MPastoral2_007






Misión y comunión

MISIÓN Y COMUNIÓN

Introducción:

“Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).
“Lo que hemos visto y oído, es lo que les anunciamos, para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo” (1Jn 1,1-4).

1.- Quisiera iluminar mi exposición, sencilla y breve, con la luz de la Palabra de Dios. Estamos viviendo un momento nuevo y providencial en la Iglesia y en el mundo. Hay un llamado especial del Papa “en esta magnífica y dramática hora de la historia” (Ch.L. 3) a la esperanza cristiana. Esperanza que es confianza en Jesús resucitado y es camino de comunión y de misión. “Si se mira superficialmente a nuestro mundo, impresionan no pocos hechos negativos que pueden llevar al pesimismo. Más éste es un sentimiento injustificado: tenemos fe en Dios Padre y Señor, en su bondad y misericordia. En la proximidad del tercer milenio de la Redención, Dios está preparando una gran primavera cristiana, de la que ya se vislumbra su comienzo… La esperanza cristiana nos sostiene en nuestro compromiso a fondo para la nueva evangelización” (R.M. 86).

2.- Este sentido de esperanza cristiana (“Veo amanecer una nueva época misionera” R.M. 92) lleva hoy en la Iglesia una doble marca: la comunión y la misión. Mejor aún, una sola marca que se expresa en “comunión misionera” (Ch.L. 32). “La comunión genera comunión, y esencialmente se configura como comunión misionera” (Ch.L. 32). Pero volveremos luego sobre esto: no se concibe la misión si no es desde el corazón de una Iglesia comunión; tampoco se concibe una Iglesia comunión si no es desde el dinamismo esencial para la misión. La misión nace de la comunión y tiende a crear la comunión.

3.- Los dos textos citados al principio nos colocan en el centro de nuestro tema: misión y comunión. El texto de Marcos nos recuerda la universalidad de la misión: “Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15). Es un texto que nos recuerda -y nos impone- una misión “más allá de las fronteras”. Jesús lo dirá así a sus apóstoles: “Recibirán la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre ustedes, y serán mis testigos en Jerusalén, en toda la Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8). Habría que completar el texto del envío misionero con la seguridad que nos da Jesús en San Mateo: “Y he aquí que yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

El texto de San Juan nos subraya que el anuncio de la Buena Nueva nace de la contemplación (“lo que hemos visto y oído”) y tiende a formar la comunión (“para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo”). La raíz del anuncio y de la comunión es siempre la contemplación de “lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de Vida -pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio”. Todo esto tiende a engendrar en nosotros la alegría de la Buena Nueva: “Les escribimos esto para que nuestro gozo sea completo” (1Jn 1,4).

I.- Vocación a la santidad y a la misión

“No me eligieron ustedes a mí sino que yo los he elegido a ustedes, y los he destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca” (Jn 15,16).

“Nos ha elegido en él (en Cristo)… para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor” (Ef 1,4).

l.- Lo primero que hemos de decir, para entender bien la unidad entre comunión y misión, es que el Señor nos llama simultáneamente a la santidad y a la misión. “La vocación universal a la santidad está estrechamente unida a la vocación universal a la misión. Todo fiel está llamado a la santidad y a la misión” (R.M. 90). “La llamada a la misión deriva de por sí de la llamada a la santidad”. Todo bautizado está llamado a ser santo y a ser misionero; no hemos elegido nosotros al Señor, sino que Él nos eligió a nosotros y nos envió para que diéramos fruto y lo diéramos en abundancia. Pero no podemos dar fruto si no vivimos en Él: “el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no pueden hacer nada” (Jn 15,5).

Aquí está el centro de nuestra comunión (con el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo) y el principio eficaz de nuestra misión. El Bautismo nos hace entrar en comunión con la Trinidad, y la Eucaristía lleva esta comunión a su plenitud. “El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él” (Jn 6,56). El Señor nos llama y nos envía; cada día es un llamado nuevo y un envío nuevo; pero “este envío es envío en el Espíritu” (R.M. 22), el cual es el verdadero “protagonista de la misión” (R.M. 30).

Deseo subrayar esta unidad interior entre comunión y misión que se debe al llamado (cotidianamente nuevo) del Señor y a la acción (constantemente operante) del Espíritu Santo. La respuesta a la llamada supone silencio interior (capacidad contemplativa para oír su voz o percibir un gesto: “aquí estoy, porque me has llamado” (1Sam 3,5); y ellos “dejándolo todo, le siguieron” (Lc 5,11). Supone, también, desprendimiento y pobreza, disponibilidad pronta y generosa para dejarlo todo (dejarse fundamentalmente a sí mismo) y ponerse en seguimiento de Jesús: “Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres…; luego ven y sígueme” (Mc 10,21).

2.- Por aquí habría que comenzar para comprender la unidad inseparable entre comunión y misión, entre el llamado y el envío, en el interior de cada hombre y de cada mujer de quienes el Señor -en el corazón de una Iglesia comunión misionera- quiere hacer los nuevos enviados, los nuevos misioneros, los nuevos evangelizadores. Son hombres y mujeres que han experimentado una particular mirada de Jesús y han aprendido a estar con Él, gustando su Palabra y dejándose conducir por su Espíritu; que han vivido en “la comunidad- comunión” de los discípulos, han profundizado y gustado allí la Buena Nueva de Jesús y experimentan ahora la urgencia interior del Espíritu que los impulsa a la misión: “Ay de mí, si no predicara el Evangelio!” (1Cor 9,16). Análogamente a lo que pasó con los primeros Apóstoles: “Subió al monte y llamó a los que él quiso: y vinieron donde él. Instituyó Doce, para que estuvieran con él, y para enviarlos a predicar” (Mc 3,13-14). Vale la pena subrayar estas tres cosas: “llamó a los que él quiso… para que estuvieran con él… y para enviarlos a predicar”. Hay un llamado gratuito y amoroso del Señor para vivir en privilegiada comunión con él y marchar simultáneamente en urgencia misionera.

  1. De aquí deducimos lo siguiente:

a- cada bautizado está llamado a la santidad y a la misión; en realidad, es una misma vocación esencialmente cristiana;

b- pero viene luego una particular invitación del Señor, especialmente gratuita y amorosa, que lo exige todo (“si quieres… ven y sígueme”). Es un llamado especial y único a vivir más radicalmente en la profundidad de la comunión y en el dinamismo de la misión. En nuestro interior cristiano -porque vivimos en la comunión trinitaria por el bautismo-   todos vivimos “sin fronteras”; pero algunos son llamados especialmente por el Señor a ir “más allá de las fronteras” (misión ad gentes) para anunciar la Buena Nueva de Jesús “hasta los confines de la tierra” (Hch 1,8).

c- No se es cristiano si no se es misionero. Pero hay un ámbito inmediato de la misión y otro más universal. El inmediato es aquel en que estamos directamente comprometidos: la familia, el trabajo, la realidad social y política en la que cotidianamente nos movemos. Aquí tenemos que dar constantemente testimonio y anunciar el Evangelio. Pero hay otro ámbito especial, más universal, al que nos impulsa también la exigencia misionera de nuestro bautismo. Nos toca con igual urgencia que el primero: cada cristiano es responsable de la salvación del mundo; cada comunidad cristiana, si es madura en su fe, tiene que sentir el llamado a la misión «ad gentes». Afortunadamente los fieles laicos van tomando cada día más conciencia de este deber misionero «ad gentes»; se multiplican las vocaciones específicamente misioneras de laicos que quieren consagrar un tiempo de su vida o su vida entera en lugares donde el nombre de Jesús no ha sido todavía pronunciado. Las experiencias de voluntariados de fe comprometida, son magníficas. «En los tiempos modernos no ha faltado la participación activa de los misioneros laicos y de las misioneras laicas… Es más, hay que reconocer -y esto es un motivo de gloria- que algunas Iglesias han tenido su origen, gracias a la actividad de los laicos y de las laicas misioneros» (R.M. 71).

Ciertamente no todos los fieles laicos -como no todos los cristianos- sienten de la misma manera o pueden vivir del mismo modo esta esencial dimensión misionera: hay algunos que sienten el llamado específico de ir a «países» o «lugares» de misión (solos, con la familia o formando parte de algunos grupos o movimientos misioneros); hay otros que, por diversos motivos (incluso eclesiales), no pueden hacerlo. Pero igualmente deben vivir con intensidad, a su modo y en su lugar, esta esencial dimensión misionera de la Iglesia; y saberla comunicar a los demás (familia, grupos apostólicos, etc.).

II.- La Iglesia Misterio de comunión misionera

“Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado” (Jn 17,23).

1.- Jesús reza por la unidad de su Iglesia. Pero no es lo mismo unidad que comunión: la comunión es algo más profundo y dinámico; la unidad es fruto de la comunión y signo creíble de la misión: “Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado” (Jn 17,21). Para que el mundo crea que Jesús es “el misionero del Padre”, es necesario que la Iglesia sea expresión y realización (sacramento) de la comunión trinitaria: que sean uno “en nosotros” y “como nosotros”. Volvemos así al punto anterior: para que nuestra misión sea válida y creíble (para que nos reconozcan verdaderamente como “misioneros sin fronteras”) debemos vivir profundamente en Dios: nuestra comunión tiene que ser con el Padre por el Hijo en el Espíritu. Es una comunión sacramental y viva que se nos va dando por los Sacramentos, sobre todo el Bautismo y la Eucaristía: “En un solo Espíritu hemos sido todos bautizados para no formar más que un cuerpo… Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1Cor 12,13). “La copa de bendición que bendecimos ¿no es acaso la comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1Cor 10,16-17).

El Concilio subrayó la idea de una Iglesia comunión. “Es ésta la idea central que, en el Concilio Vaticano II, la Iglesia ha vuelto a proponer de sí misma” (Ch.L. 19); también el Concilio nos describió la naturaleza “esencialmente misionera” de la Iglesia. La comunión va inseparablemente unida a la misión. El Sínodo extraordinario de 1985 lo puso particularmente de relieve. Pero ha sido, sobre todo, la Exhortación Apostólica “Christifideles Laici” la que nos habló de la Iglesia como “comunión misionera” (Ch.L. 32).

2.- Es importante comprender bien esta expresión y tratar de sacar las consecuencias. Ya al terminar el Capítulo II, sobre la participación de los fieles laicos en la vida de la Iglesia-Comunión, la Exhortación Apostólica nos dice: “De este modo la comunión se abre a la misión haciéndose ella misma misión” (Ch.L. 31). Pero es, sobre todo, el Capítulo III -sobre “la corresponsabilidad de los fieles laicos en la Iglesia-Misión”- la que más nos describe la íntima relación entre comunión y misión. Son términos distintos, pero inseparablemente unidos: la comunión engendra la misión y la misión tiende a la comunión. “La comunión genera comunión, y esencialmente se configura como comunión misionera… La comunión y la misión están profundamente unidas entre sí, se compenetran y se implican mutuamente, hasta tal punto que la comunión representa a la vez la fuente y el fruto de la misión: la comunión es misionera y la misión es para la comunión” (Ch.L. 32). Digamos lo siguiente:

a- en el principio de la comunión y de la misión está el mismo Señor (la Iglesia “es en Cristo sacramento de unidad”, L.G. 1) y el mismo Espíritu Santo (“serán mis testigos hasta los confines de la tierra”, Hch 1,8);

b- la comunión genera comunión: de los hombres entre sí y de los hombres con Dios; por eso mismo la comunión es esencialmente misionera. La comunión eclesial, si es verdadera en el Espíritu, se abre necesariamente a la misión; cuanto más profunda es la comunión, más intensa y fecunda es la misión; cuanto mas verdadera es la misión, tanto más honda y universal es la comunión. La misión nace de la comunión y termina en la comunión (la comunión es “a la vez la fuente y el fruto de la misión”);

c- esto nos está pidiendo en lo concreto dos cosas:

– vivir profundamente en comunión eclesial (con los pastores, con todos los miembros del Pueblo de Dios). Sólo una comunidad cristiana que sea “un solo corazón y una sola alma” (Hch 4,32) puede ser verdaderamente misionera; su testimonio, su misión, su evangelización, serán creibles. “Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno y el mundo conozca que tú me has enviado” (Jn 17,23). Al mismo tiempo, sólo el misionero (persona o movimiento) que se sienta apoyado por la comunidad cristiana, sobre todo por los pastores que la presiden, puede dar fruto y un fruto que permanezca (cfr. Jn 15,16). Porque podemos aplicar a la Iglesia- Misterio de Comunión las palabras de Jesús: “Separados de mí no pueden hacer nada” (Jn 15,5);

– tender a crear la comunión y a formar comunidades cristianas maduras en la fe. “Por la evangelización la Iglesia es construida y plasmada como comunidad de fe; más precisamente, como comunidad de una fe confesada en la adhesión a la Palabra de Dios, celebrada en los sacramentos, vivida en la caridad como alma de la existencia moral cristiana” (Ch.L. 33).

3.- Dentro de esta visión de la Iglesia como «comunión misionera», deseo recordar cuanto nos dice el Papa sobre el asociacionismo misionero (R.M. 72). Toda asociación, grupo, organización o movimiento deben renovarse profundamente en su dimensión misionera: la validez eclesial de un movimiento o de una Asociación (antigua o nueva) se manifiesta por su profunda y renovada conciencia misionera. «En la actividad misionera hay que revalorizar las varias agrupaciones del laicado, respetando su índole y finalidades: asociaciones del laicado misionero, organismos cristianos y hermandades de diverso tipo; que todos se entreguen a la misión ad gentes y a la colaboración con las Iglesias locales. De este modo se favorecerá el crecimiento de un laicado maduro y responsable, cuya formación… se presenta en las jóvenes Iglesias como elemento esencial e irrenunciable de la plantatio Ecclesiae» (R.M. 72).

Hay un párrafo, en el mismo n. 72, que no puedo dejar de citar y de comentar: «Recuerdo -dice el Papa- como novedad surgida recientemente en no pocas Iglesias, el gran desarrollo de los “Movimientos eclesiales”, dotados de dinamismo misionero. Cuando se integran con humildad en la vida de las Iglesias locales y son acogidos cordialmente por Obispos y sacerdotes en las estructuras diocesanas y parroquiales, los Movimientos representan un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha. Por tanto, recomiendo difundirlos y valerse de ellos para dar nuevo vigor, sobre todo entre los jóvenes, a la vida cristiana y a la evangelización, con una visión pluralista de los modos de asociarse y de expresarse».

El texto es muy rico y delicado; tratándose de una Encíclica, merece ser brevemente comentado: 

a- se trata de «movimientos nuevos», ya que el Papa los recuerda «como novedad surgida recientemente en no pocas Iglesias». Todos conocemos algunos;

b- se trata, también, de «movimientos eclesiales»; por consiguiente, deben manifestar los cinco «criterios de eclesialidad» señalados en Christifideles Laici 30 y contar con el discernimiento de los Pastores (Ch.L, 31);

c- por lo mismo, se exigen dos condiciones:

– que los Movimientos se integren con humildad en la vida de las Iglesias locales (diocesanas y parroquiales)

– que los Obispos y sacerdotes los acojan con cordialidad en las estructuras diocesanas y parroquiales;

d- estos movimientos eclesiales nuevos, deben estar dotados de dinamismo misionero (es uno de los cinco criterios señalados por la Christifideles Laici 30);

e- si se cumplen todas estas condiciones dice tres cosas:

– que estos Movimientos son un verdadero don de Dios para la nueva evangelización y para la actividad misionera propiamente dicha (son frutos de una nueva efusión del Espíritu de Pentecostés que hoy está obrando en la Iglesia);

– que recomienda difundirlos y valerse de ellos;

– con una visión pluralista de los modos de asociarse y de expresarse.

A la luz de estas palabras del Papa y de las exigencias de la Christifideles Laici creo que podríamos superar tantas discusiones inútiles y trabajar juntos para formar comunidades cristianas maduras en la fe.

III.- Más allá de las fronteras

Quiero ofrecer algunas reflexiones, sugeridas por el título del encuentro, que nos ayuden a todos a vivir en profundidad y “gozo en el Espíritu” la relación intrínseca y esencial de estas dos palabras: misión y comunión.

1.- “Más allá de las fronteras” está sólo Dios y nuestra patria definitiva. Recuerdo estos dos textos de San Pablo: “Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurará este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo” (Flp 3,20-21). Entonces se dará la comunión definitiva y universal de todos los hombres y de todos los pueblos, como fruto de una Iglesia peregrina en el dinamismo de su misión. Todo el mundo entrará a formar parte “del único Pueblo de Dios, del único Cuerpo de Cristo, del único Templo del Espíritu” (L.G. 17). Se dará entonces el término de nuestra esperanza; se acabará la misión y gozaremos la comunión definitiva de un solo pueblo “reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (L.G. 4). “Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspiren a las cosas de arriba, no a las de la tierra. Porque han muerto, y su vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, que es nuestra vida, entonces también ustedes aparecerán gloriosos con él” (Col 3,1-4). Una vida “sin fronteras” (una “misión sin fronteras”) supone una “vida nueva” en Jesucristo por la acción incesantemente nueva del Espíritu Santo. Hay algo nuevo que va sucediendo en la historia y nos sorprendemos: en Europa van cayendo las fronteras y en América Latina se suspira por “la patria grande” (“el Continente de la esperanza”) sin fronteras que dividan y separen. Pero, en lo profundo, hay una acción de Dios que lo transforma todo y lo unifica en el Espíritu: “Entonces dijo el que está sentado en el trono: «Mira que yo hago un mundo nuevo»” (Ap 21,5). Este “mundo nuevo” es el mundo inaugurado por Jesús, el Enviado del Padre, quien nos dejó el mandato de completarlo por la “nueva evangelización”, la “vida nueva” en el Espíritu, la nueva misión “sin fronteras”: “Vayan por todo el mundo y prediquen la buena Nueva”.

 2.- “Más allá de las fronteras”: se llega allí sólo por la “caridad apostólica”, en el desprendimiento y la pobreza, la austeridad del desierto, la profundidad de la oración contemplativa, la exaltación por la cruz. Todo esto nos abre el horizonte de la santidad del misionero. “El renovado impulso hacia la misión ad gentes exige misioneros santos. No basta renovar los métodos pastorales, ni organizar y coordinar mejor las fuerzas eclesiales, ni explorar con mayor agudeza los fundamentos bíblicos y teológicos de la fe: es necesario suscitar un nuevo «anhelo de santidad» entre los misioneros y en toda la comunidad cristiana” (cfr. R.M. 90). Quiero citar aún estas frases del Papa en la Redemptoris Missio: “el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble”. “El misionero es el hombre de las Bienaventuranzas”. “La característica de toda vida misionera auténtica es la alegría interior” (R.M. 91). 

3.- “Más allá de las fronteras”: hay un camino y una cruz. Es el camino de la misión y la cruz de la comunión. Hay, también, una Madre que hizo el camino y vivió la cruz: María de Nazareth, la Madre de Jesús y Madre nuestra. Ella nos dio a Jesús que es “el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 15,5). Nos lo entregó en silencio cuando se puso “con prontitud en camino” (cfr. Lc 1,39). Vivió con intensidad serena su comunión con el Padre y con su Hijo: cuando dijo que Sí al Señor (“Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí según tu palabra” Lc 1,38) y cuando permaneció de pie “junto a la cruz de Jesús…” (cfr. Jn 19,25-27). Era la cruz en la que Jesús “derribaba el muro de la separación” y hacía de los dos, “un solo Hombre Nuevo, haciendo la paz y reconciliando con Dios a ambos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz… pues por él, unos y otros tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu” (cfr. Ef 2,14-18). En la reconciliación universal por la cruz -vertical y horizontal- Jesús nos dejaba un mundo “sin fronteras”.

Es la cruz que derriba las fronteras (“cristianos sin fronteras”, “jóvenes sin fronteras”); es la cruz pascual de Jesús, levantada en alto, desde la cual se puede mirar “más allá de las fronteras”. Es un camino nuevo que nos abrió Jesús: camino de reconciliación, de solidaridad y de comunión. Camino nuevo por donde mandó a los doce: “Convocando a los Doce, les dio autoridad y poder sobre todos los demonios, y para curar enfermedades, y los envió a proclamar el reino de Dios y a curar” (cfr. Lc 9,1-6). Camino nuevo por donde luego mandó a los 72 discípulos: “Después de esto, designó el Señor a otros setenta y dos, y los envió de dos en dos («en comunión») delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir” (Lc 10,1). Camino nuevo que hoy nos abre el Señor, “a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con él” (Hch 10,41) Camino nuevo que vamos haciendo con María, en “nuestro tiempo (que) es dramático y al mismo tiempo fascinante” (R.M. 38)…

 

Conclusión

“Vayan por todo el mundo y proclamen la Buena Nueva a toda la creación” (Mc 16,15).

Hay momentos en la historia en que las urgencias de Jesús -su mandato misionero- se hacen particularmente nuevas y exigentes. No son solamente las cambiadas situaciones del mundo y los nuevos desafíos de la historia; tampoco son solamente las palabras del Papa que nos llama a una nueva evangelización y a un nuevo dinamismo misionero. Las palabras del Papa son un eco nuevo y urgente de la invitación y del mandato de Jesús: «Vayan y prediquen». «Vayan, también ustedes, a mi viña». Por consiguiente, es Jesús mismo, el resucitado, el Señor de la historia, quien nos llama y nos compromete. De un modo particular, llama y compromete a los fieles laicos como modo específico de vivir en el mundo su bautismo, de hacer madurar su fe y realizar su misión en los “nuevos aerópagos” de nuestra historia contemporánea.

Acogemos con alegría y disponibilidad total el mandato misionero de Jesús. “La Iglesia tiene que dar hoy un gran paso adelante en su evangelización; debe entrar en una nueva etapa histórica de su dinamismo misionero” (Ch.L. 35). Acogemos con humildad el don del Espíritu Santo que nos consagra para la misión desde la profundidad de la comunión. Comunión con el Padre por el Hijo en el Espíritu Santo, comunión orgánica del Pueblo Santo de Dios, comunión misionera de la Iglesia. El Señor nos conceda la pobreza, la contemplación y “la caridad apostólica” de María, la Virgen misionera, la “Estrella de la Evangelización” que supo comunicarnos en Jesús el Camino de la Misión porque vivió en la fecundidad de la Comunión con la Trinidad, desde el silencio de la contemplación, la alegría del servicio y la serena fortaleza de la cruz…

Eduardo F. Card. Pironio
Lisboa, 17 de julio de 1992, Encuentro “Más allá de las fronteras”

 

 

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