2. La cruz: silenciosa palabra de amor
VIERNES SANTO
Hoy Cristo que es la Palabra, calla.
El Verbo (LA PALABRA) enmudece, se hace silencio mortal, porque se ha «dicho» hasta quedar sin palabras, al haber hablado todo lo que tenía que comunicar, sin guardarse nada para sí. Los Padres de la Iglesia, contemplando este misterio, ponen de modo sugestivo en labios de la Madre de Dios estas palabras: «La Palabra del Padre, que ha creado todas las criaturas que hablan, se ha quedado sin palabra; están sin vida los ojos apagados de aquel que con su palabra y con un solo gesto suyo mueve todo lo que tiene vida».[37] Aquí se nos ha comunicado el amor «más grande», el que da la vida por sus amigos (cf. Jn 15,13).
Verbum Domini
Hoy es el día en que escuchamos este silencio y miramos la cruz, fijamos la mirada en la cruz redentora, que nos habla de perdón. Hoy se adora la Cruz y se canta a la Cruz. La Iglesia está despojada. Es un día grave, solemne, no hay Eucaristía. La celebración del Viernes santo es un culto de adoración y de oración que termina con la comunión que se realiza con las hostias consagradas ayer, pero no hay consagración ni Misa.
CONMEMORACIÓN DE LA PASIÓN DEL SEÑOR
La ceremonia se articula en torno a tres ejes fundamentales:
- La liturgia de la Palabra
- La veneración de la Cruz
- La comunión
La celebración comienza con entrada de los sacerdotes en silencio, no hay canto de entrada. El celebrante entra y se postra con todo el cuerpo en tierra. Nosotros nos arrodillamos. Es un signo de adoración y humildad.
Luego el sacerdote dice esta oración:
Acuérdate, Señor de tu gran misericordia y santifica con tu eterna protección a esta familia tuya por la que Cristo, tu Hijo, instituyó, por medio de su Sangre, el misterio pascual.
Liturgia de la palabra
Isaías 52,13-53,12
Jesús es comparado a un cordero llevado al matadero, a una oveja muda y dócil frente a aquellos que la esquilan. Jesús es prefigurado por el servidor sufriente pero ya se vislumbra la resurrección: “Mi servidor triunfará”. Nosotros somos las ovejas errantes y él el cordero inmaculado que no abre su boca y se ofrece en expiación y carga sobre sí las culpas de todos nosotros.
Hebreos 4,14-16; 5,7-9
Esta lectura nos muestra la pasión de Jesús impregnada de oración: “Cristo, en los días de su vida mortal, con gritos y lágrimas, presentó oraciones y súplicas al que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su actitud reverente”.
Se trata del encuentro de Jesús con el poder de la muerte, cuyo abismo, percibe en toda su profundidad y terror. La carta a los Hebreos ve así toda la pasión de Jesús, desde el Monte de los Olivos hasta el último grito en la cruz, impregnada de oración, como una única súplica ardiente a Dios por la vida, en contra del poder de la muerte.
La carta a los Hebreos considera así la pasión de Jesús como un forcejeo en la oración con Dios Padre y al mismo tiempo con la naturaleza humana.
El texto dice que Jesús suplicó a quien podía salvarlo de la muerte y fue escuchado por su actitud reverente. Mas ¿realmente fue escuchado?
El Padre lo ha levantado de la noche de la muerte; en la resurrección lo ha salvado definitivamente y para siempre de la muerte: Jesús ya no muere más. Y, probablemente, el texto significa todavía más. La resurrección no es solo un salvar personalmente a Jesús de la muerte. En efecto, esta muerte no le incumbe solamente a él. La suya fue una muerte «por los otros», fue la superación de la muerte en cuanto tal.
Benedicto XVI
Tenemos luego el canto del Christus, que canta los dos aspectos indisociables de la pasión: se nota en la misma música, el primero grave canta la pasión y luego con un modo más ágil y vivo la gloria de Cristo exaltado a la derecha del Padre.
Pasión según san Juan 18,1-19,42
Para san Juan la cruz es la gloria, el triunfo sobre la muerte. Curiosamente, lo llamamos la Pasión según San Juan, pero es el autor que menos habla de pasión, porque para san Juan, es la manifestación de la realeza de Cristo, el triunfo del Señor.
“Cuando sea levantado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí”. “Sí, Dios amó tanto al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en Él no muera, sino que tenga la vida eterna”. “Dios no envió a su Hijo para condenar al mundo sino para que el mundo se salve por medio de Él”. “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el extremo”. Juan escribe para que creamos que Jesús es el Hijo de Dios y creyendo tengamos vida.
Juan tiene omisiones significativas: no habla de la agonía del huerto, ni del beso del traidor, ni del abandono de los discípulos, ni del juicio ante el sanedrín, ni de los ultrajes ante el sacerdote, ni de la burla de Herodes… Destaca en cambio la majestad y dignidad de Cristo ante los que le prenden:
- Vimos ayer que la última cena celebraba la Pascua judía, pero en el evangelio de Juan, comienza el relato de la cena diciendo “antes de la fiesta de la Pascua” y luego dirá que cuando a Jesús lo llevaron preso y lo entregaron a Pilato, “todavía no era la Pascua” y que cuando Pilato lo sacó afuera y se los dio para crucificar, “era la víspera de la Pascua”, y que cuando el Señor ya estaba colgado en la cruz muerto, quisieron sacar el cadáver porque “al día siguiente era una fiesta muy importante”. Entonces todo sucedió antes de la Pascua. ¿Por qué? Porque a san Juan le interesa señalar que Jesús era el cordero que era sacrificado en la víspera de la pascua. Por eso cuando termina el relato de la pasión, Juan dice que un soldado lo hirió en el costado y de allí salió sangre y agua y que eso lo hicieron para no quebrarle los huesos y termina diciendo “y así se cumplen las escrituras que dicen ‘no le quebrarán ningún hueso’”.
- En los Sinópticos se dice que Jesús fue a Getsemaní, que estaba angustiado, que tenía gran aflicción, que los discípulos se durmieron mientras él oraba y lo dejaron solo. En Juan el relato de la pasión comienza en un jardín, no dice que sea Getsemaní. ¿Dónde empezamos con un jardín?, en el paraíso, es como si la historia comenzara otra vez, pero de distinta manera, aunque también en un jardín. Jesús ni llora, ni se tira en el suelo, está con los discípulos y llegan los que lo vienen a detener, pero no entran, sino que Jesús sale al encuentro de ellos. Dicen que buscan a Jesús el de Nazaret, es decir que buscan al hombre que vive en Nazaret, buscan al Jesús terrenal. Jesús les dice YO SOY, y cuando lo dice todos caen al suelo. Es muy distinto de los otros relatos en que Jesús es el que está en el suelo y los que lo vienen a detener están de pie. Pero, qué pasa con ese YO SOY? En el evangelio de Juan aparece muchas veces que Jesús dice YO SOY (la vida, el camino, la vid, etc.), pero ese es el nombre de Dios en hebreo (Yahvé: yo soy el que soy). Ellos preguntan por un hombre y Jesús le da el nombre divino y por eso todos se caen al suelo.
- Los otros evangelios presentan un juicio delante del tribunal de los judíos, donde el sumo sacerdote interroga a Jesús, luego es agredido, lo escupen, le pegan, eso en el evangelio de Juan se pasa por alto. A Jesús lo llevan directamente a Poncio Pilato, para que lo juzgue el representante del emperador romano. Solamente hay una escena entre los judíos, pero no es el sumo sacerdote el que lo interroga, sino el suegro, que había sido sumo sacerdote, es decir que no es oficial el interrogatorio. Le pregunta qué enseña y Jesús le dice que le pregunte a los que lo escucharon, habla con toda autoridad, parece que está juzgando al que se presenta como juez.
- Lo llevan a Poncio Pilato que es el representante del emperador, es interesante ver el relato, porque el que ahí se tiene que presentar como juez queda como juzgado, porque Jesús lo empieza a interrogar a él, como si fueran dos reyes que hablan de igual a igual, pero donde el representante del emperador cada vez va apareciendo más disminuido. El que se presenta verdaderamente como rey es Jesús. El diálogo entre Pilato y Jesús va a versar sobre la realeza: “Yo soy rey, pero mi reino no es de este mundo”. Jesús va mostrando su señorío. En la última escena, solamente está en el evangelio de Juan, Pilato lo saca afuera, para que todos lo vean, lo hace sentar en el tribunal, es decir en su trono, y Pilato lo presenta como si fuera el lacayo, “este es el rey de ustedes”.
- El tribunal donde se sienta tiene nombre en griego y en hebreo, para indicar que Jesús es universal, que es universal el trono de Jesús, habla para los judíos (en hebreo) y para todo el mundo (el griego era el idioma universal de aquél entonces). También solamente Juan consigna que el cartel que está sobre la cruz está escrito en hebreo, en griego y en latín, está escrito en todos los idiomas conocidos es rey para todo el mundo.
- En los otros evangelios Jesús está tan deteriorado cuando llega a llevar la cruz que lo tienen que obligar Simón de Cirene para que lleve la cruz hasta el calvario, en el evangelio de Juan dice que Jesús, llevando el mismo su propia cruz, como un rey que lleva sus insignias a ocupar su trono.
- En los otros, las mujeres lo ven todo de lejos, porque los soldados romanos no permitían que nadie se acercara. Juan pone que hay personas al lado. Está la madre del Señor, que en ningún otro evangelio dice que haya ido al calvario. También pone a un discípulo anónimo, el discípulo amado de Jesús, es decir que cualquiera que está leyendo el relato con fe, puede decir allí estoy yo, ese soy yo. Este curioso evangelio de Juan nos cuenta una pasión que no es pasión, sino una manifestación gloriosa de la condición divina de Jesús y de su condición de rey.
(Cfr. La Pasión según san Juan – Luis H. Rivas)
Detengámonos ante todo a examinar esta cuestión: ¿cuándo un rey es más digno de gloria? ¿Cuando está revestido de púrpura y engalanado con una diadema, recubierto de oro y elevado sobre un trono, trasladándose solamente para ir con su séquito mientras se sienta siempre en un lugar aparte? ¿O bien cuando sale a campo raso, en condiciones de vida ordinarias, el último en el honor y el primero en los peligros, revestido de hierro y con una pesada armadura? Se afana por destruir al enemigo a fin de defender la patria, los ciudadanos, los niños y la vida de todos. Despreciando las circunstancias críticas, presta poca atención a las heridas; incluso enfrenta decididamente a la muerte, ya que debe asegurar la salvación de los suyos. Su mayor victoria, su mayor triunfo, ¿acaso no procederán del desprecio de la muerte más aún que de la derrota del enemigo?
El amor de Dios estaba velado para nosotros y su ternura permanecía oculta. Hacer gracia a los súbditos, ofrecer un don a los servidores es lo habitual en un benefactor. Sufrir por los súbditos, morir por los servidores, es el signo de una ternura sin medida, la manifestación de un amor sin precedentes. La prueba de que Dios nos ama –dice el Apóstol– es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. Y en otra parte leemos: Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito.
Poco importa que alguien pueda ser bondadoso, dar con generosidad, prestar un servicio cuando los propios asuntos prosperan, o amar a hombres solícitos. Pero tomar sobre sí la adversidad que alcanza a los suyos, por su causa exponerse a los peligros, entregarse a los sufrimientos, ofrecerse con ansias a la muerte para sustraerlos de una muerte violenta y conservarles la vida… ¿Es posible semejante comparación? La amistad se prueba en la adversidad; la dilección se aprecia en los peligros; los sufrimientos son la prueba del amor.
San Pedro Crisólogo
Jesús es rey, como dice san Juan, pero un rey que combate, que entra en duelo con la muerte por amor a su pueblo, tal como cantaremos en la secuencia del Domingo de Pascua:
La muerte y la vida se enfrentaron en un duelo admirable: El rey de la vida estuvo muerto y ahora vive.
A la sombra de esta pasión victoriosa, que tiene fuerza para vencer el pecado y la muerte, se desprenden la oración universal y la adoración de la cruz.
Oración universal
Hoy que Cristo derrama su sangre por TODOS la Iglesia reza por TODOS. Es la oración universal. Todas seguidas por una oración y un pequeño silencio para rezar: por la Iglesia, el Papa, los pastores, fieles, catecúmenos, la unidad de los cristianos, los judíos, los que no creen en Cristo, los que no creen, por los gobernantes, por todos los que sufren.
Veneración de la Cruz:
A continuación de la lectura de la Pasión según san Juan se adora esta cruz gloriosa, como un acto espontáneo exigido por la misma proclamación de la pasión. Se trata de la cruz gloriosa, porque por ella ha venido la salvación del mundo entero. La cruz es el símbolo de la Pascua, de la salvación de la humanidad, del amor, de la esperanza, de la resurrección, de la vida.
El celebrante busca la cruz y avanza por medio de la Iglesia cantando 3 veces “Este es el árbol de la cruz, en el que estuvo suspendido el Salvador del mundo”. Y todos respondemos: “Venid adoremos al Señor”. Luego cada uno se acerca a adorarla y besarla mientras se cantan himnos de veneración y adoración a la cruz: es la máxima expresión del amor de Dios al hombre y del desamor del hombre a Dios. Es en la muerte de Cristo donde se revela la tragedia del pecado, y la grandeza del amor de Dios, de la piedad y compasión de Dios por el hombre. Y es justamente allí donde el amor vence sobre el odio, la vida sobre la muerte, donde el hombre puede renacer a una vida nueva, porque es allí donde su pecado es perdonado y redimido, y desde la aceptación de la culpa y del perdón, el hombre puede pasar de la muerte a la vida, del pecado a la vida de la gracia. Nunca Dios aparece tan cerca del hombre como en la Cruz y el hombre cercano y necesitado de Dios.
¿POR QUÉ AGONIZA Y MUERE JESÚS?
¡Pensémoslo! Es el gran misterio de la Cruz: Jesús sufre por nosotros. Él es víctima. Él condivide el mal físico del hombre para curar su mal moral, para anular en sí nuestros pecados. ¡Hombres sin esperanza! Hombres, que se ilusionan en reconquistar la paz de la conciencia sofocando en el fondo de ella sus remordimientos inextinguibles (todos los pecadores los tenemos si somos verdaderamente hombres), ¿por qué damos la espalda a la Cruz? Tengamos todos la valentía de volvernos hacia ella, de reconocernos culpables en ella; tengamos la confianza de fijar la vista en su figura misteriosa; ¡ella nos habla de misericordia, de amor, de resurrección! ¡Ella irradia la salvación para nosotros!
Beato Pablo VI
El hombre tiene necesidad de redención… necesita un perdón. Necesita volver a ser hombre, necesita volver a reconquistar su dignidad, su verdadera personalidad.
Beato Pablo VI
Mientras se adora la Cruz cantamos:
- Adoramos Señor tu Cruz…
- Los improperios que cantan el contraste entre el amor de Dios, los innumerables beneficios con los que nos ha colmado y nos colma y la constante ingratitud por parte nuestra. La fidelidad y amor de Dios y la infidelidad y descaro nuestro: “Pueblo mío, qué te he hecho, en qué te he agraviado? Respóndeme”. Porque respondemos a Dios como si él nos agraviara. Y no hemos recibido más que bien y no hemos respondido más que mal. Busca suscitar en nosotros un verdadero arrepentimiento y contrición.
- Crux fidelis inter omnes… Es un himno del siglo IV de Venancio Fortunato, donde se establece el paralelo entre el árbol del Paraíso que causó la caída del hombre y el árbol del Calvario que nos trajo la vida. La melodía del este himno es muy bella, se desprende una serenidad que traduce la confianza que tenemos que manifestar frente a la cruz de Cristo: la muerte aparece como un nuevo nacimiento que nos introduce en la verdadera y eterna vida.
Luego se coloca la cruz sobre el altar que permanecerá allí para ser adorada hasta la Vigilia pascual.
La liturgia de la comunión
Esta celebración termina con la comunión. Jesús antes de morir rezó para que todos seamos uno. La comunión es el fruto más precioso de la redención.
Luego se vuelve a hacer la reserva fuera de la Iglesia que permanece despojada, no sin antes recordar a la Virgen, en su dolor:
Señor, renuncio a comprender, no a contemplar el encuentro de tu Madre la Virgen contigo paciente y humillado. Quien sufre a la vista de una persona confidente y amada, se queda sorprendido y vencido con inefable conmoción y llora. Tú, más fuerte, Tú más sabio, sientes ciertamente la piedad inmensa de la dulce presencia, pero la colocas junto a la piedad, inviolable por otros sufrimiento, hacia el Padre celeste; y la compasión humana es sublimada por la fortalece divina. Tu rostro me parece austero, Jesús: embargado como está por el único deber, por el único amor: la voluntad del Padre, y así asocias a la Madre a tu misión redentora. “Oh Madre, fuente del amor, haz que sienta la violencia del dolor para que llore contigo”.
Beato Pablo VI