1. Charlas Cuaresma Triduo 2023-por día






La alegría de la comunión

Textos Charla Jueves Santo:
La alegría de la comunión

TRIDUO PASCUAL

“El Triduo santo pascual de la Pasión y Resurrección del Señor es el punto culminante de todo el año litúrgico. Comienzo con la Misa vespertina de la Cena del Señor, tiene su centro en la Vigilia Pascual y acaba con las Vísperas del domingo de Resurrección”

Normas universales sobre el año litúrgico

 

Los acontecimientos que nos vuelve a proponer el Triduo son la manifestación sublime de este amor de Dios por el hombre. Estos días son considerados justamente como la culminación de todo el año dedicado a conmemorar y actualizar la obra de la redención de los hombres y de la perfecta glorificación de Dios”

Benedicto XVI – Misal

 

El Jueves Santo marca el lugar donde a la vez se compromete, se juega y se traba el Misterio pascual en su totalidad, que los días siguientes detallarán. Sin la voluntad de Cristo, expresada en el marco de la Cena, de ofrecer libremente su cuerpo y su sangre a los hombres, la continuación de los acontecimientos de la Pasión y de la Resurrección no encontraría su sentido más profundo, que le dan justamente los gestos y las palabras de Cristo en la tarde del Jueves Santo.

Con la presente celebración tocamos el corazón, el núcleo de un Misterio pascual que, concentrado en su primera etapa, podrá desarrollarse después en sus dos fases fundamentales y articuladas que son la Muerte y la Resurrección del Señor.

Alegrémonos, hermanos y hermanas, de tener esta tarde acceso a este corazón, a este núcleo del Misterio pascual, y de entrar así ya en la Pascua de nuestro Señor común.

Joseph Doré

 

EUCARISTÍA DE LA CENA DEL SEÑOR

ORACIÓN COLECTA: Dios nuestro, reunidos para celebrar la santísima Cena en la que tu Hijo unigénito, antes de entregarse a la muerte, confió a la Iglesia el nuevo y eterno sacrificio, banquete pascual de su amor, concédenos que de tan sublime misterio, brote para nosotros la plenitud del amor y de la vida.

Las tres lecturas de hoy forman un verdadero tríptico: presentan la institución de la Eucaristía (2 lectura), su prefiguración en el Cordero pascual (1era lectura), y su traducción existencial en el amor y el servicio fraterno (evangelio). San Juan Pablo II

 

JUAN 13, 1-17

Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin. Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo,  sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.  Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.  Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: «¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?». Jesús le respondió: «No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás».  «No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!». Jesús le respondió: «Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte».  «Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!». Jesús le dijo: «El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos».  El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: «No todos ustedes están limpios». Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: «¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor, y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes. Les aseguro que el servidor no es más grande que su señor, ni el enviado más grande que el que lo envía. Ustedes serán felices si, sabiendo estas cosas, las practican.

En esta transformación Cristo nos implica a todos, arrastrándonos dentro de la fuerza transformadora de su amor hasta el punto de que, estando con él, nuestra vida se convierte en «paso», en transformación. Así recibimos la redención, el ser partícipes del amor eterno, una condición a la que tendemos con toda nuestra existencia.

¿Cómo nos lava Jesús? ¿De qué? Así como Jesús en la eucaristía adelanta sacramentalmente la pasión, también con este gesto explica el sentido más profundo de su pasión y muerte.

Cristo nos purifica mediante su palabra y su amor. «Vosotros ya estáis limpios gracias a la palabra que os he anunciado», dirá a los discípulos en el discurso sobre la vid (Jn 15, 3). Nos lava siempre con su palabra. Sí, las palabras de Jesús, si las acogemos con una actitud de meditación, de oración y de fe, desarrollan en nosotros su fuerza purificadora.

Pero Jesús no sólo habló; no sólo nos dejó palabras. Jesús se entregó a sí mismo. Nos lava con la fuerza sagrada de su sangre, es decir, con su entrega «hasta el extremo», hasta la cruz. Su palabra es algo más que un simple hablar; es carne y sangre «para la vida del mundo» (Jn 6, 51).

¿Cómo llega hasta nosotros esta purificación, este lavado? Mediante los sacramentos.

En los santos sacramentos, el Señor se arrodilla siempre ante nuestros pies y nos purifica. Pidámosle que el baño sagrado de su amor verdaderamente nos penetre y nos purifique cada vez más.

El cristianismo no es una especie de moralismo, un simple sistema ético. Lo primero no es nuestro obrar, nuestra capacidad moral. El cristianismo es ante todo don: Dios se da a nosotros; no da algo, se da a sí mismo. Y eso no sólo tiene lugar al inicio, en el momento de nuestra conversión. Dios sigue siendo siempre el que da. Nos ofrece continuamente sus dones. Nos precede siempre. Por eso, el acto central del ser cristianos es la Eucaristía: la gratitud por haber recibido sus dones, la alegría por la vida nueva que él nos da. Con todo, no debemos ser sólo destinatarios pasivos de la bondad divina. Dios nos ofrece sus dones como a interlocutores personales y vivos. El amor que nos da es la dinámica del «amar juntos», quiere ser en nosotros vida nueva a partir de Dios. Así comprendemos las palabras que dice Jesús a sus discípulos, y a todos nosotros, al final del relato del lavatorio de los pies: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros. Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros» (Jn 13, 34). El «mandamiento nuevo» no consiste en una norma nueva y difícil, que hasta entonces no existía. Lo nuevo es el don que nos introduce en la mentalidad de Cristo.

Benedicto XVI

 

Él mismo (Jesús) HOY la víspera de padecer por nuestra salvación y la de todos los hombres, tomó pan en sus santas y venerables manos, y elevando los ojos al cielo, hacia ti Dios, Padre suyo todopoderoso, dando gracias te bendijo, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo: Tomen y coman todos de él; porque este es mi Cuerpo que será entregado por vosotros’. De la misma manera, después de cenar, tomó en sus manos el glorioso cáliz…

Plegaria Eucarística I o Canon romano

 

La Iglesia orante fija hoy su mirada en las manos y los ojos del Señor. Quiere casi observarlo, desea percibir el gesto de su orar y actuar en aquella hora singular, encontrar la figura de Jesús, por decirlo así, también a través de los sentidos.

Benedicto XVI

 

Jesús levanta los ojos y se dirige al Padre. Jesús como en todos los acontecimientos importantes de su vida, comienza por rezar, por dirigirse al Padre. Y le da gracias. Eucaristía es “Acción de gracias”. Jesús con estas palabras transforma su muerte en el don de sí mismo, en acción de gracias, de forma que nosotros ahora podemos dar gracias por esta muerte. Sí, sólo ahora es posible dar gracias a Dios sin reservas, porque lo más horrible –la muerte del Redentor y la muerte de todos nosotros- ha sido transformado, gracias a un acto de amor, en el don de la vida. El pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo, el nuevo alimento, que nutre para la resurrección, para la vida eterna.

Benedicto XVI

 

En el Cenáculo, Cristo entrega a los discípulos su Cuerpo y su Sangre, es decir, Él mismo en la totalidad de su persona. Pero, ¿puede hacerlo? Nadie puede quitarle la vida: la da por libre decisión. En aquella hora anticipa la crucifixión y la resurrección. Lo que, se cumplirá físicamente en Él, Él ya lo lleva a cabo anticipadamente en la libertad de su amor. Él entrega su vida y la recupera en la resurrección para poderla compartir para siempre.

Benedicto XVI

 

Lauda Sion (himno de santo Tomás de Aquino)

El que lo recibe,

Aunque reciba una parte

Lo recibe a Él todo entero

No lo parte el que lo toma

Ni lo rompe aunque lo coma

Íntegro a todos se da.

Lo come uno,

Mil lo comen

Infinitos que lo tomen

Nunca se consumirá.

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