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Miércoles de Ceniza

Jl 2,12-18 / Sal 50,3 / 2Co 5,20-6,2 / Mt 6,1-6.16-18

De una homilía en la Abadía de Santa Escolástica del 21 de febrero de 1996

La Cuaresma se inicia con la seguridad del amor de Dios sobre nosotros. En la antífona de entrada se ha proclamado el Dios que perdona, el Dios bueno, el Dios que tiene misericordia de nosotros. Es fundamental entrar en la Cuaresma con esta seguridad: de que Dios es bueno, de que Dios nos perdona, de que Dios nos recrea, de que Dios nos va conduciendo por el camino de esta vida hacia la Pascua definitiva de la Eternidad. Quisiera hacer algunas brevísimas reflexiones sobre este comienzo de la Cuaresma. Ante todo, yo agradezco al Señor que me conceda iniciar esta Cuaresma, camino penitencial hacia la Pascua, con ustedes como marcando las dos puntas de nuestro camino eclesial: de nuestro camino contemplativo, del camino apostólico incluso a nivel de Iglesia universal. Pero comenzarlo con ustedes, con la seguridad y el compromiso de seguir haciendo este camino penitencial con mucha serenidad interior, con sobreabundante alegría y tendidos hacia la Pascua. Yo quiero marcar tres puntos: el sentido Pascual, el sentido Bautismal, el sentido Eclesial.

El sentido Pascual: entramos al desierto, como camino hacia la Pascua. Iniciamos nuestra penitencia cuaresmal pero hacia la novedad de la Pascua. Lo que tiene que dominar este período es siempre la Pascua: la Pascua con lo que tiene de novedad, con lo que tiene de alegría y con lo que tiene de definitivo. La Pascua con lo que tiene de novedad: porque es allí donde se nos muestra la creación nueva. Donde Cristo, el Hombre Nuevo, mediante su resurrección nos invita a caminar de novedad en novedad. El Día de Pascua será para nosotros lo provisoriamente nuevo. Digo lo provisoriamente, porque vendrá después lo definitivamente nuevo de la Eternidad. Pero todo eso tendrá que ir haciéndose en el proceso silencioso interior constante de una Cuaresma muy sincera, muy serena, muy gozosa.

La Pascua nos muestra lo nuevo y nos promete lo nuevo. La Pascua que vivimos en el tiempo de Cuaresma nos llena de alegría. Es la alegría del perdón: Devuélveme, Señor, la alegría de la salvación, lo hemos repetido ahora en el salmo 50. Y experimentamos cada día más hondamente la alegría que deriva de la Pascua, que para nosotros es fruto del Espíritu y es fruto de la caridad que es el elemento central de la Cuaresma. Por consiguiente, nada de tristeza nos decía el Señor en el Evangelio de hoy: Cuando ayunes, perfuma tu cabeza. Que no se den cuenta los demás lo que significa de tensión, de superación, incluso de penitencia o de austeridad. Que se note la alegría: la alegría de que vas caminando bien hacia la Pascua. Y esa Pascua nos abre hacia lo definitivamente nuevo, que será el encuentro con el Señor, cuando le veamos a Él cara a cara y seamos semejantes a Él porque le veremos tal cual Él es. Y la Pascua definitiva de la historia, cuando el Señor venga y el Reino que Cristo plantó en la tierra sea entregado al Padre. Sentido Pascual de nuestra Cuaresma.

Sentido bautismal: porque vamos haciendo en este período de la Cuaresma, experiencia de nuestro Bautismo, donde ha comenzado la novedad pascual para nosotros. Y vamos a desembocar después –el Sábado Santo– en la alegría de la novedad del Bautismo. En la noche del Sábado Santo recordaremos las promesas bautismales: las vamos a rehacer otra vez con la alegría de la novedad que nos da la Pascua y de la novedad que hemos ido adquiriendo en nuestro camino silencioso de interioridad durante la Cuaresma. Los que habéis sido bautizados en Cristo, habéis muerto con él y habéis resucitado con él, nos dirá San Pablo en la Noche Santa. La Cuaresma es para ir reviviendo la dicha, la alegría y el compromiso de santidad activo por el Bautismo, y abriéndonos otra vez a la plenitud del Bautismo que será la vida definitivamente nueva de la Eternidad. Sentido bautismal. No olvidemos ese sentido bautismal que nos compromete doblemente: a ser santos y a ser universalmente misioneros dondequiera que estemos.

Después, el sentido eclesial: la Cuaresma es el gran retiro de la Iglesia. Es toda la Iglesia que entra por cuarenta días, en la normalidad de su vida. Antiguamente era así: por la mañana había una celebración, una meditación y después la gente iba a sus trabajos. Por el atardecer otra vez un encuentro, una oración. Pero se iba haciendo el único retiro, diríamos, de la Iglesia: la Iglesia, toda ella alimentada por la Palabra de Dios, estaba en retiro. Retiro que no impedía la normalidad del trabajo, sino que nos hundía con más serenidad, con más fuerza y con más gozo a la entrega de los demás. Yo quisiera que viviéramos este retiro eclesial en comunión muy profunda con el Papa, los obispos, los sacerdotes, con los distintos lugares donde se realiza la Iglesia, único Pueblo de Dios: sea en África, en Asia, América Latina, en Argentina como en Roma. Es toda la Iglesia la que va peregrinando hacia la Pascua a través de la Cuaresma, gran retiro eclesial.

Pero quisiera también señalar –aprovechando la dimensión que nos explica Jesús en el Evangelio– la actividad de la Trinidad Santísima en esta Cuaresma. Ustedes han visto como toda la liturgia: la primera lectura que nos habla del Dios Bueno, del Dios Fiel, del Dios Clemente, la antífona de entrada también, pero sobre todo el Evangelio nos habla del Padre: del Padre que está allí; del Padre que te ve; del Padre que te escucha; del Padre que te espera, que perdona tus pecados y te abraza. Ese Padre tiene que estar siempre presente con su bondad, misericordia y perdón, en todo el camino de la Cuaresma.

Junto al Padre, el Hijo: la Palabra de Dios Encarnada. Entramos al desierto de la Cuaresma con el Hijo, con Jesús. Por consiguiente, no entramos solos: entramos serenamente fortalecidos por la presencia silenciosa y exigente de Jesús. Entramos con Él que es la Palabra. Por eso no vale la pena que perdamos el tiempo en imaginaciones nuestras. Lo más importante es asumir, contemplar, asimilar la Palabra de Vida.

Y finalmente, entramos con el Espíritu Santo: entramos por la fuerza del Espíritu Santo. Los evangelistas dicen que cuando Jesús entra en el desierto, entra lleno del Espíritu Santo y empujado por el Espíritu Santo. Claro que vamos hacia una recepción del Espíritu Santo en la Noche Santa de Pentecostés, pero vamos siendo conducidos por el Espíritu. Entonces no tengamos miedo a las luchas, a las tentaciones, a la aridez –a veces– del desierto. El Espíritu es el que nos va conduciendo.

Y junto a la Trinidad Santísima, María, templo de la Trinidad, nos va como introduciendo bien en la Persona del Hijo, para que gritemos en el Espíritu: Abba, Padre, y nos dejemos sentir con la alegría del perdón. El Dios lento para la cólera, el Dios bueno, que es el que nos espera en este camino penitencial. Yo les agradezco a ustedes que me permitan iniciar este camino Bautismal, Eclesial, Pascual de la Cuaresma.

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