Cuarta Charla

San Benito es el Padre de la Iglesia que ha hecho la síntesis de toda la tradición previa a él y ha dado a la expresión “Obra de Dios” todo su alcance y riqueza.

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SAN BENITO Y LA “OBRA DE DIOS” (OPUS DEI)

 

  1. Introducción:

San Benito es el Padre de la Iglesia que ha hecho la síntesis de toda la tradición previa a él y ha dado a la expresión “Obra de Dios” todo su alcance y riqueza.

En los siglos posteriores a él el término fue reduciéndose en su comprensión para ser considerado, casi exclusivamente, como el momento en que el monje reza el Oficio Divino. Por eso vamos a partir del primer texto de la Regla que se refiere a él:

29 Estos son los que temen al Señor y no se engríen de su buena observancia, antes bien, juzgan que aun lo bueno que ellos tienen, no es obra suya sino del Señor, 30 y engrandecen al Señor que obra en ellos (operantem in se Dominum magnificant), diciendo con el Profeta: “No a nosotros, Señor, no a nosotros, sino a tu nombre da la gloria” (Sal 113b,1). 31 Del mismo modo que el Apóstol Pablo, que tampoco se atribuía nada de su predicación, y decía: “Por la gracia de Dios soy lo que soy” (1 Co 15,10). 32 Y otra vez el mismo: “El que se gloría, gloríese en el Señor” (2 Co 10,17). (Prólogo)

Este texto, crucial en la teología y espiritualidad de san Benito, termina con otra expresión clave de san Pablo: la “gracia de Cristo”. Y, tal como lo presenta san Pablo, esa “gracia”, ese obrar de Dios en nosotros es fruto y sólo reconocible para el humilde (san Benito usa la misma expresión que san Pablo: para el in-firmus; cfr. RB c. 72, 5 y 2Cor c. 12).

 

  1. El vocabulario de la “divinización” del hombre: la gracia y la synergía.

Por eso creemos poder decir que con el concepto “Opus Dei” san Benito está presentando el misterio de la divinización del hombre, tal como él la entiende. En efecto, es una característica de los Padres de la Iglesia el hablar de la divinización del hombre por la redención de Cristo. Sin embargo cada uno lo hace de un modo particular. Creemos que san Benito lo hace a la luz del concepto “Opus Dei” y, por eso, el tratar de ver la forma en que lo presenta ayudará a entrar en una de las dimensiones más ricas de su concepción de la vida cristiana. Pero por eso mismo su comprensión no se reduce, según san Benito, a una lógica humana, sino a un acto de fe que, para él, ante todo es un acto de humildad (Prol. 25-29).

 

  1. Su origen Bíblico: Juan 6

Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios (Opus Dei, “ergon Theou”) es que creáis en quien él ha enviado.» Ellos entonces le dijeron: «¿Qué signo haces para que viéndolo creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer.» (Jn 6,26-31)

 

De este modo el concepto “Opus Dei”, que sale de la boca misma del Señor, significa primariamente la Fe en Cristo, el enviado de Dios. Creer en Cristo es obra de Dios en el creyente, no una iniciativa propia. El Señor lo vuelve a decir en el mismo discurso:

«No murmuréis entre vosotros. Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. (Jn. 6, 43-45)

 

La expresión “Opus Dei”, siendo una construcción gramatical en genitivo, admite varios sentidos. Por ejemplo podría entenderse como “el hombre que hace la obra de Dios”. Pero Cristo mismo resaltaba, para escándalo de los contemporáneos y de todo el que verdaderamente escucha su mensaje: no, no es el hombre el que cree en lo que Dios le propone, sino que el creer es obra del Padre en él. Es la Obra de Dios (Opus Dei) en él. Otra vez, repetimos, se trata de un concepto teológico que sólo puede alcanzarse por la humildad.

 

Se dice que, en la teología oriental griega, el gran problema de san Agustín con Pelagio y el pelagianismo, no tuvo paralelo. Más allá de que en las realidades de la Fe nunca es fácil introducir una lógica humana, sin embargo la expresión griega: synergía no generó en ellos tantos conflictos como en occidente. Synergía significa una sola obra conjunta, humano-divina. Y la obra por excelencia en la que se da esa synergía es la liturgia y los sacramentos, donde la realidad humana-divina tiene su fuente y se expande a todo el horizonte de las cosas humanas.

 

  1. El “obrar de Dios” y la polémica pasada y actual.

Ahora bien, la realidad que manifiesta esta expresión es tan radical que siempre resulta un tanto escandalosa, tanto para los contemporáneos de Cristo como para nosotros hoy, y por eso se tiende a reducirla en su sentido más profundo y más cristiano. Así lo revela la historia de la espiritualidad de veinte siglos. En efecto, esta afirmación tan particular de ser Dios quien está obrando en el cristiano –y que tiene apariencia de humildad- produjo el rechazo más radical en los que lo escuchaban y veían obrar a Cristo.

 

  1. La riqueza del “Opus Dei” en la vida del cristiano: el mysterion de Cristo

La riqueza del concepto “Opus Dei” viene de esa referencia continua a la presencia de Cristo obrando en el cristiano, sea en la liturgia o fuera de ella. En toda la evolución del concepto hay un factor que hace de denominador común y que es el que más cuesta entender al hombre de hoy y de siempre. Y ese elemento es que en cada una de esas realidades a que se aplica el concepto de “Opus Dei”, se trata de una dimensión humana que está siendo instrumento de la presencia divina. Es Dios obrando por la mediación de realidades que son de este mundo, pero que han adquirido una condición nueva desde la Encarnación del Hijo de Dios y su Resurrección.

Cuando los judíos contemporáneos de Cristo rechazaban las afirmaciones que dieron pie a la expresión “Opus Dei” (cfr. Jn 5), no fue porque negaran simplemente que Dios siguiese obrando en la historia. Eso lo sabían muy bien y era un elemento fundamental de su fe. Lo que negaban y veían escandaloso era la afirmación de que trabajara por medio de un hombre, Jesús, que estaba delante de ellos y era bien conocido como “el hijo de José y María”. Y, de allí, la incredulidad se extiende a no reconocer que, una vez resucitado, sigue obrando a través de esa humanidad nueva, de ese “Cuerpo, que es la Iglesia”. Nuevamente la fe se encuentra con el gran obstáculo de los contemporáneos de Cristo: reconocer que es Cristo resucitado, es Dios, quien obra en el cristiano y en la Iglesia, que es su Cuerpo. Casi nadie duda del obrar de Dios, del “Opus Dei”. Ello se afirma en todas las religiones. De lo que se duda es de que Dios obre por esa humanidad tan cargada de imperfecciones y limitaciones que todos conocemos. Ese reconocimiento de su presencia operante en el mundo culmina con la afirmación de su presencia en nosotros, que será lo que para san Pablo es el nuevo escándalo, que no aceptan ni los religiosos ni los sabios de su tiempo:

Estoy crucificado con Cristo. Vivo yo, pero no soy yo, es Cristo quien vive en mí. (Gal 2,20)

 

Es lo mismo que ya había dicho, de un modo más general, a los Colosenses para expresar la novedad del Misterio de Cristo, presente resucitado en medio de nosotros:

 

24 Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo lo que falta a las tribulaciones de Cristo en mi carne, en favor de su cuerpo, que es la Iglesia, 25 de la cual he llegado a ser ministro, conforme a la misión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la palabra de Dios, 26 al misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, 27 a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles, que es Cristo en vosotros, la esperanza de la gloria. (Col 1)

 

San Pablo puede “completar” –o Cristo completa en él- lo que falta a la pasión de Cristo porque sabe que Cristo vive y obra en él. Porque allí está el Misterio de la Fe: Cristo en nosotros, como esperanza de la Gloria (cfr. Col 1,27).

Cuando se enfoca bien el objeto de nuestra Fe, tal como lo presenta san Benito siguiendo la revelación del Nuevo Testamento, entonces vuelve a darse la situación de escándalo que ya experimentaba Cristo en medio de su predicación: ¿cómo puede decirse que Dios está obrando a través de humanidades tan frágiles como las que conocemos: la de los demás, hasta la nuestra propia. ¿Cómo puede llamarse al monasterio la “Casa de Dios”, si se trata de ladrillos y cemento? Sin embargo ello es la consecuencia que se deriva de su misma presencia sacramental en formas tan frágiles como un trozo de Pan y algo de Vino, en el Óleo y en el Agua bautismal, en la misma Señal de la Cruz hecha por la mano del hombre, y tan usada por san Benito. Por eso siempre la Fe se encontrará con el dilema de los contemporáneos de Cristo, que no podían aceptar que estuviera Dios obrando en Él y, por eso mismo, en ellos.

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