IV Domingo del Tiempo durante el año, ciclo A

Caminando con Cristo es como se puede conquistar la alegría,

la verdadera alegría.

Precisamente por esta razón él os ha dirigido también hoy
un anuncio de alegría: “Bienaventurados…”.

 SAN JUAN PABLO II

 

Oración Colecta: Señor y Dios nuestro, concédenos honrarte con todo el corazón y amar a todos con amor verdadero. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo, y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Del profeta Sofonías 2, 3; 3, 12-13

Busquen al Señor, ustedes, todos los humildes de la tierra, los que ponen en práctica sus decretos. Busquen la justicia, busquen la humildad, tal vez así estarán protegidos en el Día de la ira del Señor. Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá injusticias ni hablará falsamente; y no se encontrarán en su boca palabras engañosas. Ellos pacerán y descansarán sin que nadie los perturbe.

 

Salmo responsorial: 145,7-10

R/Felices los que tienen almas de pobres, porque de ellos es el reino de los cielos.

 

Él mantiene su fidelidad perpetuamente, él hace justicia a los oprimidos, da pan a los hambrientos. Liberta a los cautivos. R/

El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. R/

Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad. R/

 

De la 1a carta a los Corintios 1, 26-31

Hermanos, tengan en cuenta quiénes son los que han sido llamados: no hay entre ustedes muchos sabios, hablando humanamente, ni son muchos los poderosos ni los nobles. Al contrario, Dios eligió lo que el mundo tiene por necio, para confundir a los sabios; lo que el mundo tiene por débil, para confundir a los fuertes; lo que es vil y despreciable y lo que no vale nada, para aniquilar a lo que vale. Así, nadie podrá gloriarse delante de Dios. Por Él, ustedes están unidos a Cristo Jesús, que por disposición de Dios, se convirtió para nosotros en sabiduría y justicia, en santificación y redención, a fin de que, como está escrito: “El que se gloría, que se gloríe en el Señor”.

 

Evangelio según san Mateo 4,25—5,12

Seguían a Jesús grandes multitudes que llegaban de Galilea, de la

Decápolis, de Jerusalén, de Judea y de la Transjordania. Al ver la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a Él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo: “Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices los afligidos, porque serán consolados. Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia. Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios. Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos. Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí. Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron”.

 


FELICES LOS QUE ESCUCHAN LA PALABRA DE DIOS Y LA CUMPLEN

 

Lo que acabamos de escuchar es la carta magna del cristianismo: la página de las Bienaventuranzas. Hemos vuelto a ver, con los ojos del corazón, la escena de entonces. Una multitud de personas se agolpa en torno a Jesús en la montaña: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, sanos y enfermos, llegados de Galilea, pero también de Jerusalén, de Judea, de las ciudades de la Decápolis, de Tiro y Sidón. Todos están a la espera de una palabra, de un gesto que les dé consuelo y esperanza.

También nosotros nos hallamos reunidos aquí, esta tarde, para ponernos a la escucha del Señor. Las ocho Bienaventuranzas son las señales de tráfico que indican la dirección que es preciso seguir. Es un camino en subida, pero Jesús lo ha recorrido primero. Y él está dispuesto a recorrerlo de nuevo con vosotros. Un día dijo: “El que me siga no caminará en la oscuridad”. En otra circunstancia añadió: “Os he dicho esto para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado”.

 

San Juan Pablo II – 25 de julio de 2002

 

Bienaventurada porque fuiste fiel

Es la primera de las Bienaventuranzas. El estilo nuevo de una vida consagrada, el de novedad pascual que tiene que mostrar ante al mundo el Dios-Amor, tiene que ser el camino de las Bienaventuranzas.

Ese camino al que todos estamos llamados es el camino para cuya radicalidad nosotros hemos sido llamados de una manera particular, específica. Pero todo el mundo está llamado a vivir el estilo de las Bienaventuranzas. Y hasta que los hombres no se convenzan de que se pueden vivir, el mundo no cambiará.

Pienso que hay dos caminos para cambiar el mundo: las Bienaventuranzas, que son una expresión fuerte del amor, y la violencia, que no es camino de transformación, sino de destrucción.

Creo que hay que vivir la violencia evangélica del amor, viviendo fundamentalmente las Bienaventuranzas. Por eso tenemos que ser hombres y mujeres tan radicalmente centrados en Jesucristo, irradiando de tal manera la alegría de nuestra consagración inicial, que estemos proclamando, sobre todo a los jóvenes de hoy, que el camino para transformar el mundo es el camino simple, pero fuerte, de las Bienaventuranzas.

A fin de cuentas, es la definición de la vida religiosa que da el Concilio. Después de definir quiénes son los sacerdotes y quiénes son los laicos, dice: Los religiosos son los que el mundo manifiesta que no puede ser cambiado, transformado y ofrecido a Dios si no es con el espíritu de las Bienaventuranzas (cf LG 31). Pero alumbrado y dando sentido a todas está la bienaventuranza de la fe, de la fidelidad.

De tres formas aparece en el Evangelio esta fidelidad de la fe, de la fe comprometida que se hace fidelidad: como fidelidad a Dios, como fidelidad a la Iglesia, como fidelidad al mundo que espera.

La primera se echa de ver cuando Isabel dice a María: Feliz tú porque has creído. Jesús dirá también a Tomás el incrédulo: “mete aquí tu mano” y no seas incrédulo. Y Tomás le responde: “Señor mío y Dios mío”. Al fin descubre al Señor y es feliz porque le ha reconocido. Pero Jesús declara más felices a aquellos que creen sin ver, que se entregan en lo difícil, en la oscuridad; aquellos que dicen SI, aunque ese SI parezca un absurdo.

Creo que todos nosotros tenemos que vivir en esta línea. Decirle SI al Señor en la claridad de la fe que es oscura a nuestros juicios humanos. Tenemos que decir con nuestra vida esta fe.

CARDENAL PIRONIO

 

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