La incensación de las ofrendas, del altar, del celebrante y del pueblo, es libre. Es una acción de uso milenario y sobre todo tiene un significado en la Biblia: “Que mi oración suba hasta ti como el incienso” (Salmo 141,2). El incienso es un signo de homenaje a Dios. Nosotros entramos en diálogo con Dios a través de signos sensibles, dada nuestra naturaleza humana, por eso es lógico que la Iglesia haya escogido signos que hablen no sólo a la vista y al oído sino también al olfato, como sucede con el caso del incienso. El Misal dice: “Las ofrendas colocadas sobre el altar y el altar mismo pueden ser incensados para significar que la ofrenda de la Iglesia y su oración suben como incienso hasta la presencia de Dios. También el sacerdote y el pueblo pueden ser incensados por el diácono u otro ministro, después de la incensación de las ofrendas y del altar”.

La oración, que está simbolizada en el incienso humeante de perfume agradable, debe impregnar nuestra ofrenda. Nosotros mismos simbolizados en el pan y el vino nos ofrecemos a Dios como “oblación de suave aroma”.