XXII Domingo del Tiempo durante el año, ciclo C

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Vemos a Cristo como modelo de humildad y de gratuidad:

de él aprendemos la paciencia en las tentaciones,

la mansedumbre en las ofensas, la obediencia a Dios en el dolor,

a la espera de que Aquel que nos ha invitado nos diga:

“Amigo, sube más arriba” (cf. Lc 14, 10);

en efecto, el verdadero bien es estar cerca de él.

BENEDICTO XVI

 

Oración Colecta: Dios todopoderoso, de quien procede todo bien perfecto, infunde en nuestros corazones el amor de tu nombre, para que, haciendo más religiosa nuestra vida, acrecientes en nosotros lo que es bueno y lo conserves constantemente. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Del libro del Eclesiástico 3,17-18.20.28-29

Hijo mío, realiza tus obras con modestia y serás amado por los que agradan a Dios. Cuanto más grande seas, más humilde debes ser, y así obtendrás el favor del Señor, porque el poder del Señor es grande y Él es glorificado por los humildes. No hay remedio para el mal del orgulloso, porque una planta maligna ha echado raíces en él. El corazón inteligente medita los proverbios y el sabio desea tener un oído atento.

 

“Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas, y alcanzarás el favor de Dios” (Si 3, 17-18).

Es evidente que estas palabras van contra corriente, pues la mentalidad del mundo impulsa a sobresalir, a abrirse camino, incluso con astucia y sin escrúpulos, afirmándose a sí mismos y sus propios intereses. En el reino de Dios se premian la modestia y la humildad. Por el contrario, en los asuntos terrenos triunfan a menudo el arribismo y la prepotencia; las consecuencias están a la vista de todos: rivalidades, abusos y frustraciones.

La palabra del Señor ayuda a mirar las cosas desde la perspectiva correcta, que es la de la eternidad. En el evangelio de este domingo, Cristo afirma: “Todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido” (Lc 14, 11). Él mismo, el Hijo de Dios hecho hombre, recorrió con coherencia el camino de la humildad, pasando la mayor parte de su existencia terrena en el ocultamiento de Nazaret, junto a la Virgen María y a san José, dedicado al trabajo de carpintero.

Jesús realizó la exhortación del antiguo sabio: “Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad (…). Hazte pequeño en las grandezas humanas”. De este modo, quiso decir a los hombres de todos los tiempos que la superficialidad y el arribismo, aunque logren algún éxito inmediato, no construyen el verdadero bien del hombre y de la sociedad. En efecto, quienes preparan eficazmente el reino de Dios son las personas que realizan de modo serio y honrado su actividad, sin aspirar a cosas demasiado elevadas, sino cumpliendo cada día con fidelidad los quehaceres humildes (cf. Rm 12, 16).

Para llevar a cabo su plan universal de salvación, Dios “miró la humillación de su esclava” (Lc 1, 48), la Virgen santísima. Mientras nos disponemos a celebrar, dentro de algunos días, la fiesta de la Natividad de María, invoquémosla con confianza, para que toda actividad, profesional u hogareña, se realice en un clima de auténtica humanidad, gracias a la contribución humilde y concreta de cada uno.

Juan Pablo II Domingo 2 de septiembre de 2001

 

Salmo responsorial: Sal 67,4-5b.c.6-7a.10-11

R/ Tu bondad, oh Dios, preparó una casa para los pobres.

 

Los justos se alegran, gozan en la presencia de Dios, rebosando de alegría. Cantad a Dios, tocad en su honor, Su nombre es el Señor. R/

Padre de huérfanos, protector de viudas, Dios vive en su santa morada. Dios prepara casa a los desvalidos, libera a los cautivos y los enriquece. R/

Derramaste en tu heredad, oh Dios, una lluvia copiosa, aliviaste la tierra extenuada; y tu rebaño habitó en la tierra que tu bondad, oh Dios, preparó para los pobres. R/

 

De la carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24

Hermanos: Ustedes no se han acercado a algo tangible: “fuego ardiente, oscuridad, tinieblas, tempestad, sonido de trompeta, y un estruendo tal de palabras”, que aquéllos que lo escuchaban no quisieron que se les siguiera hablando. Ustedes, en cambio, se han acercado a la montaña de Sión, a la Ciudad del Dios viviente, a la Jerusalén celestial, a una multitud de ángeles, a una fiesta solemne, a la asamblea de los primogénitos cuyos nombres están escritos en el cielo. Se han acercado a Dios, que es el Juez del universo, y a los espíritus de los justos que ya han llegado a la perfección, a Jesús, el mediador de la Nueva Alianza y a la sangre purificadora que habla más elocuentemente que la de Abel.

 Evangelio según san Lucas 14,1.7-14

Un sábado, Jesús entró a comer en casa de uno de los principales fariseos. Ellos lo observaban atentamente. Y al notar cómo los invitados buscaban los primeros puestos, les dijo esta parábola: “Si te invitan a un banquete de bodas, no te coloques en el primer lugar, porque puede suceder que haya sido invitada otra persona más importante que tú, y cuando llegue el que los invitó a los dos, tenga que decirte: ‘Déjale el sitio’, y así, lleno de vergüenza, tengas que ponerte en el último lugar. Al contrario, cuando te inviten, ve a colocarte en el último sitio, de manera que cuando llegue el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate más’, y así quedarás bien delante de todos los invitados. Porque todo el que se eleva será humillado, y el que se humilla será elevado”. Después dijo al que lo había invitado: “Cuando des un almuerzo o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez, y así tengas tu recompensa. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los paralíticos, a los ciegos. ¡Feliz de ti, porque ellos no tienen cómo retribuirte, y así tendrás tu recompensa en la resurrección de los justos!”

 

El Señor no pretende dar una lección de buenos modales, ni sobre la jerarquía entre las distintas autoridades. Insiste, más bien, en un punto decisivo, que es el de la humildad: “El que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado” (Lc 14, 11). Esta parábola, en un significado más profundo, hace pensar también en la postura del hombre en relación con Dios. De hecho, el “último lugar” puede representar la condición de la humanidad degradada por el pecado, condición de la que sólo la encarnación del Hijo unigénito puede elevarla. Por eso Cristo mismo “tomó el último puesto en el mundo —la cruz— y precisamente con esta humildad radical nos redimió y nos ayuda constantemente” (Deus caritas est, 35). Al final de la parábola, Jesús sugiere al jefe de los fariseos que no invite a su mesa a sus amigos, parientes o vecinos ricos, sino a las personas más pobres y marginadas, que no tienen modo de devolverle el favor (cf. Lc 14, 13-14), para que el don sea gratuito. De hecho, la verdadera recompensa la dará al final Dios, “quien gobierna el mundo… Nosotros le ofrecemos nuestro servicio sólo en lo que podamos y mientras él nos dé fuerzas” (Deus caritas est, 35).

BENEDICTO XVI – Ángelus 29 de agosto de 2010

 

 

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