San José






SAN JOSÉ

Se celebra el 19 de marzo

 

Que San José nos dé ser almas de oración,

de silencio, que están alertas para escuchar,

descubrir y acoger a Dios.

Solemnidad de San José

Homilía del siervo de Dios Eduardo Francisco Pironio, Cardenal

del 19 de marzo de 1985

 

2Sam 7,4-5a.12-14a.16 / Sal 88 / Rm 4,13.16-18.22 / Lc 2,41-51a

La fiesta de san José, esposo de María, padre legal de Jesús, pone en luz todo el misterio de la encarnación redentora, nos hace comprender mejor el alma profunda de Jesús, la redención obrada por el Hijo.

En el Evangelio de hoy las palabras son muy significativas. José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo, ahí está todo el Evangelio y está toda la grandeza de José: ser esposo de María y ser padre legal de Jesús llamado el Ungido, Cristo, el Mesías. Vemos en José un reflejo de la paternidad de Dios. El Padre que desde toda la eternidad engendra la Palabra que es Dios, que está en Dios. El Padre en la plenitud de los tiempos hace partícipe de esta paternidad suya a José al cual le llamaremos padre; no padre según la carne, padre según la promesa. Pero es el padre de Jesús, es él como padre el que le va poner por nombre Jesús. El ángel se lo dice: no temas José, hijo de David, tomar contigo a María tu esposa porque lo que se ha engendrado en ella viene del Espíritu Santo. Ella dará a luz un hijo, y tú lo llamarás Jesús.

Hacía falta mucha simplicidad, mucho silencio y mucha fe para poder aceptar todo esto, que José humanamente no entendía. María había tenido por lo menos el diálogo con el ángel. María por lo menos había escuchado por parte de Dios a través del ángel que tenía que ser así y que para Dios no había cosas imposibles. El ángel le dice simplemente que viene del Espíritu Santo y que él tendrá que llamarlo Jesús, porque él es el padre. Padre, imagen de la paternidad de Dios. Por eso hoy pensamos en el Padre, en nuestro Padre, Dios nuestro Padre; en nuestros padres según la carne que han sido imagen e instrumento de la paternidad divina; pensamos en nuestros padres según el Espíritu, aquellos que nos han dado o nos van dando vida en Cristo Jesús como imagen de la paternidad, imago Patris, Jesús imagen del Padre.

La oración dice que en José se encerró el misterio de la redención, o sea que Dios omnipotente quiso confiar los comienzos de la redención al cuidado premuroso de san José. ¿Por qué los comienzos de la redención? La muchacha María y el Niñito Jesús: por ahí empezaba la redención. Sobre esta muchacha el Espíritu había descendido y había formado al Dios con nosotros y José tenía que guardar todo eso en silencio. Un silencio duro, doloroso, incomprensible para ella. Tan doloroso que el evangelio de hoy lo da a entender. José, que era justo y no quería repudiarla decidió licenciarla en secreto porque no entendía el misterio, no se lo habían explicado y era justo. Él en ese silencio doloroso de pura fe tuvo que guardar los comienzos de nuestra redención. María, la muchacha, y el Niñito, esos fueron los comienzos de la redención y ahí era la Iglesia la que empezaba.

Hoy a dos mil años de distancia le confiamos la Iglesia. Esa niña, esa muchacha era el comienzo y la imagen de la Iglesia. En ella el Espíritu formaba a Jesús. Hoy el Espíritu constantemente engendra nuevos cristos en la Iglesia. Tanto la Iglesia como éstos nuevos cristos son confiados a la protección de José. Por eso José es el patrono universal de la Iglesia. Por eso hemos pedido en la oración que ya que Dios quiso confiar los comienzos de nuestra redención al cuidado premuroso de san José, que ahora también conceda a la Iglesia cooperar fielmente en el cumplimiento de la obra de la redención. Que José haga que la Iglesia siga siendo fiel y siga siendo sacramento universal de salvación.

¡Cuántas cosas podemos pensar y decir de José! ¡Cuántas cosas puede obrar José en nuestra vida, en la vida de la Iglesia! Pensemos simplemente en estos tres rasgos de José: su silencio, su fe, su obediencia.

Su silencio. No hay una palabra de José en el Evangelio. Su figura viene cubierta por un silencio sagrado, el mismo que cubrió a María, pero mucho más profundo todavía. Su presencia es simplemente para respaldar legalmente en la tierra la maternidad de María. El Dios con nosotros. Según la ley José es el padre de Jesús porque es el esposo auténtico de María. Pero toda la vida de José es un silencio. María es la que habla cuando el Niño se pierde en el templo. Podemos imaginar que en el trabajo cotidiano José hablaría pero su palabra era sobre todo un profundo silencio. En ese silencio fue creciendo Jesús. El mismo José bebería del silencio contemplativo de María. José, maestro de la vida interior, así lo llamaba santa Teresa. Que él nos dé a nosotros ser almas de oración, de silencio, de interioridad. Almas que están alertas para escuchar a Dios, para descubrir a Dios, para acoger a Dios.

Luego la fe. Las lecturas de hoy nos hablan de esta fe de José. Es la fe la que se le exige en el Evangelio: no temas recibir a María como esposa tuya porque lo que ella ha concebido es por obra del Espíritu Santo. Pura fe. Es la fe la que se alaba en la segunda lectura de hoy de la carta a los Romanos, según la imagen de Abraham. Él tuvo fe y esperó contra toda esperanza y por eso fue padre de muchos pueblos. También José fue padre de Jesús, padre de la Iglesia, padre del nuevo pueblo de Dios como imagen de la paternidad divina porque creyó.

Hay muchos episodios en el Evangelio que aparece oscura, silenciosamente la fe de José pero tomemos estos dos que son dolorosos y gozosos al mismo tiempo. Cuando presentan al Niño al templo, al anciano profeta, escucha todas las maravillas que se dicen de Él: que es la luz de los pueblos, que es el consuelo de Israel. Pero, al mismo tiempo, escuchan que es un signo de contradicción, que una espada cruzará el corazón de María; y José recibe todo eso en la fe, queda admirado, no entiende. Cuando el Niño tiene doce años y se pierde en el templo y lo encuentran, es María la que habla y rompe el silencio: tu padre y yo te buscábamos doloridos. Es el dolor de la fe que busca, así como antes está era el dolor de la fe que ofrece. El dolor de la fe que busca y que no entiende la respuesta: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que en las cosas que son de mi Padre conviene que yo ande?

Y finalmente la obediencia, la prontitud rápida con que José acepta el plan de Dios. Aquí en el Evangelio de hoy: José la recibió en su casa. José hizo como se lo había dicho el ángel. Después Toda la vida de José será así. Porque tiene que obedecer a una ley, baja de Nazaret a Belén y ahí en Belén nacerá Jesús por la obediencia de José a la ley. Llegará una noche el ángel y le dirá: toma al Niño y a su madre y huye a Egipto, e inmediatamente sin esperar a que venga el día toma al Niño y a su madre y huye. Y luego lo mismo al regreso: toma al Niño y a su madre, la prontitud de la obediencia. El misterio de nuestra vida está hecho también así, de mucho silencio contemplativo, de mucha fe generosa, luminosa, dolorosa, de obediencia pronta, disponible. Así participaremos también nosotros de la promesa, como participó José.

Celebramos, ofrecemos esta Misa por todas nuestras intenciones, pero de un modo particular yo quisiera pedir al Señor por san José que nos dé mucho silencio interior, contemplativo, mucha fe pronta, generosa y alegre obediencia al plan de la redención.

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