2.-eucaristia






La última Cena

LA ÚLTIMA CENA

Sagrada Escritura

El lavatorio de los pies: Juan 13

Evangelio según san Juan 13:

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Se levanta de la mesa, se quita el manto y tomando una toalla, se la ciñe, luego echa agua en la jofaina y comienza a lavarle los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.

Carta a los Filipenses 2,6-8:Él que era de condición divina no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente, por el contrario, se anonadó a sí mismo tomando lo condición de siervo, haciéndose semejante a los hombres, y haciéndose obediente hasta la muerte y muerte de cruz.

Evangelio según san Marcos 14

22 Mientras comían, Jesús tomo el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: «Tomen, esto es mi Cuerpo».

23 Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella.

24 Y les dijo: «Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.

25 Les aseguro que no beberá más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios».

Textos de autores varios:

Cuando alguien está por morir puede dejar a los suyos un camino a seguir, consejos, advertencias, etc. pero Jesús se dirige a sus discípulos de una manera totalmente diferente: no les indica un camino, sino que se presenta A SÍ MISMO como “El Camino”. Jesús era consciente de haber venido de Dios y de tener a Dios por Padre. No hablaba a los suyos como alguien que ha buscado y encontrado una verdad, para que ellos hagan lo mismo, sino en virtud del pleno poder de su filiación, como Señor y Maestro (Jn 13,13), que sabe y tiene autoridad, y que incluso puede decir: Yo Soy el Camino, Yo Soy la Luz, Yo soy la Vida. Romano Guardini

Ha llegado la Hora: La hora en la que ya no es más el taumaturgo que se lo sigue para tener pan, ni el profeta cuya lucidez da certeza, sino únicamente el Hijo, aquel cuya vida entera consiste en dar gloria al Padre, en cumplir su voluntad, en manifestar su amor. Guillet

Dios siempre está dispuesto a perdonarnos para que volvamos a empezar. Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Papa Francisco. 

Solamente si nos dejamos lavar por Él, purificar por Él, perdonar por Él una y otra vez, podemos aprender a hacer, junto con Él, lo que Él hizo. Benedicto XVI

En aquella hora Jesús ha tomado sobre sus hombros la traición de todos los tiempos, el sufrimiento de todas las épocas por el ser traicionado, soportando así hasta el fondo las miserias de la historia. Benedicto XVI

Para San Juan quien rompe la amistad con Jesús, no alcanza la verdadera libertad, no se hace libre, sino que, por el contrario, se convierte en esclavo de otros poderes, o más bien, el hecho de que traicione esta amistad proviene ya de la intervención de otro poder, al que ha abierto sus puertas. Benedicto XVI

En el fondo en las dos intervenciones se trata de lo mismo: no prescribir a Dios lo que Dios tiene que hacer, sino aprender a aceptarlo tal como Él mismo se nos manifiesta; no querer ponerse a la altura de Dios, sino dejarse plasmar poco a poco, en la humildad del servicio, según la verdadera imagen de Dios. Benedicto XVI

Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Dios ama a su criatura, el hombre; lo ama también en su caída y no lo abandona a sí mismo. Él ama hasta el fin. Lleva su amor hasta el final, hasta el extremo: desciende de su gloria divina. Se desprende de las vestiduras de su gloria divina y se viste con ropa de esclavo. Se arrodilla ante nosotros y desempeña el servicio del esclavo; para hacernos dignos de sentarnos a su mesa, algo que por nosotros mismos no podríamos ni deberíamos hacer jamás.

Dios no es un Dios lejano, demasiado distante y demasiado grande como para ocuparse de nuestras bagatelas. Dado que es grande, puede interesarse también de las cosas pequeñas. Dado que es grande, el alma del hombre, el hombre mismo, creado por el amor eterno, no es algo pequeño, sino que es grande y digno de su amor. La santidad de Dios no es solo un poder incandescente, ante el cual debemos alejarnos aterrorizados; es poder de amor y, por esto, es poder purificador y sanador.

Dios desciende y se hace esclavo; nos lava los pies para que podamos sentarnos a su mesa. Así se revela todo el misterio de Jesucristo. Así resulta manifiesto lo que significa redención. El baño con que nos lava es su amor dispuesto a afrontar la muerte. Solo el amor tiene la fuerza purificadora que nos limpia de nuestra impureza y nos eleva a la altura de Dios. El baño que nos purifica es él mismo, que se entrega totalmente a nosotros, desde lo más profundo de su sufrimiento y de su muerte. Benedicto XVI

Detengámonos hoy en el detalle, tan esencial y decisivo, de “estas santas manos”, para sostener todo lo que el Padre ha puesto en sus manos (Jn 13,3). Manos que han trabajado, manos que han bendecido, manos que han curado; manos que pronto serían traspasadas, manos finalmente que se ocultaron.

Tomó en sus manos este cáliz glorioso… Jesús toma todo entero la forma de sus manos. Permanezcamos mirando este gesto, a Jesús que permanece suspendido en este gesto, a Jesús que, en este gesto mismo, permanece para nosotros todo entero, a la vez reconocible y comestible.

Jesús esa tarde, toma el pan, y él solo, en ese instante, sabe lo que esto cuesta. Jesús, sabiendo que había llegado su hora… (Jn 13,1), Jesús, consciente, el más consciente de los hombres, Jesús, tomando el pan, esa tarde, plenamente en sus manos, sabe, lo siente íntimamente – él solo todavía– el peso incalculable de este pan que eleva, de esta libra que él pesa, de esta entrega. Jamás, jamás un pan había sido tan pesado, jamás fue necesario reflexionar tanto antes de elevarlo. Frère François Cassingena-Trévedy

Vayamos ahora al gesto de Jesús en la Última Cena. ¿Qué sucedió en ese momento? Cuando él dijo: Este es mi cuerpo entregado por vosotros; esta es mi sangre derramada por vosotros y por muchos, ¿qué fue lo que sucedió? Con ese gesto, Jesús anticipa el acontecimiento del Calvario. Él acepta toda la Pasión por amor, con su sufrimiento y su violencia, hasta la muerte en cruz. Aceptando la muerte de esta forma la transforma en un acto de donación. Esta es la transformación que necesita el mundo, porque lo redime desde dentro, lo abre a las dimensiones del reino de los cielos. Pero Dios quiere realizar esta renovación del mundo a través del mismo camino que siguió Cristo, más aún, el camino que es él mismo. Benedicto XVI

Todo parte, se podría decir, del corazón de Cristo, que en la Última Cena, en la víspera de su pasión, dio gracias y alabó a Dios y, obrando así, con el poder de su amor, transformó el sentido de la muerte hacia la cual se dirigía. El hecho de que el Sacramento del altar haya asumido el nombre de «Eucaristía» —«acción de gracias»— expresa precisamente esto: que la conversión de la sustancia del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Cristo es fruto de la entrega que Cristo hizo de sí mismo, donación de un Amor más fuerte que la muerte, Amor divino que lo hizo resucitar de entre los muertos. Esta es la razón por la que la Eucaristía es alimento de vida eterna, Pan de vida. Del corazón de Cristo, de su «oración eucarística» en la víspera de la pasión, brota el dinamismo que transforma la realidad en sus dimensiones cósmica, humana e histórica. Todo viene de Dios, de la omnipotencia de su Amor uno y trino, encarnada en Jesús. En este Amor está inmerso el corazón de Cristo; por esta razón él sabe dar gracias y alabar a Dios incluso ante la traición y la violencia, y de esta forma cambia las cosas, las personas y el mundo. Benedicto XVI

No hay nada de mágico en el cristianismo. No hay atajos, sino que todo pasa a través de la lógica humilde y paciente del grano de trigo que muere para dar vida, la lógica de la fe que mueve montañas con la fuerza apacible de Dios. Por esto Dios quiere seguir renovando a la humanidad, la historia y el cosmos a través de esta cadena de transformaciones, de la cual la Eucaristía es el sacramento. Mediante el pan y el vino consagrados, en los que está realmente presente su Cuerpo y su Sangre, Cristo nos transforma, asimilándonos a él: nos implica en su obra de redención, haciéndonos capaces, por la gracia del Espíritu Santo, de vivir según su misma lógica de entrega, como granos de trigo unidos a él y en él. Así se siembran y van madurando en los surcos de la historia la unidad y la paz, que son el fin al que tendemos, según el designio de Dios.

Caminamos por los senderos del mundo sin espejismos, sin utopías ideológicas, llevando dentro de nosotros el Cuerpo del Señor, como la Virgen María en el misterio de la Visitación. Con la humildad de sabernos simples granos de trigo, tenemos la firme certeza de que el amor de Dios, encarnado en Cristo, es más fuerte que el mal, que la violencia y que la muerte. Sabemos que Dios prepara para todos los hombres cielos nuevos y una tierra nueva, donde reinan la paz y la justicia; y en la fe entrevemos el mundo nuevo, que es nuestra patria verdadera. Benedicto XVI

La oración con la que la Iglesia, durante la liturgia de la misa, entrega este pan al Señor lo presenta como fruto de la tierra y del trabajo del hombre. En él queda recogido el esfuerzo humano, el trabajo cotidiano de quien cultiva la tierra, de quien siembra, cosecha y finalmente prepara el pan. Sin embargo, el pan no es sólo producto nuestro, algo hecho por nosotros; es fruto de la tierra y, por tanto, también don, pues el hecho de que la tierra dé fruto no es mérito nuestro; sólo el Creador podía darle la fertilidad. Benedicto XVI

Entonces, al contemplar más de cerca este pequeño trozo de Hostia blanca se nos presenta como una síntesis de la creación. Concurren el cielo y la tierra, así como la actividad y el espíritu del hombre. De este modo, comenzamos a comprender por qué el Señor escoge este trozo de pan como su signo. La creación con todos sus dones aspira, más allá de sí misma, hacia algo todavía más grande. La creación está orientada hacia la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador mismo. Benedicto XVI

Dios quiere acercarse a los hombres; su designio es entrar en coloquio, más aún, en intimidad y, más todavía, en comunión con nosotros; quiere decir que la historia del mundo se caracteriza por las etapas de este misterioso camino, el camino de Dios hacia los hombres, el camino del hombre hacia Dios; de modo que la religión, es decir, la relación entre el cielo y la tierra, entre la vida ilimitada de Dios –porque Dios es la vida, Dios es el ser viviente infinito– y nuestra débil, humilde, enferma vida humana –pero también ella, vida ávida de infinito y de perennidad–, es semejante a dos líneas convergentes que al final se encuentran, se tocan, se fijan en un solo punto, que es plenitud, felicidad, que es vida divina comunicada a la vida humana. ¡Es Eucaristía! ¡Es pan del cielo para la peregrinación terrenal, es alimento divino para el hambre humana!

¡La Eucaristía: así ama Dios, así nos ama Cristo! Nos ama en nuestra pequeñez, desciende a nuestra medida, busca nuestra enfermedad, se revela como lo que es, infinito en el amor, cuando por nosotros, por cada uno de nosotros, se ha hecho accesible, se ha hecho amigo, se ha hecho Salvador. Me amó, escribe san Pablo, y se entregó por mí. Cada hombre, cada mujer, cada joven, cada niño, cada enfermo, cada pobre, cada afligido, cada pecador, cada alma humana puede aplicarse estas tremendas y suaves palabras delante de Jesús ofrecido a nosotros en el sacramento eucarístico.

Nuestra meditación no puede terminar sino con esta simplísima pero apremiante pregunta: si el Señor ha hecho tanto para entrar en coloquio con nosotros, para venir dentro de nosotros, ¿por qué no nos da la alegría de verlo, de poseerlo sensiblemente? Comprendamos, hijos, algo más. Nuestra historia religiosa, llegada a este abrazo sacramental con Cristo, no termina aquí. Continúa. Está aún en la fase preparatoria, en el período de la promesa. Cristo está aquí, para nosotros; pero siempre como principio, como prenda: «a nosotros dado como prenda»; como maestro, como educador. Jesús está presente y Jesús está escondido, porque quiere suscitar en nosotros los actos, las virtudes, los méritos que nos harán dignos un día de verlo, dignos de gozar de él en la plenitud de la luz y de la vida. Jesús está presente y está escondido para enseñamos a creer, a esperar, a amar. Jesús nos alienta al ejercicio de la fe, de la esperanza y de la caridad, las virtudes teologales que son los caminos que se nos conceden en la vida presente, para llegar a la última estación de la religión, la posesión de Dios. Pablo VI

 

 

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