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Señor, tú eres mi luz y mi salvación, eres la fuerza de mi vida. Salmo 26.

5ta Charla de Cuaresma:

Señor, tú eres mi luz y mi salvación, eres la fuerza de mi vida. Salmo 26.

El viernes pasado el Papa Francisco impartía la bendición Urbi et Orbi (de manera extraordinaria, porque sólo la da el día de Navidad y el día de Pascua) al mundo entero desde la Plaza de San Pedro completamente vacía… y concedía la indulgencia plenaria. Algo impresionante y único quizá en la historia de la humanidad… parecía realmente una nueva creación…. Y el Papa como el único hombre en la tierra volviendo a entablar su diálogo con Dios en nombre de todos. Y a la vez pidiendo a Dios misericordia para el mundo entero. Esta es la belleza de la fe católica!

Comentó el Evangelio de San Marcos (capítulo 4,35-41) donde Jesús, que quiere pasar a la otra orilla, se sube a la barca con sus discípulos. De pronto se desata una tormenta y Jesús duerme tranquilamente en la popa, la parte más peligrosa del barco, la primera en hundirse. Duerme tan profundamente que lo tienen que despertar… Cuando se despierta increpa al viento y al mar y sobreviene una gran calma. Entonces les pregunta: “¿Por qué tienen miedo? ¿Cómo no tienen fe?”

Ellos tienen miedo… Jesús se sorprende de su miedo y de su falta de fe. El miedo y la falta de fe siempre van juntos. Cuando tenemos miedo, (puede pasarnos en este momento de incertidumbre, de exceso de información a veces desalentadora), tenemos que pedirle a Jesus que nos aumente la fe: “Señor, auméntanos la fe!” Y Él nos ayudará.

Después que Jesús hace el milagro y calma la tormenta ellos pasan del miedo al temor: el temor de Dios, reconocen en Jesús a Dios: sólo a Dios que los ha creado, el viento y el mar le obedecen. Se dan cuenta de que quien estaba con ellos, junto a ellos, era verdaderamente Dios y ellos no lo sabían. Ellos tenían miedo porque no creían realmente que quien estaba con ellos era Dios, pensaban que era un hombre, ciertamente extraordinario, pero solamente un hombre. A veces también a nosotros nos puede pasar esto en nuestra fe: sí creemos, pero hasta ahí… creemos que Dios existe, pero no que está verdaderamente presente, y actúa realmente en nuestra vida concreta, que se interesa por nosotros, y que TODO lo que pasa en nuestra vida es para nuestro bien. Sería algo muy lindo si después de cada prueba pudiéramos también nosotros pasar del miedo al temor de Dios, que es ese humilde reconocimiento de que todo viene de Dios y que es para nuestro bien. 

El Papa compara el mundo entero a una barca donde estamos todos, nadie puede sentirse ajeno ni excluido de esta pandemia. Y compara la situación que estamos viviendo con la tormenta:

Desde hace algunas semanas parece que todo se ha oscurecido. Densas tinieblas han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades; se fueron adueñando de nuestras vidas llenando todo de un silencio que ensordece y un vacío desolador que paraliza todo a su paso: se palpita en el aire, se siente en los gestos, lo dicen las miradas. Nos encontramos asustados y perdidos. Al igual que a los discípulos del Evangelio, nos sorprendió una tormenta inesperada y furiosa. 

Es cierto que en esta barca y en esta tormenta Jesús duerme, pero también es cierto que está dentro de la barca. No nos espera en la otra orilla. Él tiene una confianza absoluta en su Padre y quiere que también nosotros la tengamos.

El Papa habla de “densas tinieblas que han cubierto nuestras plazas, calles y ciudades y se han adueñado de nuestras vidas”, densas tinieblas que nos impiden ver la luz. Y cuando falta la luz sobreviene el miedo, la inseguridad, no sabemos por dónde caminar, cómo vivir. Y precisamente el salmo 26 que hoy nos toca comentar comienza con la luz, la luz que es Dios.

SALMO 26:

Este Salmo 26 es el Salmo de la confianza en Dios. Es un grito de esperanza en Dios. El salmista confía tanto en Dios, que nada ni nadie lo hace temer ni temblar.

El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?

El Señor es la defensa de mi vida, ¿quién me hará temblar?

El temor desaparece ante la presencia de Dios, como desaparecen las tinieblas ante la luz. La luz por más pequeña que sea, es poderosísima. Cuando en una noche oscura se enciende una pequeña luz ésta es más fuerte que las tinieblas. Jesús dijo: “Yo soy la luz del mundo, el que me siga no caminará en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” y quiere que nosotros mismos seamos luz del mundo: “Vosotros sois la luz del mundo”. Esta luz que es Cristo es la que está simbolizada en el Cirio Pascual. En la Vigilia Pascual cuando todo el Templo está a oscuras entra Cristo, que es la Vida, que es la Luz. La oscuridad del Templo es una imagen de lo que somos nosotros sin Dios. Pero Él entra y vamos encendiendo nuestras velas en el Cirio, y poco a poco todo queda iluminado. Es decir, nosotros recibimos la vida, la luz, la fe de Cristo, no nos la damos a nosotros mismos. Es Cristo quien no lo da todo, por eso dice el salmista: “El Señor es mi luz y mi salvación”. 

El Papa Benedicto decía una vez que en la noche en nuestras ciudades son tantas las luces que ya no podemos ver las estrellas. Que muchas veces en nuestra vida nos dejamos cegar por luces falsas que nos encandilan, y nos impiden ver la verdadera Luz que es Dios.

San Agustín dice que la salvación que Dios nos da, no nos la puede quitar nadie, y la Luz que Él nos da nadie la puede oscurecer: “Ya que tenemos en Él una esperanza cierta, firme y verdadera, ¿qué vamos a temer? Si encuentras a alguien más grande que Él, teme. Yo pertenezco a Aquel que es más grande que todos, al Todopoderoso, de manera que me alumbra y me salva: no temo a nadie más que a Él”.

El salmista continúa diciendo:

Cuando me asaltan los malvados para devorar mi carne,

ellos enemigos y adversarios, tropiezan y caen.

Si un ejército acampa contra mí, mi corazón no tiembla.

Si me declaran la guerra, me siento tranquilo.

Hay como un contraste entre los enemigos que asaltan y la serenidad y la paz del salmista. ¿De dónde saca esta paz, esta seguridad, esta certeza, aún en medio de tantas dificultades? Hay como una desproporción entre los males que lo rodean y su serenidad interior. Lo rodean enemigos, que son como bestias, lo asalta un ejército, pero él no tiene miedo! ¿De dónde le viene esta serenidad, esta paz interior? Ciertamente de Dios a quien recurre en su oración. Los salmos nos enseñan a poner bajo la mirada de Dios toda situación humana. El salmista abre su corazón y le cuenta a Dios todo lo que le pasa, sin guardarse nada: sus alegrías, sus tristezas, sus miedos, sus esperanzas, TODO; en lugar de guardárselo y “quedarse enredado” en sí mismo lo pone a los pies del Señor, es decir lo hace oración. Esa es la gran enseñanza de los salmos. Por eso la oración es el arma del cristiano que vence cualquier dificultad, y en este momento más que nunca debemos recurrir a ella. El salmista reza con fe, cree que Dios es todopoderoso y que es más fuerte que todos sus enemigos. 

El salmista constantemente grita su fe: ¿a quién temeré? ¿quién me hará temblar?; mi corazón no tiembla; me siento tranquilo. Son gritos de fe.  La misma fe que el Papa quiso despertar en nuestros corazones con su mensaje:

«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti.

Muchas veces en la Biblia se nos enseña a rezar con fe; rezar como si ya hubiéramos conseguido lo que pedíamos: 

Miqueas 7,7-8:

Yo aguardo al Señor, espero en el Dios de mi salvación. ¡Mi Dios me escuchará! No te alegres de mi suerte, enemiga mía, porque si he caído, me levantaré; si habito en las tinieblas, el Señor es mi luz. Tengo que soportar la ira del Señor, porque he pecado contra él, hasta que él juzgue mi causa y me haga justicia. Él me hará salir a la luz y yo contemplaré su justicia.

Salmo 24,1-3:

A Ti Señor levanto mi alma. Dios mío en ti confío, no quede yo defraudado, que no triunfen de mí mis enemigos, pues los que esperan en ti no que quedan defraudados. 

Mateo 6,7-8:

 Cuando oren, no hable mucho… El Padre que está en el cielo sabe bien lo que les hace falta antes de que se lo pidan.

Casi nos parece estar escuchando la voz de san Pablo, que dice: “Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros?” (Rm 8, 31).

Sigue diciendo el Salmo:

Una cosa pido el Señor, eso buscaré: habitar en la Casa del Señor por los días de mi vida. Gozar de la dulzura del Señor, contemplando su templo. Él me protegerá en su tienda, el día del peligro.

En este tiempo de sufrimiento pero también de gracia, Dios nos invita a dejar de lado todo lo que no es Él (todo lo que es tinieblas) y volvernos decididamente hacia Él (la única Luz) con confianza en la oración. El salmista aunque sufre mucho, sabe que no está solo, porque quien reza nunca está solo, está con Dios y está unido a todos sus hermanos. 

Es cierto que quizá no podemos ir a la Iglesia, pero todos los días podemos “contemplar su Templo”, siguiendo quizá la Misa desde las casas y haciendo una comunión espiritual, como nos invita el Papa. Y así entrar en comunión con Dios y ser protegidos por Él en el día del peligro.

Oigo en mi corazón buscad mi rostro. Tu rostro buscaré Señor, no me escondas tu rostro. 

Lo único que realmente teme el salmista es ser separado de Dios. Es ese el peor de todos los males. Ese debe ser nuestro desvelo, nuestra preocupación, nuestra atención debe centrarse aquí: buscar el rostro de Dios, conocerlo más para amarlo mejor. Quizá podemos aprovechar este tiempo que Dios nos regala para leer más la Biblia, conocer más a Jesús, espiarlo en el Evangelio, ver qué decía, qué hacía. Acompañarlo sobre todo en estos días santos de su Pasión y Resurrección. 

Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida.

Espera en el Señor, sé valiente. Ten ánimo, espera en el Señor.

El salmista termina como hablándose a sí mismo… dándose coraje…!: sé valiente, ten ánimo, espera en el Señor. Nuestra esperanza no será defraudada, porque el amor de Cristo ha sido derramado en nuestros corazones, nos dice san Pablo. Nuestra ancla está ya en el cielo, por eso no tenemos nada que temer. Jesús resucitado nos traerá ciertamente esa certeza, esa vida, esa alegría, que nada ni nadie nos podrá quitar.

Se nos pide que seamos valientes y esperemos en el Señor. La fe es de los valientes. Tengamos la valentía de la fe, de esperar y creer que Dios actuará, que está actuando, que está sacando un bien mayor a todo este mal. Como decía el Papa ayer: 

Invitemos a Jesús a la barca de nuestra vida. Entreguémosle nuestros temores, para que los venza. Al igual que los discípulos, experimentaremos que, con Él a bordo, no se naufraga. Porque esta es la fuerza de Dios: convertir en algo bueno todo lo que nos sucede, incluso lo malo. Él trae serenidad en nuestras tormentas, porque con Dios la vida nunca muere.

Pidamos a María, la mujer fuerte, que aumente nuestra fe, que podamos creer como ella que nada es imposible para Dios. Invoquémosla como a la Estrella que nos conduce a la luz que es Cristo. Que nos guíe, que no se aparte de nosotros. Hagámoslo con estas palabras de San Bernardo: 

Mira la Estrella, invoca a María. En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte nunca su nombre de tu boca, no se aparte jamás de tu corazón. Y para que puedas alcanzar el socorro de su oración, no te olvides del ejemplo de su vida. No te desviarás si la sigues; no desesperarás si le ruegas; no te perderás si en ella piensas. 

Si ella te tiene de su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; si ella es tu guía, no te fatigarás; llegarás felizmente a puerto si ella te ampara.

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