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La voz de la confianza: Salmo 22

Salmo 22

 

El Señor es mi pastor,

    nada me falta:

en verdes praderas me hace recostar;

    me conduce hacia fuentes tranquilas

    y repara mis fuerzas;

me guía por el sendero justo,

    por el honor de su nombre.

Aunque camine por cañadas oscuras,

    nada temo, porque tú vas conmigo:

    tu vara y tu cayado me sosiegan.

Preparas una mesa ante mí

    enfrente de mis enemigos;

me unges la cabeza con perfume,

    y mi copa rebosa.

Tu bondad y tu misericordia me acompañan

    todos los días de mi vida,

y habitaré en la casa del Señor

     por años sin término.

Comentario al Salmo 22

La imagen del Pastor está tomada del Antiguo Testamento. En la antigüedad se llamaba pastores a los príncipes y guías de los pueblos. Con esta imagen que para los hombres de entonces era de evidencia inmediata, veían al que va delante de su rebaño, lo apacienta y rige, lo defiende y cuida. Y el hombre de entonces se sentía como guiado y conducido, como protegido a la vez por una sabiduría y un poder superior. En esta imagen no percibía nada humillante, pues se sentía bajo una guardia buena y fiel. Y así, en el antiguo Testamento, en los salmos y en otras partes, podía darse a Dios el nombre de pastor, pues él era conductor y guía de su pueblo, su creador y señor, su fiel proveedor, que lo amaba y lo regía con poder. Y así Jesús, que viene del Padre y es la presencia misma del pastor divino, se llama también a sí mismo el buen pastor.

El Señor es mi pastor, dice el salmo. El Señor, Yahvé, el que celebró la alianza con el pueblo de dura cerviz, y en ese pueblo pensaba finalmente en nosotros, pues tenía ante los ojos la eterna alianza, que nos atañe, en la que hemos entrado también los que hemos sido llamados; el Señor que se nos acercó por Jesucristo, es el pastor por toda la eternidad, aquel a quien tenemos que volvernos continuamente. Y el salmista dice: Nada me falta. Decidme: ¿sentimos nosotros a Dios, el eterno e incomprensible, de manera que podamos decir: Él es mi pastor, en quien puedo confiar, al que pertenezco, cuya conducción siento en mi vida, a cuya providencia estoy sometido, él está cerca de mí, me apacienta y rige? ¿Podemos decir: Nada me falta?

¿No nos sentimos, al contrario, como tremendamente menesterosos, como necesitados de tantas cosas? El salmista, sin embargo, confiesa aquí a Dios: Tú eres mi pastor, nada me falta. Y se lo dice audaz y animosamente; se lo dice, en cierto modo, contra la experiencia inmediata de su vida, y se lo dice porque es una verdad, que trasciende nuestro sentir, que Dios es nuestro pastor y, por ello, nada nos falta.

Luego continúa el salmista con una imagen algo distinta, que hace del buen pastor un solícito padre de familia: Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos. Me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa. Tu bondad y misericordia me acompañan todos los días de mi vida. Siempre habitamos en la casa del Señor; nos sentamos a su mesa, y la copa de la existencia no está llena de amargura, sino que rebosa de consuelo y bendición, aun cuando parezca absolutamente lo contrario. Dicha y gracia, dicha divina y gracia eterna, nos seguirán la vida entera; así ora el salmista, así le dice a Dios que es el buen pastor en nuestro Señor Jesucristo, pastor y guardián de nuestras almas; él, que anduvo con nosotros por entre las tinieblas de la existencia, camino del Calvario y de la cruz. Por eso él es el buen pastor, que dio la vida por sus ovejas, para que creamos que, verdaderamente, Dios es el pastor de nuestra vida.

¿No diremos una vez más, como nuestro credo, como la verdadera experiencia de nuestra vida: El Señor es mi pastor, nada me falta?

Karl Rahner

Textos

  • El buen pastor: ¡qué hermosa imagen de Dios! Transmite algo profundo y personal sobre el modo en que Dios se cuida de todo lo que ha creado. En la metrópoli moderna no tenéis oportunidad de ver un pastor que cuida a su rebaño. Pero podemos acudir a las tradiciones del Antiguo Testamento, en el que esa parábola se halla profundamente arraigada, con el fin de comprender la solicitud amorosa del pastor por su rebaño. Nuestra peregrinación terrena no es un andar errantes por caminos intransitables. Hay un Pastor que nos conduce, que quiere nuestro bien y nuestra salvación, no sólo en esta vida, sino también en la eternidad.
    Juan Pablo II, 18 de julio de 1982.
  • Como el salmista, también nosotros, si caminamos detrás del «Pastor bueno», aunque los caminos de nuestra vida resulten difíciles, tortuosos o largos, con frecuencia incluso por zonas espiritualmente desérticas, sin agua y con un sol de racionalismo ardiente, bajo la guía del pastor bueno, Cristo, debemos estar seguros de ir por los senderos «justos», y que el Señor nos guía, está siempre cerca de nosotros y no nos faltará nada. Quien va con el Señor, incluso en los valles oscuros del sufrimiento, de la incertidumbre y de todos los problemas humanos, se siente seguro. Tú estás conmigo: esta es nuestra certeza, la certeza que nos sostiene.
    Benedicto XVI, 5 de octubre de 2011.
  • Estas frases tan simples se insertaron sin dificultad en mi memoria. Veía al pastor, veía el valle y la sombra de la muerte, veía también la mesa preparada. Era el Evangelio en pequeño. Y cuántas veces en las horas de angustia he recordado el bastón que conforta y evita el peligro. Cada día recitaba este pequeño poema profético del cual no agotaremos jamás toda su riqueza.
    Julien Green
  • ¡Qué felices nos sentimos de estar en las manos de un tal Pastor. Él procura nuestro verdadero bien y nos sabe proporcionar en cada momento el alimento necesario!
    Charles de Foucauld.

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