Segundo Domingo después de Navidad. Ciclo C

Virgen con el Niño pag web Lleno de amor ha venido el Señor a nosotros:

este debe ser el objeto continuo

de nuestros pensamientos,

el tema de nuestras meditaciones,

lo que debemos recordar,

lo que debemos hacer,

lo que debemos conseguir.

Oración Colecta: Dios todopoderoso y eterno, que iluminas a quienes creen en ti, llena la tierra de tu gloria y manifiéstate a todos los pueblos por la claridad de tu luz. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

 

Escucha bien lo que se te dice: ama a Dios. Si me dijeras: «Muéstrame al que debo amar», ¿qué podré responderte sino lo que dice el mismo Juan: A Dios nadie le ha visto jamás? Pero no pienses que está completamente fuera de tu alcance contemplar a Dios: Dios –dice– es amor: y el que permanece en el amor permanece en Dios. Por lo tanto, ama al prójimo y encontrarás dentro de ti el motivo de este amor; allí podrás contemplar a Dios, en la medida en que esta contemplación es posible. Empieza, por tanto, amando al prójimo: Parte al hambriento tu pan, a los pobres sin hogar recibe en casa, cuando veas a un desnudo cúbrelo, y de tu semejante no te apartes. ¿Qué recompensa obtendrás al realizar estas acciones? Entonces brotará tu luz como la aurora. Tu luz es tu Dios, él es tu aurora, porque a ti vendrá después de la noche de este mundo. Él, ciertamente, no conoce el nacimiento ni el ocaso, porque permanece para siempre. Amando al prójimo y preocupándote por él, progresas en tu camino. Y ¿hacia dónde avanzas por este camino sino hacia el Señor Dios, hacia aquel a quien debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente? Aún no hemos llegado hasta el Señor, pero al prójimo lo tenemos ya con nosotros. Ayuda, pues, al prójimo con quien caminas, para que puedas llegar a aquel con quien deseas permanecer eternamente.

San Agustín – sobre el evangelio de san Juan (Tratado 17, 7-9)

Del libro del Eclesiástico 24, 1-2.8-12

La Sabiduría hace el elogio de sí misma y se gloría en medio de su pueblo, abre la boca en la asamblea del Altísimo y se gloría delante de su Poder. “El Creador de todas las cosas me dio una orden, el que me creó me hizo instalar mi carpa, Él me dijo: ‘Levanta tu carpa en Jacob y fija tu herencia en Israel’. Él me creó antes de los siglos, desde el principio, y por todos los siglos no dejaré de existir. Ante Él, ejercí el ministerio en la Morada santa, y así me he establecido en Sión; Él me hizo reposar asimismo en la Ciudad predilecta, y en Jerusalén se ejerce mi autoridad. Yo eché raíces en un Pueblo glorioso, en la porción del Señor, en su herencia”.

 

Salmo responsorial: Sal 147, 12-15.19-20

R/ La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros.

Glorifica al Señor, Jerusalén; alaba a tu Dios, Sión: que ha reforzado los cerrojos de tus puertas, y ha bendecido a tus hijos dentro de ti. R/

Ha puesto paz en tus fronteras, te sacia con flor de harina; él envía su mensaje a la tierra, y su palabra corre veloz. R/

Anuncia su palabra a Jacob, sus decretos y mandatos a Israel; con ninguna nación obró así, ni les dio a conocer sus mandatos. R/

 

De la carta a los Efesios 1, 3-6.15-18

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor. Él nos predestinó a ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, conforme al beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, que nos dio en su Hijo muy querido. Por eso, habiéndome enterado de la fe que ustedes tienen en el Señor Jesús y del amor que demuestran por todos los hermanos, doy gracias sin cesar por ustedes, recordándolos siempre en mis oraciones. Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, les conceda un espíritu de sabiduría y de revelación que les permita conocerlo verdaderamente. Que Él ilumine sus corazones, para que ustedes puedan valorar la esperanza a la que han sido llamados, los tesoros de gloria que encierra su herencia entre los santos.

Evangelio según san Juan 1, 1-18

icono-copto-isaac-fanousAl principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de Él, al declarar: “Éste es Aquél del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo”. De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Dios Hijo único, que está en el seno del Padre.

 

Lleno de amor ha venido a nosotros el Señor mismo, el maestro de la caridad, pleno de caridad, y al venir ha resumido, como ya lo había predicho el profeta, el mensaje divino, sintetizando la ley y los profetas en los dos preceptos de la caridad. Recordad conmigo, hermanos, cuáles son estos dos preceptos. Deberíais conocerlos tan perfectamente que no sólo vinieran a vuestra mente cuando yo os los recuerdo, sino que jamás deberían borrarse de vuestros corazones. Pensad siempre que se ha de amar a Dios y al prójimo: a Dios con todo el corazón, con toda el alma y con toda la mente; y al prójimo como amismo. Este ha de ser el objeto continuo de nuestros pensamientos, este el tema de nuestras meditaciones, esto lo que hemos de recordar, esto lo que hemos de hacer, esto lo que hemos de conseguir. El primero de los mandamientos es el amor a Dios, pero en el orden de la acción debemos comenzar por llevar a la práctica el amor al prójimo. El que te ha dado el mandamiento del amor en estos dos preceptos, no te iba a recomendar primero el amor al prójimo y después el amor a Dios, sino el amor a Dios primero y el amor al prójimo después. Pero tú, que aún no ves a Dios, merecerás contemplarlo si amas al prójimo, pues amando al prójimo purificas tu mirada para que tus ojos puedan contemplar a Dios; así lo atestigua expresamente Juan: Quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve.

SAN AGUSTÍN – Sobre el Evangelio de san Juan (Tratado 17, 7-9)

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