6






Perdona nuestras ofensas: “Reconcíliate primero con tu hermano y después vuelve a presentar tu ofrenda”

EL PADRE NUESTRO DE CADA DÍA

Textos comentados en la Sexta Charla:

PERDONA NUESTRAS OFENSAS

“Reconcíliate primero con tu hermano y después vuelve a presentar tu ofrenda”

Benedicto XVI

“La quinta petición del Padrenuestro presupone un mundo en el que existen las ofensas: ofensas entre los hombres, ofensas a Dios. La ofensa provoca represalia; se forma así una cadena de agravios en el que el mal de la culpa crece de continuo y se hace cada vez más difícil de superar. Con esta petición el Señor nos dice que la ofensa sólo se puede superar mediante el perdón, no a través de la venganza. Dios es un Dios que perdona porque ama a sus criaturas, pero el perdón sólo puede penetrar en quien a su vez perdona”.

 

El tema del perdón aparece continuamente en todo el evangelio. Lo encontramos al comienzo del sermón de la montaña, cuando el Señor nos dice: “Si cuando vas a presentar tu ofrenda en el altar te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda” (Mt 5,23 ss).

 

Salmo 14:

“Señor, ¿quién puede habitar en tu monte santo?El que procede rectamente y practica la justicia; el que dice la verdad de corazón y no calumnia con su lengua. El que no hace mal a su prójimo ni agravia a su vecino. El que no se retracta de lo que juró, aunque salga perjudicado; el que no presta su dinero a usura ni acepta soborno contra el inocente. El que procede así, nunca vacilará”.

 

Isaías 1,10 ss

“¿Qué me importa la multitud de sus sacrificios? –dice el Señor– Estoy harto de holocaustos de cameros y de la grasa de animales cebados; no quiero más sangre de toros, corderos y chivos. No me sigan trayendo vanas ofrendas; el incienso es para mí una abominación. Luna nueva, sábado, convocación a la asamblea… ¡no puedo aguantar la falsedad y la fiesta! Sus lunas nuevas y solemnidades las detesto con toda mi alma; se han vuelto para mí una carga que estoy cansado de soportar. Cuando extienden sus manos. yo cierro los ojos; por más que multipliquen las plegarias, yo no escucho: ¡las manos de ustedes están llenas de sangre! ¡Lávense, purifíquense, aparten de mi vista la maldad de sus acciones! ¡Cesen de hacer el mal, aprendan a hacer el bien! ¡Busquen el derecho, socorran al oprimido, hagan justicia al huérfano, defiendan a la viuda! Vengan, y discutamos –dice el Señor– Aunque sus pecado sean como la escarlata, se volverán blancos como la nieve; aunque sean rojos como la púrpura, serán como la lana”.

 

Isaías 33,15-16

“El que procede con justicia y habla con rectitud, el que rehúsa ganancias fraudulentas, el que sacude la mano rechazando el soborno y tapa su oído para no oír hablar de sangre y cierra los ojos para no ver la maldad, ese habitará en las alturas”.

 

Oseas 6,6

“El amor de ustedes es como nube mañanera, como rocío matinal que se evapora. Yo quiero misericordia, no sacrificio”.

 

Miq 6,6-8

“¿Con qué me presentaré al Señor y me postraré ante el Dios de las alturas? ¿Me presentaré a él con holocaustos, con terneros de un año? ¿Aceptará el Señor miles de carneros, millares de torrentes de aceite? ¿Ofreceré a mi primogénito por mi rebeldía, al fruto de mis entrañas por mi propio pecado? Se te ha indicado, hombre, qué es lo bueno y qué exige de ti el Señor: nada más que practicar la justicia, amar la fidelidad y caminar humildemente con tu Dios”.

 

Jeremías 6.20 y 7,2 ss

“¿Para qué me traen incienso de Sebá y canela fina de país remoto? Ni vuestros holocaustos me son gratos ni vuestros sacrificios me complacen… Así dice el Señor: Mejorad de conducta y de obras, y yo haré que os quedéis en este lugar. Porque si mejoráis realmente vuestra conducta y obras, si realmente dais a cada uno lo que corresponde y no oprimís a los pobres ni derramáis sangre, ni andáis detrás de otros dioses para tu daño, entonces yo me quedaré con ustedes en este lugar”.

 

San Cipriano

“Dios no acepta el sacrificio del que está en discordia, y le manda que antes se retire del altar a reconciliarse con su hermano, para que pueda aplacar a Dios con preces de un corazón pacífico. El mejor sacrificio para Dios es nuestra paz y concordia fraternas y un pueblo unido”.

 

San Agustín

“Si entonces nos acordásemos que nuestro hermano tiene algún resentimiento contra nosotros, es decir, si le hemos ofendido en algo, porque en este caso él tiene queja contra nosotros, pues contra él la tenemos nosotros si él nos dañó; en este caso no hace falta ir en busca de reconciliación, porque no pedirás perdón a aquel que te injurió, sino que lo perdonarás sencillamente, como deseas ser perdonado por Dios de todo lo que hubieras pecado. Debemos procurar la reconciliación cuando la conciencia nos dicta que hemos perjudicado en algo al hermano; mas  ha de irse a busacarlo no con los pies del cuerpo, sino con movimiento del alma; inclinándonos con humildad ante el hermano a quien buscas con afecto de caridad en presencia de aquel a quien haces la ofrenda”.

 

San Cipriano

“Después de pedir el pan de cada día, también rogamos por nuestros pecados con estas palabras: ‘Perdona nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores’. Después del socorro del alimento se pide el perdón del pecado, para que el que es alimentado por Dios viva en Dios y no sólo mire por la vida presente y temporal, sino por la eterna, a la que se puede llegar con tal que se perdonen los pecados. ¡Cuán necesaria, cuán previsora y saludablemente somos avisados de que somos pecadores, que nos vemos obligados a rogar por nuestros pecados, para que, al pedir a Dios perdón, uno tenga conciencia de su pecado! Y para que nadie se gloríe de su inocencia y no se pierda por su ensoberbecimiento, se nos avisa y enseña que pecamos todos los días, por lo mismo que se manda orar todos los días por nuestros pecados. También Juan nos advierte en una de sus epístolas: Si dijéramos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y no hay verdad en nosotros. Mas, si reconociéramos nuestros pecado, el Señor es leal y justo para perdonarnos los pecados (1Jn 1,8-9). En esta epístola ha incluido los dos extremos: que debemos rogar por los pecados y que, rogando, alcanzaremos el perdón. Por eso afirmó que Dios es fiel para perdonar los pecados y guarda la palabra de su promesa, porque quien nos enseñó a orar por nuestras deudas y pecados, prometió la misericordia de padre y el perdón que le seguiría”.

 

Mt 18,21-35:

“Pedro se adelantó y le preguntó a Jesús: «Señor, ¿cuántas veces tendré que perdonar a mi hermano las ofensas que me haga? ¿Hasta siete veces?». Jesús le respondió: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por eso, el Reino de los Cielos se parece a un rey que quiso arreglar las cuentas con sus servidores. Comenzada la tarea, le presentaron a uno que debía diez mil talentos. Como no podía pagar, el rey mandó que fuera vendido junto con su mujer, sus hijos y todo lo que tenía, para saldar la deuda. El servidor se arrojó a sus pies, diciéndole: “Señor, dame un plazo y te pagaré todo”. El rey se compadeció, lo dejó ir y, además, le perdonó la deuda. Al salir, este servidor encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, tomándolo del cuello hasta ahogarlo, le dijo: “Págame lo que me debes”. El otro se arrojó a sus pies y le suplicó: “Dame un plazo y te pagaré la deuda”. Pero él no quiso, sino que lo hizo poner en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Los demás servidores, al ver lo que había sucedido, se apenaron mucho y fueron a contarlo a su señor. Este lo mandó llamar y le dijo: “¡Miserable! Me suplicaste, y te perdoné la deuda. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo me compadecí de ti?”. E indignado, el rey lo entregó en manos de los verdugos hasta que pagara todo lo que debía. Lo mismo hará también mi Padre celestial con ustedes, si no perdonan de corazón a sus hermanos».

 

San Juan Crisóstomo:

“Sin duda creía Pedro que decía algo grande, de ahí que con cierto tono de suficiencia, añadió:’Hasta siete veces? Eso que nos has mandado hacer ¿cuántas veces lo tengo que hacer? Si mi hermano sigue pecando y corregido, sigue arrepintiéndose, ¿cuántas veces nos mandas aguantar eso? Tú nos mandaste soportar al que se arrepiente. ¿Cuántas veces, pues, debo sufrirlo si, reprendido, se arrepiente? ¿Bastará con siete?’ ¿Qué responde Cristo, el benigno y bondadoso Señor? ‘No te digo hasta siete sino hasta setenta veces siete’. Con esto no fija un número, sino que da a entender que hay que perdonar ilimitadamente, continuamente y siempre. Así como nosotros cuando decimos ‘mil veces’, queremos decir ‘muchas veces’, aquí es lo mismo”.

 

San Juan Crisóstomo

“Con esta parábola, Jesús intenta reprimir un poco el orgullo de Pedro y demostrar que el perdón no es cosa difícil sino extraordinariamente fácil. Aún cuando perdonemos setenta veces siete, aún cuando perdonemos contínuamente absolutamente todos los pecados de nuestro prójimo, nuestra misericordia al lado de la de Jesús es como una gota de agua en el océano infinito. Dios nos ha creado de la nada y ha hecho por nosotros todo lo visible: el cielo, el mar, la tierra, el aire y cuanto en ellos hay: los animales, las plantas, las semillas. Él nos dio un alma inmortal, plantó el paraíso, dio al hombre por ayuda a la mujer, lo puso al frente de los animales y lo coronó de gloria y de honor. Después de todo esto, cuando se mostró ingrato para con su bienhechor, aún le concedió un don mayor. Envió a su propio Hijo, a aquellos mismos que habían respondido con el odio a sus innumerables beneficios, y nos abrió nuevamente el cielo, y a los que fuimos enemigos e ingratos nos hizo nada menos que hijos suyos. Nos dio también el bautismo y el perdón de los pecados, nos hizo herederos del Reino de los cielos, y nos prometió bienes infinitos si practicamos el bien. Y él mismo extendió su mano y derramó su Espíritu dentro de nuestros corazones. Y ¿qué hemos hecho nosotros después de tales y tantos beneficios?”

 

San Juan Crisóstomo

“Dios nos ha dado un camino llano y fácil, un medio sencillo con qué saldar todas nuestras deudas: no guardar rencor contra nuestro prójimo.

Ya vistéis la benignidad del amo, mirad ahora la crueldad del esclavo. Más salvaje que una fiera, trataba de ahogar a su compañero. Él había pedido plazo por 10.000 talentos y su compañero se lo pedía por 100 denarios. Éste rogaba a otro siervo, él había rogado a su Señor. Él obtuvo el perdón completo de la deuda; el otro sólo pedía un plazo. Pero él no le concedió ni siquiera el plazo, pues lo hizo meter en la cárcel. Dos cosas, pues, son las que quiere aquí el Señor: que condenemos nuestros propios pecados y que perdonemos los de nuestro prójimo. El que considera sus propios pecados, perdonará más facilmente los de su compañero. Y no debemos perdonar simplemente de boca, sino de corazón, pues de lo contrario, manteniendo el rencor, nos clavamos la espada a nosotros mismos”.

 

San Agustín

“También nosotros somos deudores. Hemos sido bautizados y, con todo, somos deudores; no por haber quedado algo sin perdón. Quienes mueren recién bautizados, sin deuda suben al cielo, sin deuda salen del mundo; pero cuando los bautizados continúan viviendo esta vida, contraen por efecto de la fragilidad humana algo que los obliga, para evitar el naufragio, a desaguar su propio barco; pues, si no se achica el agua de la nave, poco a poco entrará la suficiente para hundirla. Pedir perdón por las deudas es como ir vaciando la nave del agua que nos va entrando por nuestros pecados”.

 

Tags:

Share the Post