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Me mostraste, Señor, el camino de la vida.  Salmo 15

Vivir el tiempo pascual de la mano de los salmos

Me mostraste, Señor, el camino de la vida.  Salmo 15

 

En estos últimos días del Tiempo Pascual, meditaremos en este salmo 15, una plegaria de intensa fuerza espiritual que nos ayudará a elevar nuestro corazón hacia el Señor.

Todo el poema está impregnado de un halo luminoso, casi podemos decir místico, que comenzando por una súplica se vuelve una confesión de fe ya desde sus primeros versículos:

 

Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti;

   yo digo al Señor: “Tú eres mi bien”.

 

Luego de esta primera súplica, avalada por la mención de la alianza con las expresiones “Dios mío” y “mi bien”, el salmista vuelve a confesar a su Dios en forma de contraste y por medio de la renuncia a los ídolos:

 

Los dioses y señores de la tierra

   no me satisfacen.

 

Multiplican las estatuas

   de dioses extraños;

yo no derramaré sus libaciones con mis manos,

   ni tomaré sus nombres en mis labios.

 

Así, afirmando nuevamente que su satisfacción la encuentra en el Señor que, lejos de ser extraño es “su Dios y su bien”, confiesa que sus manos (sus obras) y sus labios (sus palabras), guardan fidelidad al Dios de la alianza.

Estos versículos preparan la siguiente y hermosa confesión del orante que constituye el corazón de este salmo:

 

El Señor es el lote de mi heredad y mi copa,

   mi suerte está en tu mano:

me ha tocado un lote hermoso,

   me encanta mi heredad.

 

Podemos ver en estos versículos que el orante se expresa mediante tres imágenes. La primera es la que acabamos de encontrar. Se trata de la imagen de la heredad, de la herencia, muy importante para la espiritualidad bíblica, porque designa el don de la tierra prometida al pueblo de Israel. Sin embargo, dentro del pueblo, una única tribu, la tribu de Leví, no había recibido un lote de tierra: su lote, su porción, su herencia era el Señor mismo. Por eso el salmista declara: el Señor es el lote de mi heredad y mi copa. Para reforzar la imagen el salmista agrega también la de la copa, que ya encontramos en el salmo 115 que meditamos el Jueves Santo. Y por último la de la suerte. Al parecer el orante es un levita que proclama la alegría de pertenecer solo al Señor y por lo tanto de que el Señor le toque en herencia: me ha tocado un lote hermoso, me encanta mi heredad.

San Agustín comenta:  “El salmista no dice: oh Dios, dame una heredad, o: ¿Qué me darás como heredad?, sino que dice: todo lo que tú puedes darme fuera de ti, carece de valor. Sé tú mismo mi heredad. A ti es a quien amo. Esperar a Dios de Dios, ser colmado de Dios por Dios. Él te basta, fuera de él nada te puede bastar.

Y vienen a nuestro corazón también las palabras del Salmo 22: el Señor es mi Pastor, nada me falta.

El Papa Benedicto dice:

También en otros Salmos el orante afirma que el Señor es su «lote», su herencia: «Dios es la roca de mi corazón y mi lote perpetuo» es la proclamación del fiel en el Salmo 72, 26 b, y también, en el Salmo 141, 6 el salmista grita al Señor: «Tú eres mi refugio y mi lote en el país de la vida».

Este término «lote» evoca el hecho de la repartición de la tierra prometida entre las tribus de Israel, cuando a los Levitas no se les asignó ninguna porción del territorio, porque su «lote» era el Señor mismo. Dos textos del Pentateuco son explícitos al respecto, utilizando el término en cuestión: «El Señor dijo a Aarón: “Tu no tendrás heredad ninguna en su tierra; no habrá para ti porción entre ellos. Yo soy tu porción y tu heredad en medio de los hijos de Israel”», así declara el Libro de los Números (18, 20), y el Deuteronomio reafirma: «Por eso, Leví no recibió parte en la heredad de sus hermanos, sino que el Señor es su heredad, como le dijo el Señor, tu Dios» (Dt 10, 9; cf. Dt 18, 2; Jos 13, 33; Ez 44, 28). 

Los levitas entregados totalmente al Señor, deben vivir sólo de él, abandonados a su amor providente y a la generosidad de los hermanos, sin tener heredad porque Dios es su parte de heredad, Dios es su tierra, que los hace vivir en plenitud. Su amor a Dios y a su Palabra los lleva a la elección radical de tener al Señor como único bien y también de custodiar sus palabras como don valioso, más preciado que toda heredad y toda posesión terrena. Esta es la felicidad del salmista: a él, como a los Levitas, se le dió como porción de heredad el Señor. (9 de noviembre de 2011).

En estos tiempos de privación e incertidumbre estos textos nos ayudan a encontrar en el Señor la fuente de nuestra alegría y consuelo, sabiendo que con Él tenemos la savia que alimenta nuestra vida más allá de cualquier circunstancia.

    Esta comunión contínua con el Señor que se extiende y se prolonga incluso durante el sueño constiuye la seguridad del salmista. El Señor lo aconseja, lo instruye, está presente, se coloca a su derecha cuidando que no vacile. En la intimidad con el Señor el salmista descubre que ya no es posible la muerte, que esta intimidad es eterna. Por eso este salmo es un salmo propiamente pascual.

 

Bendeciré al Señor que me aconseja,

   hasta de noche me instruye internamente.

Tengo siempre presente al Señor,

   con él a mi derecha no vacilaré.

 

Ahora el salmista recurre a todo su paisaje humano para describir hasta donde llega esta intimidad con el Señor:

 

Por eso se me alegra el corazón,

   se gozan mis entrañas,

   y mi carne descansa serena:

porque no me entregarás a la muerte

   ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción.

 

No solo se alegra su corazón (sede de su conciencia), también se gozan sus entrañas (incluyendo en este término su interioridad física más profunda, la sede de sus pasiones y emociones). Se trata de todo el ser, de toda la persona, nada de lo plenamente humano queda excluido de esta intimidad con el Señor y todo queda bañado por la luz de su presencia que da vida.

 

Me enseñarás el sendero de la vida,

   me saciarás de gozo en tu presencia,

   de alegría perpetua a tu derecha.

 

Finalmente, la expresión final del salmista ensancha la perspectiva de la comunión con Dios, más allá de la muerte, en la vida eterna.
Así pues, es fácil intuir por qué el Nuevo Testamento asumió el salmo 15 refiriéndolo a la resurrección de Cristo.

 

Para concluir podemos decir que si al comienzo del Salmo era Dios quien se encontraba a la derecha del salmista, ahora, abierto el horizonte de la intimidad y de la comunión eterna, una vez recorrido el sendero de la vida, es el salmista quien se descubre en el futuro a la derecha del Señor, saciándose del gozo de la posesión en una alegría sin fin.

 

Que este salmo luminoso impregne nuestra oración en estos días que nos restan del Tiempo Pascual, y nos ayude a hacer junto al salmista la experiencia de la comunión con el Señor en nuestra vida presente, haciéndonos pregustar ya desde ahora la alegría y el gozo del que seremos saciados eternamente a su derecha.

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