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El maná

EL MANÁ

Textos comentados en la charla

 

Sagrada Escritura

Éxodo 16:

2 En el desierto, los israelitas comenzaron a protestar contra Moisés y Aarón.

3 «Ojalá el Señor nos hubiera hecho morir en Egipto, les decían, cuando nos sentábamos delante de las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Porque ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta asamblea».

4 Entonces el Señor dijo a Moisés: «Yo haré caer pan para ustedes desde lo alto del cielo, y el pueblo saldrá cada día a recoger su ración diaria. Así los pondré a prueba, para ver si caminan o no de acuerdo con mi ley.

5 El sexto día de la semana, cuando preparen lo que hayan juntado, tendrán el doble de lo que recojan cada día».

13 Efectivamente, aquella misma tarde se levantó una bandada de codornices que cubrieron el campamento; y a la mañana siguiente había una capa de rocío alrededor de él.

14 Cuando esta se disipó, apareció sobre la superficie del desierto una cosa tenue y granulada, fina como la escarcha sobre la tierra.

15 Al verla, los israelitas se preguntaron unos a otros: ¿Qué es esto?». En hebreo man hû. Porque no sabían lo que era. Entonces Moisés les explicó: «Este es el pan que el Señor les ha dado como alimento.

16 El señor les manda que cada uno recoja lo que necesita para comer, según la cantidad de miembros que tenga cada familia, a razón de unos cuatro litros por persona; y que cada uno junte para todos los que viven en su carpa».

17 Así lo hicieron los israelitas, y mientras unos juntaron mucho, otros juntaron poco.

18 Pero cuando lo midieron, ni los que habían recogido poco tenían menos. Cada uno tenía lo necesario para su sustento.

19 Además, Moisés les advirtió: «Que nadie reserve nada para el día siguiente».

20 Algunos no le hicieron caso y reservaron una parte; pero esta se llenó de gusanos y produjo un olor nauseabundo. Moisés se irritó contra ellos,

21 y a partir de entonces, lo recogían todas las mañanas, cada uno de acuerdo con sus necesidades; y cuando el sol empezaba a calentar, se derretía.

 

El maná y el sábado

22 Como la ración de alimento que recogieron el sexto día de la semana resultó ser el doble de la habitual –dos medidas de cuatro litros por persona– todos los jefes de la comunidad fueron a informar a Moisés.

23 El les dijo: «El Señor dice lo siguiente: Mañana es sábado, día de descanso consagrado al Señor. Cocinen al horno o hagan hervir la cantidad que ustedes quieran, y el resto guárdenlo para mañana».

24 Ellos lo guardaron para el día siguiente, como Moisés les había ordenado; pero esta vez no dio mal olor ni se llenó de gusanos.

25 Entonces Moisés les dijo: «Hoy tendrán esto para comer, porque este es un día de descanso en honor del Señor, y en el campo no encontrarán nada.

26 Ustedes lo recogerán durante seis días, pero el séptimo día, el sábado, no habrá nada».

27 A pesar de esta advertencia, algunos salieron a recogerlo el séptimo día, pero no lo encontraron.

28 El Señor dijo a Moisés: «¿Hasta cuando se resistirán a observar mis mandamientos y mis leyes?

29 El Señor les ha impuesto el sábado, y por eso el sexto día les duplica la ración. Que el séptimo día todos permanezcan en su sitio y nadie se mueva del lugar donde está».

30 Y el séptimo día, el pueblo descansó.

31 La casa de Israel llamó «maná» a ese alimento. Era blanco como la semilla de cilantro y tenía un gusto semejante al de las tortas amasadas con miel.

 

El maná conservado en el Arca

32 Después Moisés dijo: «El Señor ordena lo siguiente: Llenen de maná un recipiente de unos cuatro litros, y consérvenlo para que sus descendientes vean el alimento que les di de comer cuando los hice salir de Egipto».

33 Y Moisés dijo a Aarón: «Toma un recipiente, coloca en él unos cuatro litros de maná y deposítalo delante del Señor, a fin de conservarlo para las generaciones futuras».

34 Aarón puso en el recipiente la cantidad de maná que el Señor había ordenado a Moisés, y lo depositó delante del Arca del Testimonio, a fin de que se conservara.

35 Los israelitas comieron el maná durante cuarenta años, hasta que llegaron a una región habitada. Así se alimentaron hasta su llegada a los límites de Canaán.

 

Sabiduría 16,20-21:Nutriste a tu pueblo con un alimento de ángeles, y sin que ellos se fatigaran, les enviaste desde el cielo un pan ya preparado, capaz de brindar todas las delicias y adaptado a todos los gustos.

21 Y el sustento que les dabas manifestaba tu dulzura hacia tus hijos, porque, adaptándose al gusto del que lo comía, se transformaba según el deseo de cada uno.

 

Juan 6 26 ss:

Les aseguro, ustedes me buscan, no porque vieron signos,  sino porque han comido pan hasta saciarse.

Trabajen no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la vida eterna.

Ellos le preguntaron: ¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?

Jesús les respondió: La Obra de Dios es que ustedes crean en Aquel que Él ha enviado.

Y volvieron a preguntarle: ¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obras realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo. Jesús les respondió: Les aseguro, no es Moisés el que les dio pan del cielo; mi Padre les da el verdadero Pan del cielo; porque el Pan de Dios es el que desciende del cielo y da la vida al mundo. Ellos le dijeron: Señor, danos siempre de ese pan.

Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: Yo soy el pan bajado del cielo. Y decían: ¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madre. ¿Cómo puede decir ahora: Yo he bajado del cielo? Jesús tomó la palabra y dijo: No murmuren entre ustedes. (…) Les aseguro que el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.

Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.

Después de oírlo muchos de sus discípulos decían: Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo? Desde ese momento, muchos discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo.

Jesús preguntó entonces a los Doce: ¿También ustedes quieren irse? Pedro respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios.

 

Textos de autores varios

 

La Palabra de Dios es el fundamento de todo, es la verdadera realidad. Debemos cambiar nuestra idea de que la materia, las cosas sólidas, que se tocan, serían la realidad más sólida, más segura. Al final del Sermón de la Montaña el Señor nos habla de las dos posibilidades de construir la casa de nuestra vida: sobre arena o sobre roca. Sobre arena construye quien construye sólo sobre las cosas visibles y tangibles, sobre el éxito, sobre la carrera, sobre el dinero. Aparentemente estas son las verdaderas realidades. Pero todo esto un día pasará. Lo vemos ahora en la caída de los grandes bancos: este dinero desaparece, no es nada.

Así, todas estas cosas, que parecen la verdadera realidad con la que podemos contar, son realidades de segundo orden. Quien construye su vida sobre estas realidades, sobre la materia, sobre el éxito, sobre todo lo que es apariencia, construye sobre arena. Únicamente la Palabra de Dios es el fundamento de toda la realidad, es estable como el cielo y más que el cielo, es la realidad. Por eso, debemos cambiar nuestro concepto de realismo. Realista es quien reconoce en la Palabra de Dios, en esta realidad aparentemente tan débil, el fundamento de todo. Realista es quien construye su vida sobre este fundamento que permanece siempre. Benedicto XVI

 

Después de tantas idas y venidas nuestro Señor nos conducirá por desiertos hacia la tierra prometida y de tiempo en tiempo nos concederá apreciar los desiertos más aún que las fértiles praderas en las que crece el grano a su debido tiempo, pero donde no cae el maná. San Francisco de Sales

 

El Señor ama el reposo y ama reposar en nosotros y que nosotros reposemos en Él. Baudouin de Ford

 

Felices los que saben descansar y dormir sin buscar excusas, porque llegarán a ser sabios. Santo Tomás Moro.

 

El maná era el signo visible del sacramento del altar que contiene en sí a Cristo. Aquellos que tuvieron la misma fe que nosotros, comieron también pan del cielo, el pan de los ángeles, es decir, creyeron de corazón en Cristo. El alimento no es el mismo en la boca, pero se corazón sí hemos recibido lo mismo, el alimento espiritual que es Cristo, que es el pan del cielo y el pan de los ángeles. Baudouin de Ford

 

¿Es el Padre quien da el pan, pero qué pan? ¿El maná? No, el pan del que era figura el maná, a saber: Jesucristo mismo. Mi Padre os da el verdadero pan. Porque el Pan de Dios es el que Aquel que da la vida al mundo. Ellos le dijeron: ¡Señor danos siempre de ese pan! Igual que la samaritana había dicho: ¡Señor, dame de esa agua! Ellos dijeron: ¡Señor, danos de ese pan! Jesús les dijo: Yo soy el Pan de vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre y el que cree en mí jamás tendrá sed. ¿Vosotros deseáis pan del cielo? Lo tenéis delante de vosotros y no lo coméis. Se los he dicho, me habéis visto y nos habéis creído. San Agustín.

 

En el pensamiento judío estaba claro que el verdadero pan del cielo, que alimentaba a Israel, era la Ley, la Palabra de Dios. El pueblo de Israel reconocía con claridad que la Torah era el don fundamental y duradero de Moisés, y que el elemento basilar que lo distinguía respecto de los demás pueblos consistía en conocer la voluntad de Dios y, por tanto, el camino justo de la vida. Ahora Jesús, al manifestarse como el pan del cielo, testimonia que es la Palabra de Dios en Persona, la Palabra encarnada, a través de la cual el hombre puede hacer de la voluntad de Dios su alimento (cf. Jn 4, 34), que orienta y sostiene la existencia. Entonces, dudar de la divinidad de Jesús, como hacen los judíos del pasaje evangélico de hoy, significa oponerse a la obra de Dios. Afirman: «Es el hijo de José. Conocemos a su padre y su madre» (cf. Jn 6, 42). No van más allá de sus orígenes terrenos y por esto se niegan a acogerlo como la Palabra de Dios hecha carne. San Agustín, en su Comentario al Evangelio de san Juan, explica así: «Estaban lejos de aquel pan celestial, y eran incapaces de sentir su hambre. Tenían la boca del corazón enferma… En efecto, este pan requiere el hambre del hombre interior» (26, 1). Y debemos preguntarnos si nosotros sentimos realmente esta hambre, el hambre de la Palabra de Dios, el hambre de conocer el verdadero sentido de la vida. Sólo quien es atraído por Dios Padre, quien lo escucha y se deja instruir por él, puede creer en Jesús, encontrarse con él y alimentarse de él y así encontrar la verdadera vida, el camino de la vida, la justicia, la verdad, el amor. San Agustín añade: «El Señor afirmó que él era el pan que baja del cielo, exhortándonos a creer en él. Comer el pan vivo significa creer en él. Y quien cree, come; es saciado de modo invisible, como de modo igualmente invisible renace (a una vida más profunda, más verdadera), renace dentro, en su interior se convierte en hombre nuevo» (ib.). Benedicto XVI

 

Para mí el Evangelio es el cuerpo de Jesús y las sagradas escrituras son su doctrina. Sin duda el texto “El que come mi carne y bebe mi sangre” encuentra su aplicación en el misterio eucarístico, pero el verdadero cuerpo y la verdadera sangre es también la palabra de las Escrituras, es decir, su doctrina divina. Cuando vamos a Misa si una partícula se cae, estamos inquietos. Cuando escuchamos la Palabra de Dios, si pensamos en otra cosa mientras que esta Palabra que es el Cuerpo y la Sangre de Cristo entra en nuestros oídos, en qué responsabilidad no incurriremos? San Jerónimo

 

Himno Lauda Sion:He aquí el pan de los ángeles. Figuras los representaron: Isaac sacrificado, el cordero pascual inmolado y el maná que alimentó a nuestros padres.

 

 

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