando cuesta.

FRANCISCO

 

Oración Colecta: Dios nuestro, que has preparado bienes invisibles para los que te aman, infunde en nuestros corazones la ternura de tu amor para que, amándote en todas y sobre todas las cosas, alcancemos tus promesas que superan todo deseo. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Del Profeta Jeremías 38, 3-6. 8-10

El profeta Jeremías decía al pueblo: “Así habla el Señor: ‘Esta ciudad será entregada al ejército del rey de Babilonia, y éste la tomará’”. Los jefes dijeron al rey: “Que este hombre sea condenado a muerte, porque con semejantes discursos desmoraliza a los hombres de guerra que aún quedan en esta ciudad, y a todo el pueblo. No, este hombre no busca el bien del pueblo, sino su desgracia”. El rey Sedecías respondió: “Ahí lo tienen en sus manos, porque el rey ya no puede nada contra ustedes”. Entonces ellos tomaron a Jeremías y lo arrojaron al aljibe de Malquías, hijo del rey, que estaba en el patio de la guardia, descolgándolo con cuerdas. En el aljibe no había agua sino sólo barro, y Jeremías se hundió en el barro. Ebed Mélec salió de la casa del rey y le dijo: “Rey, mi señor, esos hombres han obrado mal tratando así a Jeremías; lo han arrojado al aljibe, y allí abajo morirá de hambre, porque ya no hay pan en la ciudad”. El rey dio esta orden a Ebed Mélec, el hombre de Cusa: “Toma de aquí a tres hombres contigo, y saca del aljibe a Jeremías, el profeta, antes de que muera”.

 

Salmo responsorial: Sal 39,2-4.18

R/ Señor, date prisa en socorrerme.

 

Yo esperaba con ansia al Señor: él se inclinó y escuchó mi grito; me levantó de la fosa fatal, de la charca fangosa; afianzó mis pies sobre roca y aseguró mis pasos. R/

Me puso en la boca un cántico nuevo, un himno a nuestro Dios. Muchos al verlo quedaron sobrecogidos y confiaron en el Señor. R/

Yo soy pobre y desgraciado, pero el Señor cuida de mí; tú eres mi auxilio y mi liberación: Dios mío, no tardes. R/

 

De la carta a los Hebreos 12, 1-4

Hermanos: Ya que estamos rodeados de una verdadera nube de testigos, despojémonos de todo lo que nos estorba, en especial del pecado, que siempre nos asedia, y corramos resueltamente al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús, el cual, en lugar del gozo que se le ofrecía, soportó la cruz sin tener en cuenta la infamia, y ahora “está sentado a la derecha” del trono de Dios. Piensen en Aquél que sufrió semejante hostilidad por parte de los pecadores, y así no se dejarán abatir por el desaliento. Después de todo, en la lucha contra el pecado, ustedes no han resistido todavía hasta derramar su sangre.

 

Evangelio según san Lucas 12, 49-53

Jesús dijo a sus discípulos: Yo he venido a traer fuego sobre la tierra, ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo! Tengo que recibir un bautismo, ¡y qué angustia siento hasta que esto se cumpla plenamente! ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división. De ahora en adelante, cinco miembros de una familia estarán divididos, tres contra dos y dos contra tres: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

 

En la Liturgia de hoy escuchamos estas palabras de la Carta a los Hebreos: « Corramos con perseverancia al combate que se nos presenta. Fijemos la mirada en el iniciador y consumador de nuestra fe, en Jesús» (Heb 12,1-2). Es una expresión que debemos subrayar de forma particular en este Año de la fe. También nosotros, durante todo este año, tenemos la mirada fija en Jesús, porque la fe, que es nuestro “si” a la relación filial con Dios, viene de Él; viene de Jesús: es Él el único mediador de esta relación entre nosotros y nuestro Padre que está en el cielo. Jesús es el Hijo, y nosotros somos hijos en Él. Pero la Palabra de Dios de este domingo contiene también una palabra de Jesús que nos pone en crisis, y que debe ser explicada para no generar mal entendidos. Jesús dice a los discípulos: « ¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división» (Lc 12,51). ¿Qué cosa significa esto? Significa que la fe no es una cosa decorativa, ornamental; vivir la fe no es decorar la vida con un poco de religión. Como si fuera una torta que se la decora con la crema ¡No! La fe no es eso. La fe comporta elegir a Dios como criterio-base de la vida, y Dios no es vacío, no es neutro, Dios es siempre positivo, Dios es ¡amor! Y el amor es positivo. Después que Jesús vino al mundo, no se puede hacer como si no conociésemos a Dios. Como si fuera una cosa abstracta, vacía, puramente nominal. No Dios tiene un rostro concreto, tiene un nombre: Dios es misericordia, Dios es fidelidad, es vida que se dona a todos nosotros. Por esto Jesús dice: he venido a traer división; no es que Jesús quiera dividir entre ellos a los hombres, al contrario: Jesús es nuestra paz, ¡es reconciliación! Pero esta paz no es la paz de los sepulcros, no es neutralidad. Jesús no trae neutralidad. Esta paz no es un acuerdo a cualquier precio. Seguir a Jesús comporta renunciar al mal, al egoísmo y escoger el bien, la verdad, la justicia, también cuando ello requiere sacrificio y renuncia a los propios intereses. Y esto sí divide, lo sabemos, divide también los lazos más estrechos. Pero atención: ¡No es Jesús el que divide! Él pone el criterio: vivir para sí mismo, o vivir para Dios y para los demás; hacerse servir, o servir; obedecer al propio yo u obedecer a Dios. He aquí en qué sentido Jesús es “signo de contradicción” (Lc 2,34). Por lo tanto, esta palabra del Evangelio no autoriza de hecho el uso de la fuerza para difundir la fe. Es precisamente al contrario: la verdadera fuerza del cristiano es la fuerza de la verdad y del amor, que comporta renunciar a toda violencia. Fe y violencia son incompatibles. ¡Fe y violencia son incompatibles! En cambio fe y fortaleza van juntas. El cristiano no es violento pero es fuerte y ¿con que fortaleza? con aquella de la mansedumbre; la fuerza de la mansedumbre, la fuerza del amor.Queridos amigos, también entre los parientes de Jesús hubo algunos que a un cierto punto no compartieron su modo de vivir y de predicar, nos lo dice el Evangelio (cfr Mc 3,20-21). Pero su Madre lo siguió siempre fielmente, teniendo fija la mirada de su corazón en Jesús, el Hijo del Altísimo, y en su misterio. Y al final, gracias también a la fe de María, los familiares de Jesús entraron a formar parte de la primera comunidad cristiana (cfr Hch 1,14). Pidamos a María que también nos ayude a nosotros a tener la mirada bien fija en Jesús y a seguirlo siempre, también cuando cuesta.

PAPA FRANCISCO

 

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