1. La palabra y el don de la caridad
SEMANA SANTA
El Domingo de Ramos, entramos con toda la Iglesia en la semana santa o semana mayor.
Hemos concluido la travesía del ayuno, y por la gracia de Dios estamos ahora arribando al puerto. Lo que es el puerto para los capitanes de barcos, la recompensa para quienes corren o la corona para los atletas, eso es para nosotros esta semana. Ella es el preludio de todos los bienes, y en ella combatimos para obtener la corona. Por eso la llamamos semana mayor. No es porque sus días sean más largos que los demás, ya que los hay más extensos; ni tampoco porque tenga más cantidad de días, ya que todas las semanas son iguales. Es porque durante esta semana el Señor obró grandes cosas.
San Juan Crisóstomo
Por eso como cristianos, no podemos limitarnos a “conmemorar” la Pascua, o simplemente “celebrarla”, como una “fiesta más”. Tenemos que vivirla, actualizarla, hacerla nuestra. Los exhorto, a vivir intensamente estos días, a fin de que orienten decididamente la vida de cada uno a la adhesión generosa y convencida a Cristo, muerto y resucitado por nosotros.
Cardenal Pironio
TRIDUO PASCUAL
“El Triduo santo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico. Comienzo con la Misa vespertina de la Cena del Señor, tiene su centro en la Vigilia Pascual y acaba con las Vísperas del domingo de Resurrección” (Normas universales sobre el año litúrgico).
Los acontecimientos que nos vuelve a proponer el Triduo son la manifestación sublime de este amor de Dios por el hombre. Estos días son considerados justamente como la culminación de todo el año dedicado a conmemorar y actualizar la obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios” (Benedicto XVI) Misal
JUEVES SANTO
MISA DE LA CENA DEL SEÑOR
Si en el Triduo celebraremos la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús, hoy a la tarde, en la Misa de la Cena del Señor, lo celebraremos todo sacramentalmente. Viviremos todo el misterio pascual de modo anticipado y sacramentalmente, tal como Jesús quiso vivirlo en la última cena con sus discípulos.
El Jueves santo marca el lugar donde a la vez se compromete, se juega y se traba el Misterio pascual en su totalidad, que los días siguientes detallarán. Sin la voluntad de Cristo, expresada en el marco de la Cena, de ofrecer libremente su cuerpo y su sangre a los hombres, la continuación de los acontecimientos de la Pasión y de la Resurrección no encontraría su sentido más profundo, que le dan justamente los gestos y las palabras de Cristo en la tarde del Jueves santo.
Con la presente celebración tocamos el corazón, el núcleo de un Misterio pascual que, concentrado en su primera etapa, podrá desarrollarse después en sus dos fases fundamentales y articuladas que son la Muerte y la Resurrección del Señor.
Alegrémonos, hermanos y hermanas, de tener esta tarde acceso a este corazón, a este núcleo del Misterio pascual, y de entrar así ya en la Pascua de nuestro Señor común.
Joseph Doré – Arzobispo de Estrasburgo
Por eso en la liturgia de hoy hay dos aspectos (como en el domingo de Ramos):
- La alegría: el altar adornado, hay flores (que no hubieron en toda la Cuaresma), ornamente blancos, se canta el Gloria acompañando de campanas (que enseguida callarán hasta la Vigilia pascual) que hablan de un banquete, de una fiesta.
- La tristeza: esta gozosa fiesta, está teñida de tristeza: la traición, el arresto, la misma angustia de Jesús ante la muerte.
Son los sentimientos que deben haber reinado en aquella última cena con sabor a despedida.
En esta hora suprema, en este contexto de entrega y traición, Jesús “sabiendo que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, nos amó hasta el fin”. Por eso el Jueves Santo es llamado “el día de la caridad”:
- día del sacramento del amor (celebramos el don de la Eucaristía),
- día del misterio del amor (celebramos el don del sacerdocio)
- día del mandamiento del amor (“amaos unos a otros”, al otro como don).
INTROITO: Debemos gloriarnos en la cruz de nuestro Señor Jesucristo: en Él está nuestra salvación, nuestra vida y nuestra resurrección; por Él hemos sido salvados y redimidos.
ORACIÓN COLECTA: Dios nuestro, reunidos para celebrar la santísima Cena en la que tu Hijo unigénito, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio, banquete pascual de su amor, concédenos que de tan sublime misterio, brote para nosotros la plenitud del amor y de la vida.
Lecturas: Ex 12,1-8.11-14, 1 Co 11,23-26, Juan 13,1-15
Las tres lecturas de hoy forman un verdadero tríptico: presentan la institución de la Eucaristía (2 lectura) , su prefiguración en el Cordero pascual (1era lectura), y su traducción existencial en el amor y el servicio fraterno (evangelio).
San Juan Pablo II
Ex 12,1-8.11-14: Después de las plagas de Egipto Dios manda que cada familia judía tome un cordero sin defecto, que lo inmole y con la sangre del cordero pinte la puerta de su casa. Esa misma noche mientras comen el cordero en sus casas el ángel exterminador pasará por las calles, pero no entrará en las casas protegidas por la sangre del cordero. Esta es la pascua del Señor, que los judíos celebraban y recordaban cada año hasta la época de Jesús.
El cordero debía ser “sin defecto, macho, de un año” (Ex 12, 5), y su sacrificio, su muerte, su sangre, protegía la vida de aquellos que rociaban con ella sus puertas. La muerte del cordero era vida.
1 Co 11,23-26: Es el relato más antiguo de la institución de la Eucaristía. Jesús se ofrece en una cena de Pascua, en una acción litúrgica, en la Pascua judía, con lo cual señala una continuidad con el AT (como lo dice la primera lectura) y a la vez algo completamente nuevo. Jesús es el nuevo Cordero, que con su sangre libremente derramada en la cruz, estableció una Alianza nueva y definitiva.
El jueves santo es una eucaristía ejemplar en el sentido que se agrega el HOY. Cada eucaristía es la actualización del misterio de la pasión y resurrección del Señor, pero hoy se hace de modo ejemplar.
Se recomienda utilizar la Plegaria Eucarística I o Canon romano que dice así:
Él mismo (Jesús) HOY la víspera de padecer por nuestra salvación y la de todos los hombres, tomó pan en sus santas y venerables manos, y elevando los ojos al cielo, hacia ti Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomen y coman todos de él; porque este es mi Cuerpo que será entregado por vosotros’. De la misma manera, después de cenar, tomó en sus manos el glorioso cáliz…
Fue HOY cuando Jesús se entregó sacramentalmente por nosotros, HOY nos entrega su Cuerpo y su Sangre. Nuestro HOY se encuentra con el HOY de Jesús. Al decir así la Iglesia quiere que prestemos una especial atención al misterio de este día, quiere que escuchemos de una manera nueva el relato de la Institución.
Tomó pan en sus santas y venerables manos y elevando los ojos al cielo…
La Iglesia orante fija hoy su mirada en las manos y los ojos del Señor. Quiere casi observarlo, desea percibir el gesto de su orar y actuar en aquella hora singular, encontrar la figura de Jesús, por decirlo así, también a través de los sentidos.
Benedicto XVI.
Hoy importan las palabras y los gestos de Jesús. TODO Él es Palabra, TODO Él es DON.
Detengámonos hoy en el detalle, tan esencial y decisivo, de “estas santas manos”, para sostener todo lo que el Padre ha puesto en sus manos (Jn 13,3). Manos que han trabajado, manos que han bendecido, manos que han curado; manos que pronto serían traspasadas, manos finalmente que se ocultaron.
Tomó en sus manos este cáliz glorioso… Jesús toma todo entero la forma de sus manos. Permanezcamos mirando este gesto, a Jesús que permanece suspendido en este gesto, a Jesús que, en este gesto mismo, permanece para nosotros todo entero, a la vez reconocible y comestible.
Jesús esa tarde, toma el pan, y él solo, en ese instante, sabe lo que esto cuesta. Jesús, sabiendo que había llegado su hora… (Jn 13,1), Jesús, consciente, el más consciente de los hombres, Jesús, tomando el pan, esa tarde, plenamente en sus manos, sabe, lo siente íntimamente – él solo todavía– el peso incalculable de este pan que eleva, de esta libra que él pesa, de esta entrega. Jamás, jamás un pan había sido tan pesado, jamás fue necesario reflexionar tanto antes de elevarlo.
Frère François Cassingena-Trévedy
Elevando los ojos al cielo, hacia ti Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo…
Jesús levanta los ojos y se dirige al Padre. Jesús como en todos los acontecimientos importantes de su vida, comienza por rezar, por dirigirse al Padre. Y le da gracias. Eucaristía es “Acción de gracias”. Jesús con estas palabras transforma su muerte en el don de sí mismo, en acción de gracias, de forma que nosotros ahora podemos dar gracias por esta muerte. Sí, sólo ahora es posible dar gracias a Dios sin reservas, porque lo más horrible –la muerte del Redentor y la muerte de todos nosotros- ha sido transformado, gracias a un acto de amor, en el don de la vida. El pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, el nuevo alimento, que nutre para la resurrección, para la vida eterna.
Benedicto XVI
… lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: ‘Tomen y coman todos de él; porque este es mi Cuerpo que será entregado por vosotros’
Dividir, com-partir, es unir. A través del compartir se crea comunión. En el pan partido, el Señor se reparte a sí mismo.
El gesto del partir alude misteriosamente también a su muerte, al amor hasta la muerte. Él se da a sí mismo, que es el verdadero «pan para la vida del mundo» (cf. Jn 6, 51). El alimento que el hombre necesita en lo más hondo es la comunión con Dios mismo.
En el pan distribuido reconocemos el misterio del grano de trigo que muere y así da fruto. Reconocemos la nueva multiplicación de los panes, que deriva del morir del grano de trigo y continuará hasta el fin del mundo
Juan 13,1-15
«No serviré», dijo el hombre al Creador. «Por lo tanto, yo te serviré a ti», dijo el Creador al hombre. «Tú recuéstate; yo te serviré, yo te lavaré los pies. Tú descansa; yo llevaré sobre mí tus enfermedades, cargaré con tus debilidades. Sírvete de mí según tu voluntad en todas tus necesidades, no sólo como siervo, sino también como jumento tuyo, como patrimonio tuyo. Si estás cansado o agobiado, yo te llevaré a ti y a tu carga, para cumplir, yo el primero, mi ley. ¿No está escrito: Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y así cumpliréis la ley de Cristo? Y no temas que la muerte de tu servidor te prive de su servicio; pues aun después de que me hayas comido y bebido permaneceré para ti íntegro y vivo, y te serviré como antes. Si enfermas y temes la muerte, yo moriré por ti, para que con mi sangre te procures una medicina de vida».
Beato Guerrico, abad
El que está envuelto en un manto de luz, vestía un simple manto; el que ciñe de nubes el cielo, se ciñó una toalla la cintura, el que hace correr el agua de los lagos y ríos, vertió agua en un recipiente. Aquel ante quien todo se arrodilla en los cielos, en la tierra y en el abismo, lavó, de rodillas, los pies a sus discípulos.
Severiano de Gábala
Jesús sabe que ha llegado la hora de PASAR (Pascua)
PASO: No es como si Jesús, después de una breve visita al mundo, ahora simplemente partiera y volviera al Padre. El paso es una transformación. Lleva consigo su carne, su ser hombre. En la cruz, al entregarse a sí mismo, queda como fundido y transformado en un nuevo modo de ser, en el que ahora está siempre con el Padre y al mismo tiempo con los hombres.
Este paso es fruto del AMOR hasta el extremo. Transforma la cruz, el hecho de darle muerte a él, en un acto de entrega, de amor hasta el extremo.
En esta transformación Cristo nos implica a todos, arrastrándonos dentro de la fuerza transformadora de su amor hasta el punto de que, estando con él, nuestra vida se convierte en «paso», en transformación. Así recibimos la redención, el ser partícipes del amor eterno, una condición a la que tendemos con toda nuestra existencia.
Jesús se levanta de la mesa y les lava los pies.
¿Cómo nos lava Jesús? ¿De qué? Así como Jesús en la eucaristía adelanta sacramentalmente la pasión, también con este gesto explica el sentido más profundo de su pasión y muerte.
Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado», dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su palabra. Sí, las palabras de Jesús, si las acogemos con una actitud de meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora.
Pero Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó palabras. Jesús se entregó a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre, es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo más que un simple hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51).
¿Cómo llega hasta nosotros esta purificación, este lavado? Mediante los sacramentos.
En los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el baño sagrado de su amor verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez más.
El cristianismo no es una especie de moralismo, un simple sistema ético. Lo primero no es nuestro obrar, nuestra capacidad moral. El cristianismo es ante todo don: Dios se da a nosotros; no da algo, se da a sí mismo. Y eso no sólo tiene lugar al inicio, en el momento de nuestra conversión. Dios sigue siendo siempre el que da. Nos ofrece continuamente sus dones. Nos precede siempre. Por eso, el acto central del ser cristianos es la Eucaristía: la gratitud por haber recibido sus dones, la alegría por la vida nueva que él nos da. Con todo, no debemos ser sólo destinatarios pasivos de la bondad divina. Dios nos ofrece sus dones como a interlocutores personales y vivos. El amor que nos da es la dinámica del «amar juntos», quiere ser en nosotros vida nueva a partir de Dios. Así comprendemos las palabras que dice Jesús a sus discípulos, y a todos nosotros, al final del relato del lavatorio de los pies: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). El «mandamiento nuevo» no consiste en una norma nueva y difícil, que hasta entonces no existía. Lo nuevo es el don que nos introduce en la mentalidad de Cristo.
Benedicto XVI