Audiencia general sobre las vacaciones 4
La amistad humana y cristiana
Por Pablo VI
Entre las cosas bellas que proporcionan las vacaciones, especialmente a la juventud, figura el descubrimiento de nuevas amistades. Oportunidad que auguramos a cuantos acogen nuestro deseo de buenas y felices vacaciones en el Señor.
Quién no sabe, en efecto, lo numerosas que son, en este tiempo, las ocasiones de encontrarse con personas, antes desconocidas y extrañas? Y, ¿no es cierto, además, que, en los tiempos actuales, esa posibilidad ha aumentado y hasta se ha convertido en habitual y común, gracias al desarrollo de los medios de comunicación que consienten trasladarse con rapidez de un sitio a otro y superar los límites, estrechos en tiempos pasados, de los propios lugares de origen? Pero, ¿qué es la amistad?
Recordemos el “mandamiento nuevo” de Jesús, que transforma y sublima la amistad en amor fraterno, en cuanto nos compromete a amarnos los unos a los otros, como El mismo nos ha amado (cf. Jn 13, 34). El, que no quiso llamar siervos a sus Apóstoles, sino que los llamó y quiso como amigos (cf. Jn 15, 15), llegó a proponer y desear para ellos la comunión plena, es decir, la unidad de vida: “Para que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17, 21). Aquí nos encontramos ya realmente en el vértice de una altura, humanamente impensable e inalcanzable. Una amistad así, consumada en el amor, viene a desembocar en una mística identidad, cuyo modelo es la inefable relación trinitaria entre el Padre y el Hijo en el Espíritu.
Y ahora, como quien desciende de esa altura, queremos sacar al menos la conclusión de que la amistad crea una armonía de sentimientos y de gustos, que prescinde del amor de los sentidos, pero, en cambio, desarrolla hasta grados muy elevados, e incluso hasta el heroísmo, la dedicación del amigo al amigo.
Creemos que los encuentros, incluso casuales y provisionales de las vacaciones, dan ocasión a almas nobles y virtuosas para gozar de esta relación humana y cristiana que se llama amistad. La cual supone y desarrolla la generosidad, el desinterés, la simpatía, la solidaridad y, especialmente, la posibilidad de mutuos sacrificios.
Será fácil, pura, fuerte la amistad, si está sostenida y alimentada por aquella peculiar y sublime comunión de amor, que un alma cristiana debe tener con Cristo Jesús.