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SAN ANDRÉS, APÓSTOL

Se celebra el 30 de noviembre

 

Homilía en la Fiesta de San Andrés, año 2013

Celebración de una oblación secular
en la Abadía de Santa Escolástica

Padre Abad Fernando Rivas osb

 

Queridos hermanos:

La oblación de la vida se hace al final de un proceso de preparación, pero que en este caso ese proceso ha tenido como preparación un año proclamado por el Papa Benedicto: un Año de la Fe. Y por eso realizar hoy esta oblación es confirmar que han llegado al núcleo de ese propósito del Santo Padre, que es el núcleo de la fe: que es nuestra identificación con Cristo. Cristo se ofreció por nosotros. Cristo se ofreció por mí, dice san Pablo. Cristo realizará su oblación en esta Eucaristía. Y por eso realizar la oblación de la vida, es haber llegado a lo que decimos en cada Eucaristía, el núcleo del misterio de la fe, “Este es el sacramento de nuestra fe”: la oblación de Cristo, a la cual nos unimos porque hemos comprendido nuestra total identidad con él.

Y realizarla en este día del apóstol san Andrés, aquellos que recibieron en sus primeros momentos la fe de Cristo en su corazón. También el realizarlo hoy, tiene una significación muy concreta y especial: alguien que antes que ustedes también encontró su identidad con Cristo, y por eso también él –tal como canta la liturgia de hoy– también él, nos dicen los textos, cantó el “Suscipe”: “Recíbeme Señor”. Dos veces lo dice hoy: “Recíbeme cruz gloriosa de Cristo, Suscipe me”. Y la otra antífona que nos dice que Andrés, ya clavado en la cruz, se dirigió a Cristo diciendo: “Recibe Señor a tu discípulo, que está aquí clavado en la cruz”. Las mismas palabras que usó Esteban: “Recíbeme, Señor”, al ver el cielo abierto y a Cristo sentado a la derecha del Padre.

esmalte-s-xvi-limogesAndrés con su ofrenda total y plena, ya no simplemente de su alma sino de su propio cuerpo, recién allí encontró su identidad con Cristo y se atrevió a dirigir esas palabras que San Benito nos pide a todos los miembros de su familia, pronunciar: “Recíbeme Señor según tu promesa, y viviré”. Pero Andrés en la cruz, moría. A los ojos de la fe, Andrés nacía. O bien, como afirma la Iglesia: en la cruz –en la entrega de su humanidad completa– nacía Cristo en Andrés.

Y también Andrés recibió un llamado, como ustedes lo han recibido para llegar a este día, a este momento, a esta oblación. Hemos entrado a la celebración cantando la narración de Mateo: “Jesús caminaba junto al lago y vio a dos hermanos –Andrés y Pedro– pescando, y los llamó”. Pero –esas cosas que tiene la liturgia, y que no admiten los teólogos– en la Comunión cantaremos lo contrario: cantaremos el relato del llamado a Andrés tal como nos lo conserva el apóstol san Juan, que es muy distinto. Andrés era discípulo de Juan Bautista, y el Bautista le dice: Este es el Cordero de Dios. Y Andrés lo sigue, Cristo no lo llama. Y Cristo se ve seguido, y se da vuelta y dice: “¿Por qué me siguen?”. Mateo decía que Cristo los llamó: síganme. Juan dice que no, que Cristo se vio sorprendido y dijo: “¿Por qué me siguen?”. Y Andrés contesta: “Maestro, ¿dónde moras, dónde vives?”. “Vengan y verán”. Andrés fue, vio, e inmediatamente fue a llamar a su hermano Pedro y le dice: “Hemos encontrado al que llaman el Mesías”. Y Pedro le hizo caso, y Pedro lo siguió hasta Jesús. Realmente eran hermanos, no solamente en la carne y en la sangre, sino que eran hermanos de verdad: porque que un hermano a esa edad siga el consejo y la indicación del otro, no estamos muy acostumbrados. Seremos hermanos en la carne y en la sangre, pero después en todo lo demás los años nos van haciendo tomar distancia.

03709_hires  Y Pedro sigue a Andrés que le dice algo totalmente inesperado, lo que Israel entero aguardaba: “Hemos encontrado al Mesías”. Pero entonces, ¿cómo es?: ¿Cristo los llamó a seguirlo, o ellos –siguiéndolo– fueron con él? Para los teólogos y los biblistas, son relatos contrapuestos. Pero en la fe, están diciendo exactamente lo mismo: Pedro y Andrés siguieron el llamado de Jesús, porque ellos buscaban a Jesús; si no, no hubiesen respondido de un modo tan dócil como dice Mateo. Por eso, de ninguna manera se contraponen los dos relatos de este llamado a Andrés.

Pero ese es el dinamismo y el misterio de la fe. El Señor estaba en Andrés, y por eso Andrés comprendió esa voz, y por eso Andrés siguió desde atrás a Jesús, hasta que Jesús le preguntó: “¿Por qué me sigues?”. Y fue Andrés quien nos entregó a Pedro, llamándolo para que él también encuentre al Mesías.

Pero detrás de esto hay una realidad de lo que es ser llamado, que es lo que está también detrás de esa expresión: “Recíbeme Señor”, que hoy ustedes van decir. Porque recibir –recibirnos– por parte de Dios, no es como nosotros: nosotros podemos recibir cosas, personas, pero siempre quedarán como realidades externas a nosotros. Para Dios, recibirnos es asumirnos. Y por eso en estos días que comenzarán de Adviento y Navidad, la Iglesia dice que el Hijo de Dios recibió –en la encarnación– la humanidad: la recibió, es decir, la asumió.

andrea2Y es lo que hoy ustedes piden a Dios: “Recíbeme, asume mi vida”. De tal manera que ya no hay una simple recepción externa, sino que ahora dos serán uno. Y en cada uno de ustedes será Cristo quien va a ir obrando, y pasará como en Andrés: no sabemos si soy yo el que lo está siguiendo, o él que me llamó; porque ya no hay rupturas, diferencias. El obrar del Señor es tan suave, que nos parece que no está obrando: y la fe nos lo permite descubrir a cada paso. Si hay algo forzado, es porque estamos poniendo resistencia; si no, lo que vamos a descubrir es la suavidad. Como en Cristo vivía el Hijo de Dios, y nadie se daba cuenta porque era suave: si hubiese sido violento, tal vez le hubiesen creído. Porque a nosotros nos impresionan las cosas violentas; las suaves, las naturales, como dice San Benito… Es más, cuando algo es suave y natural pensamos que somos nosotros, y no podemos creer que sea Dios quien está obrando así en nosotros.

Y fue de ese modo que Cristo obró con Andrés. En ese texto único que hoy la Iglesia canta en el Alleluia, dice palabras que ni siquiera se dicen del discípulo amado, Juan. Se dicen de Andrés: “Dilexit Dominus Andream: Dios amó a Andrés en olor de suavidad”. Son los pocos textos gregorianos que no están en la Biblia, pero es una expresión maravillosa de la obra de Dios en nosotros, y de cómo obrará en ustedes. Y por eso cada vez que experimentamos esas tensiones, esos forcejeos, esa lucha con la voluntad de Dios, es que estamos nosotros oponiendo algún tipo de resistencia, porque el Señor obra suavemente.

Por eso podríamos decir –sin haberlo escuchado, ni oído– pero podríamos decir que el gran misterio de la fe, tal como lo concebía un cardenal Pironio, no era creer en Cristo: ese no es el problema de la fe, esa no es la dificultad. La dificultad es creer en Cristo en nosotros, esperanza de la gloria. Ese fue el lema que él escogió, porque es el centro del misterio de la fe: Cristo en nosotros, esperanza de la gloria. En cambio nosotros nos seguimos viendo solos, o como mucho acompañados desde afuera por alguien. No, es Cristo en nosotros. Pero eso significa también poder no solamente verlo cuando él hace cosas especiales, sino verlo cuando nosotros estamos viviendo cosas especiales. Y poder, en la fe, decir: “No soy yo quien está viviendo esto, es Cristo”. Y sea la alegría, sea la tristeza, sea la felicidad, sea el dolor, no es de ustedes. Ya no es más de ustedes, ya no es más nuestro, es de Cristo: Cristo está volviendo a vivir –como decía Pablo– y completando en nosotros y en ustedes su misterio pascual.

livre-des-images-de-madame-marie-xiiiY por eso llegar a descubrir y poder reconocer, como decía Pablo cuando se sintió tan apenado con los Gálatas, que de algún modo dijo: “Ustedes me han crucificado, pero no a mí: No soy yo quien vivo, es Cristo quien vive en mí. El signo evidente es la cruz.

Ese es el misterio de la fe: poder reconocer que esas cosas que estamos viviendo, ya no son más ustedes, es Cristo quien las está viviendo en ustedes, y poder volcarlas sobre él. Y todo ese camino que a nosotros, como dijo el mismo Cristo, nos agobia: Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados, y cárguenlo sobre mí que soy manso y humilde de corazón. Y van a ver que mi yugo es suave, mi carga ligera: porque es mía, no es de ustedes. Y si está muy dolorosa, muy pesada, es que seguimos volcándola sobre nosotros, y no descubrimos que es la cruz de él, que es la vida de él. Que es la condición de hijos de Dios, la que nos va a permitir entonces descubrir y decir con atrevimiento, como decimos en cada Eucaristía a Dios: “Padre nuestro”. Porque ya no somos nosotros: es Cristo, su Hijo, quien le habla. Y eso va a ser lo que permita también que cada cosa que ustedes vivan –en sus familias, en sus trabajos, en su obra pastoral– adquiera un carácter sagrado. Porque ya no son simplemente ustedes administrando y organizando: no, es Cristo. Y podrán encontrar –como acaba de decir el Santo Padre– el gozo del anuncio del Evangelio: porque es él.

Y la figura en este día, que mejor nos ilustra, es María: María recibió el anuncio del ángel, y ella fue recibida por Cristo. Y ya no fueron más dos: fueron uno solo desde Belén hasta el Gólgota. Donde está Cristo, siempre está su Madre; y donde está su Madre, está siempre Cristo.

november_30szent_andras_apostol_1776262_2858Y es por eso que los cuatro Evangelios terminan en las últimas palabras de san Juan: “Hemos narrado estas cosas sobre Cristo. Pero hay tantas y son tan numerosas, que no alcanzarían los libros y los cuadernos para poder escribirlas”. No es cierto: 33 años de vida se pueden escribir en pocos cuadernos. Pero san Juan se está refiriendo al otro Cristo: al cuaderno que deben escribir y el Evangelio que deben escribir cada uno de ustedes. Porque para san Juan, Cristo resucitado habita en nosotros y espera que ese Evangelio sea completado: sea completado en la vida de cada uno, sea completado en el anuncio que realicen de él. Y así no van a alcanzar nunca todos los cuadernos y libros del mundo, porque Cristo no ha acabado.

Y por eso podríamos cerrar toda esta meditación del Año de la fe, preguntándonos: ¿Quién es Cristo? Y la Iglesia no lo dice en una fórmula dogmática, lo dice de otro modo en la plegaria, en la oración, cuando nos hace decir a nosotros, a Dios: “Padre nuestro que estás en el cielo”. Ese es Cristo. Esa es la fe que profesamos, y que hoy –de un modo especial– ustedes tres quieren confirmar y quieren testimoniar ante la Iglesia.

 

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