V Domingo del Tiempo durante el Año – Ciclo C

 

capiteles1Una impresión de grandeza y de visión celestial recibe el ánimo de quien ingresa en la Iglesia abacial de Santa Escolástica al contemplar el conjunto de capiteles de todas las columnas, así de las grandes como de las menores que hay entre las arcadas de los intercolumnios que corren a lo largo de las paredes y cuyas esculturas representan serafines velados por sus mismas alas y en actitud de profunda adoración. Sobre ellos se leen aquellas palabras que escuchó Isaías en su visión del cielo y que resume, por decirlo así, toda la liturgia Sanctus, Sanctus, Sanctus. En presencia de los ángeles te salmodiaré, cantó David en sus himnos y esto quiere nuestro Padre san Benito que tengamos presente cuando nos disponemos a rendir a Dios nuestro oficio de alabanza. Y para materializar esta realidad espiritual aquí están representados esos celestiales testigos. Aquí pues ha de unirse a la liturgia del cielo esta obra que Cristo ofrece por su Iglesia. Y para simbolizar que son vírgenes consagradas quienes cantan estas alabanzas, una guarda de lirios estilizados adorna el ábaco de los capiteles.  

Revista Litúrgica argentina 109-110

 

 

Oración Colecta: Dios nuestro, cuida a tu familia con incansable bondad, y, ya que sólo en ti ha puesto su esperanza, defiéndela siempre con tu protección. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Del libro del Profeta Isaías 6,1-2a.3-8

El año de la muerte del rey Ozías, yo vi al Señor sentado en un trono elevado y excelso, y las orlas de su manto llenaban el Templo. Unos serafines estaban de pie por encima de Él. Cada uno tenía seis alas. Y uno gritaba hacia el otro: “¡Santo santo, santo es el Señor de los ejércitos! Toda la tierra está llena de su Gloria”. Los fundamentos de los umbrales temblaron al clamor de su voz, y la Casa se llenó de humo. Yo dije: “¡Ay de mí, estoy perdido! Porque soy un hombre de labios impuros, y habito en medio de un pueblo de labios impuros; ¡y mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos!” Uno de los serafines voló hacia mí, llevando en su mano una brasa que había tomado con unas tenazas de encima del altar. Él le hizo tocar mi boca, y dijo: “Mira: esto ha tocado tus labios; tu culpa ha sido borrada y tu pecado ha sido expiado”. Yo oí la voz del Señor que decía: “¿A quién enviaré y quién irá por nosotros?” Yo respondí: “¡Aquí estoy: envíame!”

 

capiteles2Salmo responsorial: 137,1-5.7c-8

R/ En presencia de los ángeles cantaré para ti, Señor.

 

Te doy gracias, Señor, de todo corazón; delante de los ángeles tañeré para ti. Me postraré hacia tu santuario. R/

Daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad. Cuando te invoqué, me escuchaste, acreciste el valor en mi alma. R/

Que te den gracias, Señor, los reyes de la tierra, al escuchar el oráculo de tu boca; canten los caminos del Señor, porque la gloria del Señor es grande. R/

Tu derecha me salva. El Señor completará sus favores conmigo: Señor, tu misericordia es eterna, no abandones la obra de tus manos. R/

 

Creemos que Dios está presente en todas partes,

pero sobre todo debemos creerlo cuando asistimos al Oficio Divino.

Por eso acordémonos siempre de lo que dice el Señor:

“en presencia de los ángeles te alabaré”.

(cfr. Regla de San Benito, cap. XX)

 

 

 

 

De la 1a carta a los Corintios 15,1-11

Hermanos, les recuerdo la Buena Noticia que yo les he predicado, que ustedes han recibido y a la cual permanecen fieles. Por ella son salvados, si la conservan tal como yo se la anuncié; de lo contrario, habrán creído en vano. Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura. Fue sepultado y resucitó al tercer día, de acuerdo con la Escritura. Se apareció a Cefas y después a los Doce. Luego se apareció a más de quinientos hermanos al mismo tiempo, la mayor parte de los cuales vive aún, y algunos han muerto. Además, se apareció a Santiago y a todos los Apóstoles. Por último, se me apareció también a mí, que soy como el fruto de un aborto. Porque yo soy el último de los Apóstoles, y ni siquiera merezco ser llamado Apóstol, ya que he perseguido a la Iglesia de Dios. Pero por la gracia de Dios soy lo que soy, y su gracia no fue estéril en mí, sino que yo he trabajado más que todos ellos, aunque no he sido yo, sino la gracia de Dios que está conmigo. En resumen, tanto ellos como yo, predicamos lo mismo, y esto es lo que ustedes han creído.

 

Evangelio según san Lucas  5,1-11

En una oportunidad, la multitud se amontonaba alrededor de Jesús para escuchar la Palabra de Dios, y Él estaba de pie a la orilla del lago de Genesaret. Desde allí vio dos barcas junto a la orilla del lago; los pescadores habían bajado y estaban limpiando las redes. Jesús subió a una de las barcas, que era de Simón, y le pidió que se apartara un poco de la orilla; después se sentó, y enseñaba a la multitud desde la barca. Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: “Navega mar adentro, y echen las redes”. Simón le respondió: “Maestro, hemos trabajado la noche entera y no hemos sacado nada, pero si Tú lo dices, echaré las redes”. Así lo hicieron, y sacaron tal cantidad de peces, que las redes estaban a punto de romperse. Entonces hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que fueran a ayudarlos. Ellos acudieron, y llenaron tanto las dos barcas, que casi se hundían. Al ver esto, Simón Pedro se echó a los pies de Jesús y le dijo: “Aléjate de mí, Señor, porque soy un pecador”. El temor se había apoderado de él y de los que lo acompañaban, por la cantidad de peces que habían recogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: “No temas, de ahora en adelante serás pescador de hombres”. Ellos atracaron las barcas a la orilla y, abandonándolo todo, lo siguieron.

 

¡Duc in altum! ¡Navega mar adentro!

Esta palabra resuena también hoy para nosotros y nos invita a recordar con gratitud el pasado,

a vivir con pasión el presente

y a abrirnos con confianza al futuro:

“Jesucristo es el mismo, ayer, hoy y siempre

(Hb 13,8).

San Juan Pablo II – Novo millennio ineunte, 1
vocacion-pedro-andres-ravenna

Pienso en el Evangelio en la orilla del lago de Galilea, donde vivían y trabajaban Simón —a quien luego Jesús llamará Pedro— y su hermano Andrés, junto a Santiago y Juan, también ellos hermanos, todos pescadores. Jesús estaba rodeado por la multitud que quería escuchar su palabra; vio a aquellos pescadores junto a las barcas mientras limpiaban las redes. Subió a la barca de Simón y le pidió alejarse un poco de la orilla, y así, estando sentado en la barca, hablaba a la gente. Cuando terminó, pidió a Simón remar mar adentro y echar las redes. Esta petición era una prueba para Simón —escuchad bien la palabra: una «prueba»— porque Él y los demás acababan de regresar después de una noche de pesca fallida. Simón es un hombre práctico y sincero, y dice inmediatamente a Jesús: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos recogido nada».

Este es el primer punto: la experiencia del fracaso. En la juventud se proyecta hacia adelante, pero algunas veces sucede que se vive un fracaso, una frustración: es una prueba, y es importante. Ante esta realidad, justamente os preguntáis: ¿qué podemos hacer? Ciertamente una cosa que no se debe hacer es dejarse vencer por el pesimismo y por la desconfianza. Cristianos pesimistas: ¡esto no es bueno! Vosotros, jóvenes, no podéis y no debéis estar sin esperanza, la esperanza forma parte de vuestro ser. Un joven sin esperanza no es joven, ha envejecido demasiado pronto. La esperanza forma parte de vuestra juventud. Volvamos a la escena del Evangelio: Pedro, en ese momento crítico, se juega a sí mismo. ¿Qué habría podido hacer? Podría haber dejado lugar al cansancio y a la desconfianza, pensando que es inútil y que es mejor retirarse e ir a casa. En cambio, ¿qué hace? Con valor, sale de sí mismo y elige fiarse de Jesús. Dice: «Bah, está bien: Por tu palabra, echaré las redes». ¡Atención! No dice: con mis fuerzas, con mis cálculos, con mi experiencia de experto pescador, sino «por tu palabra», por la palabra de Jesús. Y el resultado es una pesca increíble, las redes se llenaron, en tal medida que casi se rompieron.

Este es el segundo punto: fiarse de Jesús. Cuando digo esto quiero ser sincero y deciros: yo no vengo aquí a venderos un espejismo. Vengo aquí a decir: existe una Persona que puede llevaros adelante: ¡fíate de Él! ¡Es Jesús! ¡Fíate de Jesús! Jesús no es un espejismo. El Señor está siempre con nosotros. Viene a la orilla del mar de nuestra vida, se hace cercano a nuestros fracasos, a nuestra fragilidad, a nuestros pecados, para transformarlos. No dejéis nunca de volver a poneros en juego, como buenos deportistas —algunos de vosotros lo saben bien por experiencia— que saben afrontar el cansancio del entrenamiento para alcanzar los resultados. Las dificultades no deben asustaros, sino impulsaros a ir más allá. Sentid dirigidas a vosotros las palabras de Jesús: ¡Remad mar adentro y echad las redes! ¡ Sed cada vez más dóciles a la Palabra del Señor: es Él, es su Palabra, es el seguimiento lo que hace fructuoso vuestro compromiso de testimonio. Cuando los esfuerzos para despertar la fe entre vuestros amigos parecen inútiles, como la fatiga nocturna de los pescadores, recordad que con Jesús todo cambia. La Palabra del Señor llenó las redes, y la Palabra del Señor hace eficaz el trabajo misionero de los discípulos. Seguir a Jesús es comprometedor, quiere decir no contentarse con pequeñas metas, con pequeño cabotaje, sino apuntar alto con valentía.

No es bueno —no es bueno— detenerse en el «no hemos recogido nada», sino ir más allá, ir al «rema mar adentro y echa las redes» de nuevo, sin cansarnos Vosotros, ¿seguís a la «diosa lamentación»? ¿Os lamentáis continuamente, como en una velada fúnebre? No, los jóvenes no pueden hacer eso. La «diosa lamentación» es un engaño: te hace tomar la senda equivocada. Cuando todo parece paralizado y estancado, cuando los problemas personales nos inquietan, los malestares sociales no encuentran las debidas respuestas, no es bueno darse por vencido. El camino es Jesús: hacerle subir a nuestra «barca» y remar mar adentro con Él. ¡Él es el Señor! Él cambia la perspectiva de la vida. La fe en Jesús conduce a una esperanza que va más allá, a una certeza fundada no sólo en nuestras cualidades y habilidades, sino en la Palabra de Dios, en la invitación que viene de Él. Sin hacer demasiados cálculos humanos ni preocuparse por verificar si la realidad que os rodea coincide con vuestras seguridades. Remad mar adentro, salid de vosotros mismos; salir de nuestro pequeño mundo y abrirnos a Dios, para abrirnos cada vez más también a los hermanos. Abrirnos a Dios nos abre a los demás. Abrirse a Dios y abrirse a los demás. Dar algún paso más allá de nosotros mismos; pequeños pasos, pero dadlos. Pequeños pasos, saliendo de vosotros mismos hacia Dios y hacia los demás, abriendo el corazón a la fraternidad, a la amistad, a la solidaridad.

Tercero —y concluyo: es un poco largo—: «Echad vuestras redes para la pesca» (v. 4). Queridos jóvenes sardos, la tercera cosa que quiero deciros, y así respondo a las otras dos preguntas, es que también vosotros estáis llamados a llegar a ser «pescadores de hombres». No dudéis en entregar vuestra propia vida para testimoniar el Evangelio con alegría, especialmente a vuestros coetáneos. Quiero contaros una experiencia personal. Ayer cumplí el sexagésimo aniversario del día en que sentí la voz de Jesús en mi corazón. Pero esto lo digo no para que hagáis un pastel, aquí, no, no lo digo por eso. Pero es un recuerdo: sesenta años desde aquel día. No lo olvido nunca. El Señor me hizo sentir con fuerza que debía ir por ese camino. Tenía diecisiete años. Pasaron algunos años antes de que esta decisión, esta invitación, llegase a ser concreta y definitiva. Después pasaron muchos años con algunos acontecimientos, de alegría, pero muchos años de fracasos, de fragilidad, de pecado… sesenta años por el camino del Señor, siguiéndole a Él, junto a Él, siempre con Él. Sólo os digo esto: ¡no me he arrepentido! ¡No me he arrepentido! ¿Por qué? ¿Porque me siento Tarzán y soy fuerte para seguir adelante? No, no me he arrepentido porque siempre, incluso en los momentos más oscuros, en los momentos del pecado, en los momentos de la fragilidad, en los momentos del fracaso, he mirado a Jesús y me fié de Él, y Él no me ha dejado solo. Fiaos de Jesús: Él siempre va adelante, Él va con nosotros. Pero, escuchad, Él no desilusiona nunca. Él es fiel, es un compañero fiel. Pensad, este es mi testimonio: estoy feliz por estos sesenta años con el Señor. Una cosa más: seguid adelante.

Francisco

Share the Post