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Epifanía del Señor

Homilía del Siervo de Dios

Eduardo Francisco Pironio

en la Solemnidad de la Epifanía del Señor 1997,

Abadía de Santa Escolástica

 

Vimos su estrella en Oriente y venimos a adorarlo

Qué alegría poder celebrar juntos esta Solemnidad de la Epifanía, de la Revelación, de la Manifestación, de la Comunicación de Cristo, Luz del Padre! ¡Qué alegría rezar los unos por los otros para que seamos luz, vivamos nuestro don, sigamos la estrella, seamos testimonio del Evangelio, de la Buena Noticia del Señor!

La Epifanía es la fiesta de la luz. Todo nos está hablando de la luz. Culmina la luz con la cual comenzamos la Navidad: El Pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una luz muy grande. Se disiparon las tinieblas y los pueblos comenzaron a cantar en la alegría.

maria-ninioAhora, cuando la estrella se para sobre la casita donde están María y el Niño, los Magos ‑que vienen de Oriente siguiendo la luz‑ se sienten llenos de alegría. Quisiera que hoy experimentáramos la alegría: la alegría del Niño; la alegría de María; la alegría de los Magos que buscan al Señor en la luz.

En la Oración que hemos rezado se nos habla de la luz: se nos ha manifestado la luz, y hemos pedido que a los que conocemos ya al Señor por la fe, vayamos caminando hacia la contemplación de la riqueza, de la hermosura de Dios. La oración nos enseña a caminar, desde la luz del bautismo hasta la luz sin ocaso de la eternidad. Este caminar contemplando la belleza y la hermosura de Dios a través de las cosas: a través de la naturaleza, a través de los hermanos, a través del silencio, de la contemplación, es la luz que nos lleva hasta la plenitud inapagable. No se apaga más esa luz : la luz de la eternidad es el cara a cara.

De las tinieblas nos ha llamado a la luz. Nos ha enviado a la Palabra que era vida, y la vida era la luz de los hombres. Las tinieblas quisieron apagarla pero nos pudieron. Nosotros hemos sido iluminados en el bautismo. Los Padres antiguos llamaban “iluminación” al bautismo. Hemos sido iluminados y vamos en este itinerario de luz en luz, hasta que llegue el momento en que los ojos se apaguen a la belleza inmediata del mundo, para contemplar la Luz verdadera y seamos semejantes a él, y desde Dios veamos el mundo, las personas, las cosas, con una claridad también inapagable.

Hoy tenemos que pedirle al Señor esta luz. Hay momentos en que, también para nosotros, la estrella que guía a los Magos puede desaparecer, y surge en nuestro interior una cierta inquietud, pero no de angustia, sino inquietud de pregunta: ¿dónde ha nacido el Señor? En la pobreza, en el silencio, en la noche, en la humildad de los pastores. Y vuelve otra vez la estrella a iluminarnos para caminar, y nos lleva hasta donde están María y el Niño, y nuestros corazones se llenan de alegría. Que el Señor hoy nos inunde con su luz.

La Epifanía es no sólo luz para nosotros. Es, desde nosotros, manifestación y epifanía para los demás. En torno a un Monasterio tiene que irradiar siempre la luz: a tu luz caminarán los pueblos. De manera que el que llegue a un Monasterio tiene que sentir la claridad, la transparencia de esta luz que surge de la Luz que es Cristo, que nos ha iluminado por dentro. Aquí se aprende a ir caminando día tras día, a través de las estrellas y a través de la noche, hacia la luz que no tendrá fin.

<em>A tu alrededor caminarán los pueblos, alrededor de tu luz. No es únicamente la alegría de sentirnos iluminados y estar en la luz, sino la alegría del compromiso de irradiar constantemente la luz a los demás: la luz que es signo de verdad, de caridad, de alegría, de paz y de amor. Es la luz.

magosDespués, cuando llegan los Magos, abren sus cofres y entregan sus dones: oro incienso y mirra. Nosotros sacamos simbólicamente ayer estos tres dones. Lo importante es ‘abrir los cofres ’ : abrir nuestro corazón. Abrir, para que se manifieste lo que llevamos dentro. Pienso en lo que podemos darle al Señor hoy, en el oro, en el incienso y en la mirra.

En el oro de nuestra pequeñez y de nuestra pobreza. El oro es siempre signo de riqueza, de grandeza. Nuestra grandeza es la pequeñez, la humildad, la pobreza. En la medida en que nosotros vivamos abriendo nuestros cofres, abramos nuestros corazones y entreguemos la humildad, la pequeñez, la pobreza: ‘Señor, te doy mi pobreza ‘, en ese momento la luz se hace más intensa adentro, porque: Yo te bendigo Padre, señor del Cielo y de la tierra, porque esto lo has ocultado a los sabios, y lo has revelado a los pequeños. La Epifanía se manifiesta, se abre a los pequeños, a los pobres. Para nosotros el oro es la pobreza, la pequeñez, la humildad.

Luego el incienso: el incienso sube al Señor como plegaria. Es nuestra oración, nuestra inmolación, nuestra contemplación. Es un subir, abriendo nuestro cofre: sube hasta Dios el incienso de nuestra plegaria. En un Monasterio, el incienso es signo de esta alabanza con que todos los días, desde la madrugada hasta la noche, va surgiendo nuestra oración a nuestro Dios, envolviendo al mismo tiempo la oración pobre, muy necesitada y muy adorante de todo el mundo: de todos los que queremos orar también en sencillez, en pequeñez, en el silencio.

Luego viene la mirra, símbolo de gozo, de resurrección. Pero inmediatamente es signo de sepultura, signo de inmolación, signo de la Pasión. Este Niño que nos ha dado María ha nacido para la cruz, a fin de reconciliarnos con el Padre. La mirra es signo de nuestra cruz: ofrecemos algo nuestro que es el regalo de la cruz. Pero abrimos el cofre para recibir esta cruz como la manda adorablemente el Señor, y la ofrecemos: ‘Recibe, Señor, la inmolación y la alegría de nuestra cruz’.

Después de estos dones, partiremos. ¿A dónde? Partiremos por el camino que nos señala el Señor, hasta llegar a la contemplación ‑culminación de nuestra fe‑ a la contemplación del cara a cara con el Señor.

Una última idea que nos sugiere Pablo en la segunda lectura de hoy es que esta luz es la conjunción de los judíos y de los gentiles, es decir de los que estaban lejos y de los que estaban cerca; de los creyentes y de los paganos. Formamos todos el mismo misterio de Cristo: el misterio de unidad, de reconciliación. Pero Pablo siente la alegría de decir : este misterio consiste en que también los paganos participan de una misma herencia; son miembros de un mismo cuerpo y beneficiarios de la misma Promesa en Cristo Jesús, por medio del Evangelio, del cual yo he sido constituido ministro.

Qué bueno para un sacerdote que celebra la Epifanía, haber sido constituido ministro -por gracia de Dios- del Evangelio! ¡Qué bueno para cada uno de los que hemos sido insertados en Cristo por la iluminación del bautismo, ser irradiación de la Buena Noticia del Evangelio de Cristo, el Señor!

Que el Señor nos ilumine profundamente: haga que nuestros cofres de la pobreza, de la contemplación y de la pasión de nuestra cruz, se abran. Nos haga sentir la alegría de ser llamados, de una manera o de otra, ministros de este Evangelio de Cristo, que ha cumplido las Promesas del Padre, ha hecho la unidad entre los gentiles y los judíos. De Cristo que es la luz del mundo.

Esta mañana en San Pedro, el Papa ha consagrado nuevos obispos de todo el mundo, como un signo de la universalidad de la salvación. Ha consagrado, como lo hace todos los años, nuevos obispos, predicadores del Evangelio que irradien la luz. Rezaremos también de un modo especial por ellos, uniéndonos a esta Epifanía romana que es la misma Epifanía de Sta. Escolástica. Es el mismo Señor que se nos revela, se nos comunica como luz. Entre tanto, el Niño que ha recibido los dones, nos los va a comunicar a nosotros también en esta Eucaristía. Nuestra pobreza será enriquecida; nuestro incienso se volverá a nosotros para perfumarnos en nuestra alabanza; nuestra mirra, es decir nuestra cruz, se convertirá en alegría de resurrección.

Que la Virgen nos ofrezca al Niño, como se lo ofreció a los Magos.

 

 

Palabras después de la Bendición final 

Deseo de todo corazón que esta Epifanía sea realmente una iluminación interior. Me gusta más la traducción de la Oración en italiano, que dice: ‘habiéndolo conocido por la fe, nos lleve a la contemplación de la gloria’. Me gusta más eso. También la contemplación de las riquezas, pero la Epifanía es la luz que nos lleva a la contemplación definitiva en la Luz. Entre tanto, la vamos contemplando en la tierra.

Y no se olviden: ¡abran los cofres! Porque el Señor los llena inmediatamente de nuevo. Abrimos el cofre de la pobreza para que nos llene con su riqueza, como dice Pablo: él, siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. El cofre del incienso, porque nos llena de la sabiduría del Espíritu en la oración contemplativa. Y el cofre de la mirra porque nos da el gusto y la alegría de la resurrección.

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