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VISITACIÓN DE MARÍA A ISABEL

Se celebra el 31 de mayo

 

A la voz de María y a su saludo, el niño saltó de alegría en el seno de Isabel, y ella llena del Espíritu Santo gritó: “Tú eres bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre”. Es grande el grito de Isabel y demuestra su sorpresa y su alegría: “Aquél que tu llevas en tu seno es aquél por el cual todas las mujeres serán bendecidas, Él ha comenzado por ti a repartir su bendición”. ¿De dónde a mí que la Madre de mi Señor venga a visitarme? Las almas a las que Dios se acerca, maravilladas de su presencia inesperada, tienen como primer movimiento el alejarse pues se sienten indignas de su gracia. Ella siente al Señor que viene hacia ella pero a través de su Santa Madre. El niño siente la presencia del Maestro, y comienza a hacer oficio de precursor, todavía no por la voz sino por el gozo…

Bossuet
MAGNIFICAT Mayo 1995

Del estremecimiento al grito

Descripción de la imagenLa visitación (hacia 1435), por Rogier van der Weyden (1399/1400-1464), Museum der bildenden Künste, Leipzig, Alemania.

El Señor ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada (Lc 1,48).

JB (3)Las siluetas de María y de Isabel se destacan claramente del fondo por sus imponentes volúmenes, por sus precisos contornos, agudos, de una extrema pureza lineal, y por la sonoridad o la densidad de sus colores. A pesar de esto, el paisaje entero –con sus lejanías, sus ondulaciones, sus árboles, sus plantas, sus flores, su camino, su casa– se concentra en los dos personajes y alcanza allí su plenitud.

Según el texto del Evangelio de Lucas (1,40), María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Pero la imagen nos muestra a Isabel fuera de la casa, cuya puerta ha quedado entreabierta, para venir al encuentro de María. En esta escena, Rogier van der Weyden, como otros pintores anteriores a él, se aparta del texto a fin de mostrar que la Visitación no fue de ninguna manera una simple visita que la Virgen hacía a su prima, sino un encuentro -¡y qué encuentro!- donde cada una vino hacia la otra y donde se produjo un acontecimiento excepcional de comunicación.

Las dos mujeres llevan amplios y lujosos vestidos. María por medio de un gesto elegante, alza su vestido, para poder caminar más fácilmente a través un camino de subida; lo cual alude a esa “región montañosa de Judá” donde vivían Zacarías y su mujer. Muchas imágenes de la Visitación nos presentan a las dos primas a punto de abrazarse, porque la palabra griega empleada por san Lucas para describir su saludo, aspasmos, expresa una acogida solícita y calurosa. No se puede decir que aquí sea este el caso, donde las actitudes son tan diferentes: por un lado, Isabel parece emocionada, con las rodillas flexionadas y los ojos atentos, por el otro, María, con el cuerpo derecho y la mirada perdida, parece impasible, casi ausente. Y casi podría interpretarse el gesto de su mano izquierda como un movimiento destinado a rechazar a su prima. Sin embargo, es necesario recordar que a María, el ángel Gabriel le había dicho que Isabel esperaba un hijo. Pero, Isabel, por el contrario, ignoraba que María esperaba también un hijo y lo conoce por una comunicación íntima y sorprendente. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno (Lc 1,41). Ella no lo conoce por tanto “confidencialmente”, sino por un movimiento visceral; de ninguna manera por los signos y las palabras del lenguaje sino por un síntoma corporal e incluso uterino, una vibración de su carne, un “estremecimiento” de sus entrañas, producido por el niño que lleva, Juan Bautista que se revela así profeta antes de nacer.

Es con una gran moderación en la tonalidad de la emoción que van der Weyden da cuenta de este estremecimiento: sólo las piernas flexionadas, una mano que toca a la otra, en este caso a María; una mirada tendida, a la vez emocionada y concentrada, traducen lo que podría sentir Isabel en este momento, cuando el acontecimiento de la encarnación de Dios le fue revelado simultáneamente por la acción del Espíritu Santo y por un estremecimiento de su carne. Saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena de Espíritu Santo; y exclamando con gran voz (Lc 1,41-42). La acción del Espíritu interviene entre dos acontecimientos corporales: un estremecimiento y un grito. El estremecimiento deviene un grito que se articulará finalmente en una palabra y en una palabra de bendición. ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno! (Lc 1,42). Sin voz y sin palabras, el pintor nos hace comprender que la palabra es la luz de la emoción.

¿De dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Porque, apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor! (Lc 1,43-45)

 

 

Por: Jean-Marie Tézé
Publicado en: Magnificat nº 153, agosto 2005
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