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11. La misericordia como llamado a la fe

Tomás, objeto de misericordia

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Textos citados y comentados

 

SAGRADA ESCRITURA:

 

Mt 10, 3: Los nombres de los doce apóstoles son éstos: primero Simón, llamado Pedro, y se hermano Andrés; Santiago el de Zebedeo y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo el publican; Santiago el de Alfeo y Tadeo; Simón el Cananeo y Judas el Iscariote, el que lo entregó.

 

Jn 11, 7-16: Después dijo a sus discípulos: “Volvamos a Judea”. Los discípulos le dijeron: “Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?” Jesús les respondió: “¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él”. Después agregó: “Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo”. Sus discípulos le dijeron: “Señor, si duerme, se curare”. Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo”. Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con él”.

 

Jn 14,4-6: “Ya conocen el camino del lugar adonde voy”. Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”.

 

Jn 20,19-31: Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!” Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor. Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”. Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió “Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”. Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús. Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!” El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!” Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe”. Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!” Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!” Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro. Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

 

Hebreos 11,1: La fe es la garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven.

 

Sofonías 3,14-20: ¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Aclama, Israel! ¡Alégrate y regocíjate de todo corazón, hija de Jerusalén! El Señor ha retirado las sentencias que pesaban sobre ti y ha expulsado a tus enemigos. El Rey de Israel, el Señor, está en medio de ti: ya no temerás ningún mal. Aquel día, se dirá a Jerusalén: ¡No temas, Sión, que no desfallezcan tus manos! ¡El Señor, tu Dios, está en medio de ti, es un guerrero victorioso! El exulta de alegría a causa de ti, te renueva con su amor y lanza por ti gritos de alegría, como en los días de fiesta. Yo aparté de ti la desgracia, para que no cargues más con el oprobio. En aquel tiempo, yo exterminaré a todos tus opresores, salvaré a las ovejas tullidas, reuniré a las descarriadas, y les daré fama y renombre en todos los países donde tuvieron que avergonzarse. En aquel tiempo, yo los haré volver, en aquel tiempo, los reuniré. Sí, les daré fama y renombre entre todos los pueblos de la tierra, cuando cambie la suerte de ustedes ante sus propios ojos, dice el Señor.

 

PAPAS:

 

Benedicto XVI:

Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Por tanto, es en primer lugar a Tomás a quien se hace esta revelación, pero vale para todos nosotros y para todos los tiempos. Cada vez que escuchamos o leemos estas palabras, podemos ponernos con el pensamiento junto a Tomás e imaginar que el Señor también habla con nosotros como habló con él. Al mismo tiempo, su pregunta también nos da el derecho, por decirlo así, de pedir aclaraciones a Jesús. Con frecuencia no lo comprendemos. Debemos tener el valor de decirle: no te entiendo, Señor, escúchame, ayúdame a comprender. De este modo, con esta sinceridad, que es el modo auténtico de orar, de hablar con Jesús, manifestamos nuestra escasa capacidad para comprender, pero al mismo tiempo asumimos la actitud de confianza de quien espera luz y fuerza de quien puede darlas.

 

Benedicto XVI:

“Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré”. En el fondo, estas palabras ponen de manifiesto la convicción de que a Jesús ya no se le debe reconocer por el rostro, sino más bien por las llagas. Tomás considera que los signos distintivos de la identidad de Jesús son ahora sobre todo las llagas, en las que se revela hasta qué punto nos ha amado. En esto el apóstol no se equivoca.

 

Benedicto XVI:

¿Dónde está la luz que pueda iluminar nuestro conocimiento, no sólo con ideas generales, sino con imperativos concretos? ¿Dónde está la fuerza que lleva hacia lo alto nuestra voluntad? ¿De qué manera la fe, en cuanto fuerza viva y vital, puede llegar a ser hoy realidad? ¿Qué es una reforma de la Iglesia? ¿Cómo sucede? ¿Cuáles son sus caminos y sus objetivos? No sólo los fieles creyentes, sino también otros ajenos, observan con preocupación cómo los que van regularmente a la iglesia son cada vez más ancianos y su número disminuye continuamente; cómo hay un estancamiento de las vocaciones al sacerdocio; cómo crecen el escepticismo y la incredulidad. ¿Qué debemos hacer entonces? Hay una infinidad de discusiones sobre lo que se debe hacer para invertir la tendencia. Y, ciertamente, es necesario hacer muchas cosas. Pero el hacer, por sí solo, no resuelve el problema. El núcleo de la crisis de la Iglesia es la crisis de fe. Si no encontramos una respuesta para ella, si la fe no adquiere nueva vitalidad, con una convicción profunda y una fuerza real gracias al encuentro con Jesucristo, todas las demás reformas serán ineficaces.

 

Pablo VI:

La fe es una forma de pensamiento que debe ocupar nuestra mente en profundidad, debe ocupar nuestra psicología y nuestra personalidad. Ser creyentes significa algo muy serio, algo verdaderamente nuestro, íntimo, personal y decisivo. Desde el día de nuestro bautismo nuestra vida está incorporada a Cristo, es cristiana, excepto que nosotros mismos la traicionemos y así traicionemos nos sólo a Cristo, sino también a nosotros mismos, nuestra conciencia y nuestra vida. Adherirnos a Dios, la Verdadera Vida, es ahora la cuestión principal para nosotros, por eso la fe debe valer para nosotros más que la vida. La balanza de los valores nos muestra que la fe pesa más que nuestra existencia mortal. Es una verdad tremenda y estupenda. Esta fe interior debe transformarse en fe exterior: es necesario profesarla, dar testimonio de ella. La fe es difícil para los débiles y cobardes, la fe requiere fuerza de espíritu, grandeza de alma. Pero recordemos que Cristo que es quien quiere que sus discípulos sean fuertes es el mismo que les da la gracia de serlo por medio del Espíritu Santo.

 

Benedicto XVI:

¿Qué es y que significa hoy la profesión de fe cristiana “yo creo”?

Es una opción en la que lo que no se ve, lo que en modo alguno cae dentro de nuestro campo visual, no se considera como irreal sino como lo auténticamente real, como lo que sostiene y posibilita toda la realidad restante. Es una opción por la que lo que posibilita toda la realidad otorga verdaderamente al hombre su existencia humana, le hace posible como hombre y como ser humano. Digámoslo de otro modo: la fe es una decisión por la que afirmamos que en lo íntimo de la existencia humana hay un punto que no puede ser sustentado ni sostenido por lo visible y comprensible, sino que choca con lo que no se ve de tal modo que esto le afecta y aparece como algo necesario para su existencia.

A esta actitud sólo se llega por lo que la Biblia llama “conversión” o “arrepentimiento”. El hombre tiende por inercia natural a lo visible, a lo que puede coger con la mano, a lo que puede comprender como propio. Ha de dar un cambio interior para ver cómo descuida su verdadero ser al dejarse llevar por esa inercia natural. Ha de dar un cambio para darse cuenta de lo ciego que es al fiarse solamente de lo que pueden ver sus ojos. Sin este cambio de la existencia, sin oponerse a la inercia natural, no hay fe. Sí, la fe es la conversión en la que el hombre se da cuenta de que va detrás de una ilusión al entregarse a lo visible. He aquí la razón profunda por la que la fe es indemostrable: es un cambio del ser, y sólo quien cambia la recibe. Y porque nuestra inercia natural nos empuja en otra dirección, la fe es un cambio diariamente nuevo; sólo en una conversión prolongada a lo largo de toda nuestra vida podemos percatarnos de lo que significa la frase “yo creo”.

He aquí la razón por la que la fe es hoy día, bajo las condiciones específicas que nos impone nuestro mundo moderno, problemática y, al parecer, casi imposible. Pero no sólo hoy, ya que la fe siempre ha sido, mas o menos veladamente, un salto sobre el abismo infinito desde el mundo visible que importuna al hombre. La fe siempre tiene algo de ruptura arriesgada y de salto, porque en todo tiempo implica la osadía de ver en lo que no se ve lo auténticamente real, lo auténticamente básico. La fe siempre fue una decisión que solicitaba la profundidad de la existencia, un cambio continuo del ser humano al que sólo se puede llegar mediante una resolución firme.

 

Pablo VI:

Paz a ustedes, hijos de San Benito, que de nombre tan alto y suave hacen emblema de sus monasterios, lo escriben en el umbral de sus edificios, en las paredes de sus claustros, pero mejor todavía lo imprimen como ley dulce y fuerte en sus espíritus. Paz a ustedes que buscan en esta morada, como en fresco y secreto manantial, esa fuerza espiritual que cuánto más ajena parece a sus cuestiones temporales tanto más necesaria se demuestra para ellas. “PAX” (“Busca la Paz y síguela” Regla de San Benito Pról. 17del )

  

PADRES DE LA IGLESIA:

 

San Agustín: 

Tomás le dijo: “Señor, no sabemos adónde vas. ¿Cómo vamos a conocer el camino?” Jesús le respondió: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie va al Padre, sino por mí”. Como diciendo: ¿Por dónde quieres ir? Yo soy el camino. ¿A dónde quieres ir? Yo soy la verdad. ¿En dónde quieres permanecer? Yo soy la vida. Todo hombre comprenden la verdad y la vida, pero no todos encuentran el camino. Camina por esta humanidad de Cristo para llegar a Dios, porque es preferible tropezar en este camino, que marchar fuera del camino recto.

¿Cómo pudo entrar Jesús estando cerradas las puertas? Donde acaba la razón, empieza la fe.

¿Me preguntas cómo entró cerradas las puertas? Yo te respondo: Si caminó sobre el mar, ¿dónde está el peso de su cuerpo? El Señor lo hizo como Señor. ¿Acaso porque resucitó dejó de serlo?

Jesús conservó las heridas para curar el corazón.

Tomás veía y tocaba al hombre, pero confesaba su fe en Dios, a quien ni veía ni tocaba. Pero lo que veía y tocaba lo llevaba a creer en lo que hasta entonces había dudado.

 

San Gregorio:

No fue casualidad que aquel discípulo elegido estuviese ausente, sino obra de la divina misericordia, para que mientras el discípulo incrédulo palpaba en el cuerpo del Maestro las heridas, curara en nosotros las de nuestra infidelidad. Más provechosa nos ha sido para nuestra fe la incredulidad de Tomás, que la fe de todos los discípulos.

Si Tomás vio y creyó, porque Jesús le dice: ¿Porque me has visto…? Porque una cosa vio y otra creyó: vio al hombre y confesó a Dios.

 

San Juan Crisóstomo:

Considera la misericordia del Creador, que por salvar el alma de Tomás se le aparece y se acerca y le muestra sus heridas.

 

OTROS AUTORES:

Basilio de Seleucia: Hoy Cristo resucitado de entre los muertos es visto por los discípulos, y con esta segunda aparición ha confirmado la fe en su resurrección. Se apareció, estando cerradas las puertas, pues el que había mostrado que el infierno no tenía muros, no necesitaba entrar por una puerta.

 

Santo Tomás de Aquino: Tiene mucho más mérito quien cree sin ver que quien cree viendo.

 

San Beda: Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: “Vayamos también nosotros a morir con él”. Tomás exhortó a sus compañeros a ir a morir con Jesús, en lo cual se deja ver su constancia, pues hablaba como si él fuera capaz de hacer lo que a los otros exhortaba, olvidándose de su fragilidad, igual que Pedro.

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