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La Eucaristía en la comunidad primitiva

LA EUCARISTÍA EN LA COMUNIDAD PRIMITIVA

Textos comentados en la charla

Sagrada Escritura

Mt 28,1:“Pasado el sábado, al alborear el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De pronto … ».

Mc 16,1-2.9:“Pasado el sábado, María Magdalena, María la de Santiago y Salomé compraron perfumes para ir a embalsamar a Jesús. El primer día de la semana, muy de madrugada, a la salida del sol, fueron al sepulcro … Jesús resucitó en la madrugada del primer día de la semana y se apareció en primer lugar a María Magdalena … ».

Lc 24,1:“El primer día de la semana, al rayar el alba, las mujeres volvieron al sepulcro con los aromas que habían preparado y encontraron la piedra del sepulcro corrida a un lado … »,

Jn 20,1.19.26:“El primer día de la semana por la mañana, muy temprano, antes de salir el sol, María Magdalena se presentó ‘en el sepulcro … Aquel mismo día, por la tarde, estaban reunidos los discípulos en una’ casa con las puertas cerradas… Ocho días después, se hallaban reunidos en casa todos los discípulos de Jesús. Estaba también Tomás … »

Textos de autores varios:

En Pablo y Lucas a las palabras “Esto es mi cuerpo, que será entregado por ustedes” sigue el mandato de repetir este gesto: “Hagan esto en conmemoración mía”. ¿Qué es exactamente lo que Jesús mandó repetir? Ciertamente no la cena pascual. La Pascua era una cena anual, cuya celebración estaba claramente regulada por la tradición sagrada y vinculada a una determinada fecha (una vez al año). El mandato se refiere sólo a aquello que constituía una novedad en los gestos de Jesús de aquella noche: la fracción del pan, la oración de bendición y de acción de gracias y con ella, las palabras de la transubstanciación del pan y del vino. Podríamos decir: mediante aquellas palabras, nuestro momento actual es introducido en el momento de Jesús. Benedicto XVI

“Lo que la Iglesia celebra en la Misa no es la última cena sino lo que el Señor ha instituido durante la última cena, confiándolo a su Iglesia: el memorial de su muerte sacrificial” Jungmann

Esto concuerda con la constatación histórica, según la cual “en toda la tradición del cristianismo, tras la separación de la Eucaristía de una verdadera comida (donde aparece el “partir el pan” y la “cena del Señor”) hasta la reforma del siglo XVI, nunca se utiliza ningún término que signifique “comida para indicar la celebración de la Eucaristía”. Benedicto XVI

En realidad, ciertamente el Señor había instituido su sacramento en el marco de una comida, más precisamente de la cena pascual judía, y así al inicio estaba relacionado con una reunión para la comida. Sin embargo, el Señor no había mandado repetir la cena pascual, que constituía el marco, pero no era su sacramento, su nuevo don. Por tanto, la celebración de la Eucaristía se desligó de la reunión para la cena en la medida en que se iba llevando a cabo el alejamiento de la ley, el paso a una Iglesia de judíos y gentiles, pero sobre todo de gentiles. Así, la relación con la cena llegó a ser algo exterior, más aún, ocasión de equívocos y abusos, como san Pablo mostró ampliamente en la primera carta a los Corintios. Benedicto XVI

Se comprendió que lo esencial en el acontecimiento de la última Cena no era comer el cordero y los otros alimentos tradicionales, sino la gran oración de alabanza, que contenía ahora como centro las palabras mismas de Jesús: con estas palabras había transformado su muerte en el don de sí mismo, de forma que nosotros ahora podemos dar gracias por esta muerte. Sí, sólo ahora es posible dar gracias a Dios sin reservas, porque lo más horrible -la muerte del Redentor y la muerte de todos nosotros- ha sido transformado, gracias a un acto de amor, en el don de la vida. Así, se reconoció como realidad esencial de la última Cena la Eucaristía, lo que hoy nosotros llamamos Plegaria eucarística, que deriva directamente de la oración de Jesús en la víspera de su pasión y es el centro del nuevo sacrificio espiritual, motivo por el cual diversos Padres designaban la Eucaristía simplemente como “oración”, como “sacrificio de la palabra”, como sacrificio espiritual, pero que se convierte también en materia, y materia transformada: el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, el nuevo alimento, que nutre para la resurrección, para la vida eterna. De este modo, toda la estructura de palabras y elementos materiales se transforma en anticipación del banquete eterno de bodas. Benedicto XVI

Pero hay todavía otro elemento determinante en la formación de la liturgia cristiana. El Señor dio a sus discípulos ya en la última cena su cuerpo y su sangre como don de la resurrección: cruz y resurrección forman parte de la Eucaristía, y sin ellas no es ella misma. Pero como el don de Jesús es esencialmente un don radicado en la resurrección, la celebración del sacramento debía estar vinculada necesariamente con la memoria de la resurrección. El primer encuentro con el resucitado se produjo en la mañana del primer día de la semana –el tercer día después de la muerte de Jesús- por tanto, la mañana del domingo. Por eso, la mañana del primer día se convirtió espontáneamente en el momento de la liturgia cristiana, en el domingo, en el “Día del Señor”.

Esta fijación cronológica de la liturgia cristiana que define su naturaleza íntima y al mismo tiempo su forma, tuvo lugar muy pronto. En efecto, el relato de un testigo ocular recogido en Hechos 10,6-11 habla del viaje del san Pablo y sus compañero a Tróada y dice: “El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan”. Esto significa que, ya durante la época de los apóstoles, el “partir el pan” estaba fijado en la mañana del día de la resurrección: la Eucaristía se celebraba como un encuentro con el Resucitado.

En este contexto se inserta también la disposición de Pablo de que el “primer día de la semana” se haga la colecta para Jerusalén (1 Co 16,2). Es cierto que allí no habla de la celebración eucarística, pero, obviamente, el domingo es el día de la comunidad de Corinto y, por tanto, también claramente de su culto. En Apocalipsis 1,10, en fin, encontramos por primera vez la expresión “día del Señor” para denominar el domingo. La nueva articulación cristiana de la semana queda claramente perfilada. El día de la resurrección es el día del Señor, y por ello, también el día de sus discípulos, de la Iglesia. Al final del siglo I, la tradición ya está netamente establecida cuando, la Didajé (100) dice con toda naturalidad: En cuanto al domingo del Señor, una vez reunidos, partid el pan y dad gracias después de haber confesado vuestros pecados”. Para Ignacio de Antioquía (+110) vivir “según el día del Señor” se ha convertido en la característica distintiva de los cristianos contra los que celebran el sábado. (O sea es cristiano el que celebra el domingo).

Era lógico que la celebración eucarística se relacionara con la Liturgia de la Palabra –lectura de la Escritura, explicación y oración-, que inicialmente tenía lugar aún en la sinagoga. Consiguientemente, la formación del culto cristiano estaba concluida en sus partes esenciales ya a comienzos del siglo II. Este proceso de desarrollo forma parte de la institución misma. La institución presupone la resurrección y con ello también la comunidad viva que, bajo la guía del Espíritu de Dios, da al don del Señor su forma en la vida de los fieles.

Un arcaísmo que pretendiera volver a un momento anterior a la resurrección y a su dinámica, e imitar solamente la última cena, no se correspondería en absoluto con la naturaleza del don que el Señor ha dejado a sus discípulos. El día de la resurrección es el lugar exterior e interior del culto cristiano, y la acción de gracias como anticipación creativa de la resurrección por medio de Jesús es el modo en que el Señor hace de nosotros personas que dan gracias con Él, la manera en la que Él, en el don, nos bendice y nos hace participar en la transformación, que nos llega por sus dones y que ha de extenderse por el mundo: hasta que Él venga(1 Co 11,26) Benedicto XVI

Se ha dicho que el arte de vivir está en convertir lo ordinario en extraordinario; en saber acoger con asombro lo que es cotidiano; en apreciar y valorar lo que nos viene como “cosa normal”; en hacer las cosas como si fuera la primera vez, o quizá la última. Pensemos en cada día nuevo que nos viene y se nos ofrece como “un cheque en blanco” (cada día se renueva tu fidelidad); en las personas buenas con las que tratamos día a día, en la naturaleza que nos rodea y acompaña. Si fuéramos capaces de llenar de luz, de generosidad, las realidades que, envueltas en su gris cotidianeidad, salen a nuestro encuentro, nuestra vida diaria quedaría transformada, transfigurada. Aunque es una pena, la verdad es que la mayoría de las veces vivimos la vida precipitadamente, con lo que se nos escapan de entre las manos multitud de fuentes de felicidad. Xabier Basurko

Nuestro drama de hoy consiste en que, por falta de tiempo y por precipitación superficial, pasamos de largo ante una multitud de fuente de felicidad. El mundo se nos antoja vacía no porque lo sea realmente, sino porque no sabemos captar sus riquezas. J. Daniélou

También la vida cristiana, “el arte de vivir evangélico” consiste en convertir lo extraordinario en ordinario. Pensemos en la recitación del Padrenuestro, o en el gesto de la señal de la cruz, realizados a plena conciencia, pensemos también en la Misa y en el domingo. Xabier Basurko

Ello significa que los mismos redactores de los evangelios han comprendido sus asambleas dominicales como prolongaciones de los encuentros entre el Señor y sus discípulos el día de Pascua. Este es el caso de la narración de los discípulos de Emaús en Lc 24; así lo afirma Jacques Dupont al término de su investigación sobre el relato lucano:

«Esta narración quiere ante todo sugerir a sus lectores cristianos que la fracción del pan es y permanece para ellos el signo por excelencia de la presencia del Resucitado, el lugar donde ellos pueden y deben descubrir esta presencia, y a partir del cual ellos podrán aportar testimonio a la resurrección». Jacques Dupont

Esta conclusión nos lleva a pensar que para Lucas el relato de la aparición del Señor a sus discípulos tiene la clave del sentido profundo de la asamblea dominical. Dicho de otro modo, el relato de Emaús viene a ser como una parábola por medio de la cual el tercer evangelio trata de ofrecer las riquezas internas del domingo para cualquier generación de cristianos, para los cristianos de todos los tiempos, luego también para nosotros. El camino de Emaús viene a ser una catequesis plástica de lo que significa el domingo para los cristianos: la experiencia del encuentro con el Resucitado, primero a través de su palabra (¿no ardía nuestro corazón mientras nos hablaba en el camino y nos explicaba las Escrituras?: v. 32), en la eucaristía (entonces se les abrieron los ojos y lo reconocieron: v. 31.35), y en la comunidad reunida (v. 33ss): los tres signos fundamentales por los que, hoy como ayer, se muestra el Resucitado a los creyentes. Algo muy similar podemos decir también del cuarto evangelio. En el relato de Jn 20,19ss, la aparición de los discípulos, en ausencia de Tomás, está situada en la tarde del «primer día de la semana». Los versículos 24-29 narran que los discípulos, esta vez con Tomás, están de nuevo reunidos «ocho días más tarde»; o sea, en la tarde del domingo siguiente es cuando el Señor se manifiesta de nuevo a ellos. A propósito de esta mención precisa «ocho días más tarde», escribe Rudolf Schnackenburg: «¿Por qué se interesa en ello el evangelista? Evidentemente porque en su tiempo se había impuesto ya el domingo cristiano, probablemente para celebrar la cena del Señor. La mención de los ocho días tiene por ello seguramente su razón de ser en la praxis litúrgica; y desde luego que no por un especial interés cúltico del evangelista, sino con vistas a la comunidad, que en sus celebraciones debía recordar aquella aparición de Jesús a Tomás» Rudolf Schnackenburg. Para decirlo de otra manera: igual que sucede en Lucas, también en el cuarto evangelio los relatos de aparición del Resucitado están redactados sobre el trasfondo de la práctica dominical concreta de la comunidad. Estos relatos esclarecen la manera cómo las comunidades joánicas comprendían el sentido de su asamblea dominical. En el relato de Juan encontramos los mismos valores teológicos de fondo: la reunión de la comunidad, la palabra y la presencia misma del Resucitado, la fe de los discípulos, la paz (shalom) que el Señor concede a los suyos, el recuerdo de la pasión (en sus llagas), el envío misionero, la donación del Espíritu y el encargo o ministerio de la reconciliación. Cabe todavía plantear la siguiente cuestión fundamental: si es la comunidad misma la que ha elegido ese día, o si más bien ella no ha hecho más que recibir ese día. J. J. van Allmen: «Pero, ¿no se puede ir más lejos, y considerar que este día no lo ha elegido la Iglesia misma, sino que lo ha recibido? Ciertamente, el Nuevo Testamento no relata una institución del domingo paralela a la institución del sabbat bajo la antigua alianza. Pero, ¿no se puede suponer -siguiendo en particular el testimonio joánico- que es Cristo mismo quien, resucitando en el primer día de la semana, y volviendo a estar con los suyos ese mismo día, ha designado (implícitamente o hasta explícitamente) ese día como el de su encuentro regular con la Iglesia, hasta la parusía?» Xabier Basurko

Del Catecismo de la Iglesia Católica:

La Eucaristía, fuente y culmen de la vida eclesial

1324La Eucaristía es “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (LG11). “Los demás sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua” (PO5).

1325“La comunión de vida divina y la unidad del Pueblo de Dios, sobre los que la propia Iglesia subsiste, se significan adecuadamente y se realizan de manera admirable en la Eucaristía. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres dan a Cristo y por él al Padre” (Instr. Eucharisticum mysterium, 6).

1326Finalmente, por la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co15,28).

1327En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: “Nuestra manera de pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses4, 18, 5).

La misa de todos los siglos

1345Desde el siglo II, según el testimonio de san Justino mártir, tenemos las grandes líneas del desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el año 155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:

«El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros […] (San Justino, Apologia, 1, 67) y por todos los demás donde quiera que estén, […] a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias, todo el pueblo presente pronuncia una aclamación diciendo: Amén.
[…] Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua “eucaristizados” y los llevan a los ausentes» (San Justino, Apologia, 1, 65).

1346La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman una unidad básica:

— la reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;

la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias consecratoria y la comunión.

Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas “un solo acto de culto” (SC56); en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y la del Cuerpo del Señor (cf. DV21).

1347¿No se advierte aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus discípulos? En el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, “tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio” (cf Lc24, 30; cf. Lc24, 13- 35).

  1. En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres.

«A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos difuntos, y en general por todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las almas, en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable víctima […] Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen pecadores […], presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y para nosotros al Dios amigo de los hombres (San Cirilo de Jerusalén, Catecheses mistagogicae5, 9.10).

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