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La Plenitud de la Vida

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Estamos en el tiempo de silencio que sigue a la Ascensión. En ese silencio sagrado en el seno de la Trinidad donde se gestan los designios divinos y donde a partir de la Ascensión de Cristo la humanidad ya tiene un lugar, ese lugar del cual el Señor hablaba:voy a prepararos un lugar.

Entre Ascensión y Pentecostés existe un espacio misterioso, breve según las medidas humanas pero que en sí mismo constituye una edad; es un silencio semejante al que precede a la creación del mundo, el envío del Espíritu es decretado en el secreto de los divinos consejos. La escena del mundo es transportada de la tierra al cielo, es allí donde se gestan y cumplen los verdaderos acontecimientos del tiempo, acontecimientos que son los más importantes de la historia santa. Se dispone en este ámbito la efusión de gracia del Espíritu. El tiempo está como suspendido y María está reunida con los apóstoles en el Cenáculo. Jean Daniélou

Silencio en el cielo, también silencio en la tierra, un silencio que es fruto del gozo nuevo que el Señor nos ha otorgado en la Ascensión, el gozo de esa nueva manera de estar presente, y de aguardar la promesa que nos ha anunciado.

Es un silencio cargado de plegaria, de la plegaria de Cristo, su función de intercesor. Y de la plegaria de la Iglesia unida con María la Madre de Jesús.

Entramos en la Fiesta de Pentecostés desde la plegaria de la Iglesia, con la Secuencia:

Después del Salmo responsorial de la Misa de Pentecostés rezamos la Secuencia, antiguo himno litúrgico, canto sereno e inspirado. No contiene ideas extraordinarias, sino que fluye con sosegada profundidad. No hay en él sentimientos tumultuosos, sino un tranquilo vaivén de olas, una plácida corriente. Todo se mueve en un espacio interior y a la vez inmensamente amplio: el corazón del hombre en el que vive la gracia de Dios. Romano Guardini.

Una nota muy importante de esta fiesta, es que no se detiene en ningún momento a estudiar o razonar sobre la Persona del Espíritu. Se nos manifiesta en su acción, en su obrar. Por eso siempre nos referimos a Él con imágenes, metáforas.

Animador y santificador de la Iglesia, su aliento divino, el viento de sus velas, su principio unificador, su fuente interior de luz y de fuerza, su apoyo y consolador, su fuente de carismas, su paz y su gozo, su prenda y su preludio de vida buena y eterna. Pablo VI

Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo

Es la respuesta a la promesa de Cristo. Necesidad vital de la luz. Esto ocurre en la vida natural. También existe la luz de la inteligencia que ve el sentido de las cosas, clarifica. Existe también la luz de la belleza. La belleza resplandece, tiene una claridad propia, un cuadro, un panorama natural amplio, la belleza de un acto bueno, experimentamos en nuestro interior una cierta luz, una revelación.

Y aquí se nos dice que hay todavía otra clase de luz, que abarca, engloba y eleva todas estas y es la luz que viene de Dios. Las otras eran un reflejo, esta es la realidad. Es una luz sagrada, es el aliento de la vida de Dios, es la plenitud de su amor.

Padre amoroso del pobre, don en tus dones espléndido

Aquí se manifiesta la unidad de Dios, el Espíritu es también de alguna manera manifestación de la paternidad de Dios, como lo es Cristo. La radical pobreza del hombre es la que lo abre a la paternidad divina.

Pobreza es reconocimiento de la verdad de nuestro corazón y de dónde colocamos nuestra seguridad. Ser pobre de corazón eso es la santidad, dice el Papa. Gaudete et exultate 67

Es todo don, don en tus dones espléndido. Siempre la manifestación de Dios es ante todo un don, no una exigencia. Es un don que se origina en la profundidad de Dios y penetra hasta lo más recóndito de nosotros.

Fuente del mayor consuelo

El pecado ha dejado en el hombre una herida que solo sana con el consuelo divino.

Ven, dulce huésped del alma

El Espíritu Santo es cercanía. Dios es el Dios de la cercanía. Todo fuera de Dios puede acercarse mucho pero no tanto como el Espíritu.

El Espíritu se mezcla con el hombre.San Gregorio de Nisa.

Es el misterio de la inhabitación. Dios que es huésped, se digna habitar, morar, no solo visitar sino permanecer en nuestra alma.

            descanso de nuestro esfuerzo

            tregua en el duro trabajo

            brisa en las horas de fuego

            gozo que enjuga las lágrimas

            y reconforta en los duelos.

Todas estas líneas expresan una misma realidad con distintas imágenes. Reflejan por un lado los embates interiores y exteriores de las olas de la vida, y por otro el ser del Espíritu Santo que deviene un consuelo concreto.

Entra hasta el fondo del alma, divina luz, y enriquécenos

Ante Dios no hay espacios que queden excluidos, incluso aquellos en los que experimentamos dificultades más fuertes. Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida.No quiere entrar para mutilar o debilitar sino para plenificar.Papa Francisco, GE 175.

Mira el vacío del hombre, si tú le faltas por dentro, mira el poder del pecado cuando no envías tu aliento.

El Papa en Gaudete et exultate 158-162:habla del combate y de la vigilancia. Cuando hablamos de combate, no se trata solo de combatir contra algo que está fuera de nosotros, la mentalidad mundana; o contra algo que se halla en nosotros, nuestra fragilidad, nuestras malas inclinaciones, sino de ir más profundo, sino contra el demonio, no es una idea, o un mito… sino el malo que siembra la cizaña en nuestro corazón, y nos deja vacíos del trigo bueno de Dios, de su aliento de vida, nos envenena con el odio, la tristeza , la envidia o los vicios. Tentaciones más o menos sutiles, que son las más peligrosas, porque nos quitan la alegría de la obra de Dios en nosotros.

Contra esta constatación tenemos armas espirituales poderosas: la fe que se expresa en la oración, la Palabra, la Eucaristía, adoración, reconciliación, las obras de caridad.

Riega la tierra en sequía, sana el corazón enfermo, lava las manchas, infunde calor de vida en el hielo, doma el espíritu indómito, guía al que tuerce el sendero.

Cuánta más necesidad más espacio para el obrar del Espíritu y su despliegue. Allí se realiza, si lo dejamos y lo pedimos ese proyecto único e irrepetible de amor que Dios tiene para cada uno. GE 170.

Desde los tiempos patrísticos, la Iglesia valora el don de lágrimas, como se puede ver también en la hermosa oración Ad petendam compunctionem cordis: «Oh Dios omnipotente y mansísimo, que para el pueblo sediento hiciste surgir de la roca una fuente de agua viva, haz brotar de la dureza de nuestros corazones lágrimas de compunción, para que llorando nuestros pecados, obtengamos por tu misericordia el perdón» GE nota 70.

Reparte tus siete dones según la fe de tus siervos

En ellos se manifiesta de una manera diversa el ser de Dios que es donación. Siete en la Biblia es el número de la perfección asociado a la Pascua. Siete días llevó la obra creadora. Este número siete multiplicado por sí mismo, 49+1: la plenitud de la plenitud. Bajo este número septenario estamos pidiendo no solo estos siete dones, estamos pidiendo la plenitud de la Pascua que expresa el ser de Dios. Una nueva creación que asuma todo lo anterior y lo redima en Dios definitivamente.

Por tu bondad y tu gracia, dale al esfuerzo su mérito; salva al que busca salvarse, danos tu gozo eterno. Amén.

Aquí entran en juego bondad de Dios, su amor que crea la bondad amando y su gratuidad, su favor, y la libertad humana que acepta, es el encuentro de la búsqueda con el don… somos un pueblo entre dos abrazos, dice el Papa Francisco y el abrazo final es la vida eterna, el gozo eterno, un pueblo entre la creación y la nueva creación, o la recreación pascual.

Todo esto está sellado con el Amén inviolable y santo de la fidelidad de Dios, Amén que canta la libertad en cánticos de vida eterna. Romano Guardini

El Espíritu Santo, en su misterioso vínculo de comunión divina con el Redentor del hombre, continúa su obra; recibe de Cristo y lo transmite a todos, entrando incesantemente en la historia del mundo a través del corazón del hombre. En este viene a ser –como proclama la Secuencia de la solemnidad de Pentecostés– verdadero «padre de los pobres, dador de sus dones, luz de los corazones»; se convierte en «dulce huésped del alma», que la Iglesia saluda incesantemente en el umbral de la intimidad de cada hombre. En efecto, él trae «descanso» y «refrigerio» en medio de las fatigas del trabajo físico e intelectual; trae «descanso» y «brisa» en pleno calor del día, en medio de las inquietudes, las luchas y los peligros de cada época; trae por último, el «consuelo» cuando el corazón humano llora y está tentado por la desesperación. Por esto la misma Secuencia exclama: «Sin tu ayuda nada hay en el hombre, nada que sea bueno». En efecto, solo el Espíritu Santo convence en lo referente al pecadoy al mal, con el fin de instaurar el bien en el hombre y en el mundo: para «renovar la faz de la tierra». Por eso realiza la purificación de todo lo que «desfigura» al hombre, de todo «lo que está manchado»; cura las heridas, incluso las más profundas de la existencia humana; cambia la aridez interior de las almas transformándolas en fértiles campos de gracia y santidad. «Doblega lo que está rígido», «calienta lo que está frío», «endereza lo que está extraviado» a través de los caminos de la salvación. San Juan Pablo II

El Papa termina la Exhortación Gaudete et exultate, haciendo mención de María, Ella que perseveraba en la oración junto a los apóstoles; Ella en definitiva fue la primera depositaria del Espíritu Santo, su primer templo en la Encarnación y es un canal del Espíritu:Ella no acepta que nos quedemos caídos y a veces nos lleva en sus brazos sin juzgarnos. Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita de muchas palabras, no le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar una y otra vez: «Dios te salve, María…».

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