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Con la confianza de los hijos

CON LA CONFIANZA DE LOS HIJOS

Textos citados

¿Cómo rezar en Cuaresma? Con la confianza de los hijos. Rezar como hijos. Hablarle a Dios como Padre. Jesús, al comienzo de su predicación, ya en el sermón de la montaña nos dice:

“Tú, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará…Tu Padre sabe lo que necesitáis antes de pedírselo” (Mt 6,1 ss, 1º lectura del miércoles de ceniza).

Y al final de su vida, los últimos días antes de su Pasión, comienza a hablarnos abiertamente del Padre, como si quisiera dejar grabados en nuestras mentes y corazones lo esencial de su mensaje: el Padre (leer evangelio de San Juan, cap 13 al 17):

“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre”

“En la casa de su Padre hay muchas moradas y que va para prepararnos un lugar”

Hasta ahora les he hablado en parábolas, pero ya no les hablaré más en parábolas, sino que les hablaré abiertamente del Padre”; “Y no os digo que yo rogaré al Padre por vosotros, pues el Padre mismo os ama”.

“Salí del Padre y vine al mundo, ahora dejo el mundo y vuelvo al Padre”.

Lo último que pide antes de ir a la cruz es el amor del Padre para cada uno de nosotros:

“Padre, que el amor con que tú me amaste esté en ellos”.

La oración de Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y nos basta”. Y “Felipe, el que me ha visto a mi, ha visto al Padre; el que me ame será amado de mi Padre”; “Todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer”.

“¡Cuántas veces hemos repetido en nuestra oración, esta expresión tan sencilla, tan ardiente de Felipe: Muéstranos al Padre y nos basta! Hay momentos en que nuestra oración se hace particularmente breve, profunda, filial: Muéstranos al Padre y eso nos basta; Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo; Señor, creo, pero aumenta mi fe. No podemos decir que no sabemos rezar o que no tenemos tiempo para orar, no lo podemos decir porque el Espíritu grita siempre en nuestro interior Abba, Padre. Gritemos entonces nosotros, unidos al Espíritu: Señor, muéstranos al Padre y nos basta” (Cardenal Eduardo Pironio).

“Felipe pide «ver» al Padre, ver su rostro. La respuesta de Jesús es una respuesta no solo para Felipe, sino también para nosotros. El Señor afirma:Quien me ha visto a mí ha visto al Padre. En esta expresión se encierra sintéticamente la novedad del nuevo testamento, la novedad que apareció en la gruta de Belén: Dios se puede ver, Dios manifestó su rostro, es visible en Jesucristo… Dios tiene un rostro, es decir, es un «tú» que puede entrar en relación, que no está cerrado en su cielo mirando desde lo alto a la humanidad. Dios está, ciertamente, sobre todas las cosas, pero se dirige a nosotros, nos escucha, nos ve, habla, hace alianza, es capaz de amar” (Benedicto XVI)

Estamos llamados a descubrir en Jesús al Padre.

“¿Qué debemos hacer para descubrir en Jesús al Padre? Sencillamente dejar que Jesús hable en nuestro interior, porque él nos lo prometió: Con toda claridad os hablaré acerca del Padre. Después de haber enviado el Espíritu Santo a la Iglesia, el Señor no deja de hablar a nuestras almas. Si hay silencio contemplativo y hay disponibilidad de respuesta, Jesús no deja de hablarnos del Padre, como dice el Evangelio: El Hijo Único que está en el seno del Padre, él nos ha contado todas las cosas. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito… Nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Se trata entonces de dejar que él nos lo revele en nuestro interior, y para eso es necesario mucho silencio, mucha pobreza y mucha capacidad de acogida de Cristo, Palabra reveladora del Padre” (Cardenal Eduardo Pironio).

Que los demás vean en nosotros a Jesús, como los discípulos vieron en Jesús al Padre:

“¡Cuántas personas desean descubrir la cercanía y la intimidad del Señor: Señor, queremos ver a Jesús! ¡Cuántos parecen decirnos: «Queremos ver a Jesús en ti». Parecen preguntarnos: «¿Quién eres tú? ¿Qué nos revelas de Cristo?». Cristo nos revela al Padre: El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Pero tú, ¿revelas a Jesús? ¿Pueden los demás ver en ti a Jesús? Tu presencia, ¿es transparencia de Jesús?, ¿es una invitación a la conversión y a la reconciliación con Jesús y con el Padre? Tu palabra, ¿es fuego como la palabra penetrante de Jesús? Tu palabra y tu presencia, ¿son comunicación de la paz de Jesús? Que podamos decir: el que me ha visto a mí ha visto a Jesús, como el que ha visto a Jesús ha visto al Padre. ¿Somos transparencia de Jesús? El que me ve, ¿reconoce en mí a Jesús? Hay personas cuya sola presencia hace bien, porque sencillamente transparentan y comunican a Cristo. Son personas que pacifican y nos llaman a ser cada vez mejores porque son imagen del Cristo invisible como Cristo es imagen del Padre. Pero si estamos viviendo realmente en Cristo y Cristo vive en nosotros, ¿por qué nuestra palabra es superficial y no conmueve? ¿Por qué no revelamos, como Cristo, los misterios del Padre?” (Cardenal Eduardo Pironio).

En el Antiguo Testamento encontramos muchos ejemplos de personas que se dirigen a Dios como a su Padre, con absoluta confianza.

La oración de Ana:

“Ana fue al templo, se levantó y se puso ante el Señor. Estaba llena de amargura y oró al Señor llorando sin consuelo e hizo este voto al Señor: ‘¡Oh, Señor, si te dignas mirar la aficción de tu sierva y acordarte de mi, no olvidarte de tu sierva y darle un hijo varón, yo lo entregaré al Señor por todos los días de su vida’… Como ella prolongaba su oración ante el Señor, Elí, el sacerdote del Templo, observaba sus labios. Ana oraba para sí; se movían sus labios, pero no se iía su voz; y Elí creyó que estaba borracha y le dijo: ‘Echa el vino que llevas!’ Pero Ana le respondió: ‘No, Señor, soy una mujer acongojada que desahoga su alma ante el Señor;sólo por pena y pesadumbre he hablado’. Elí le respondió: ‘vete en paz y que el Dios de Israel te conceda lo que le has pedido’. Ella dijo: ‘que tu sierva halle gracia a tus ojos’. Se fue la mujer por su camino y no pareció ya la misma… Volvió a su casa. Elcaná se unió a su mujer Ana y el Señor se acordó de ellay llegado el tiempo dio a luz un hijo a quien llamó Samuel… Después de un tiempo (cuando el niño era ya más grande), volvió con su marido al templo llevando a su hijo. Se lo presentó al sacerdote Elí y le dijo: ‘Oyeme, señor, yo soy la mujer que estuvo aquí junto a ti, orando al Señor. Este niño pedía yo al Señor, y el Señor me ha concedido la petición que le hice.Ahora yo se lo cedo al Señor por todos los días de su vida’. Y después canta:“Mi corazón se regocija por el Señor… No hay santo como el Señor, no hay roca como nuestro Dios. No multipliquéis discursos altivos porque el Señor es un Dios que sabe… El Señor da la muerte y la vida, hunde en el abismo y levanta; da la pobreza y la riqueza, humilla y enaltece. Levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre… El hombre no triunfa por su fuerza”.

La oración de Ana en el salmo 141:

“A voz en grito clamo al Señor, a voz en grito suplico al Señor; desahogo ante él mis afanes, expongo ante él mi angustia, mientras me va faltando el aliento. Pero tú conoces mis senderos… A ti grito, Señor, tú eres mi refugio. Atiende a mis clamores que estoy agotado”.

En el salmo 32,:

“El Señor mira desde el cielo, se fija en todos los hombres, desde su morada observa a todos los habitantes de la tierra; él modeló cada corazón y comprende todas sus acciones. No vence el rey por su gran ejército, no escapa el soldado por su mucha fuerza, nada valen sus caballos para la victoria ni por su gran ejército se salva. Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan su misericordia, para librar sus vidas de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. Con Dios se alegra nuestro corazón, en su santo nombre confiamos”.

“El hombre no triunfa por su fuerza”. La oración nos ayuda a entender el misterio pascual en nuestra vida y nos fortalece en la fe sabiendo que la fuerza nos viene de Dios. Dios es el más fuerte. Pablo decía: “Cuando soy débil, entonces soy fuerte”, porque el Señor le había dicho: “Te basta mi gracia, porque mi fuerza triunfa en la debilidad”.

La oración confiada y filial del rey Ezequías:

“En aquellos días, Ezequías cayó enfermos de muerte. El profeta Isaías vino a decirle: ‘Así habla el Señor: Haz testamento, porque morirás y no vivirás’. Ezequías volvió su rostro a la pared y oró al Señor. Dijo: ¡Ah, Señor! Dígnate recordar que yo he andado en tu presencia con fidelidad y corazón perfecto haciendo lo recto a tus ojos’. Y lloró con abundantes lágrimas. Entonces le fue dirigida a Isaías la palabra del Señor: ‘Vete y di a Ezequías: Así habla el Señor, Dios de tu padre David: He oído tu plegaria, he visto tus lágrimas y voy a curarte…” (Is 38).

Dios lo escuchó, a tal punto que llegó a introducir su nombre en la lista de la genealogía del Salvador. Aquél que lloró porque no tenía descendencia, llegó a figurar entre los ascendiente del Mesías: “Acaz engendró a Ezequías, Ezequías engendró a Manasés…. Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo” (Mt 1,9-10 ss).

La oración agradecida de Ezequías:

“Cántico de Ezequías, rey de Judá, cuando estuvo enfermo y sanó de su mal: ‘Yo dije: ya no veré más al Señor en la tierra de los vivos… Señor, estoy oprimido, sal por mi. Me has curado, me has hecho revivir, la amargura se me volvió paz cuando detuviste mi alma ante la tumba vacía y volviste la espalda a todos mis pecados”(Is 38).

“En la oración el corazón cambia, la mirada interior se vuelve pura”(San Juan Pablo II)

 

 

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