Domingo X del Tiempo durante el año

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Oración Colecta:

Dios y Señor, de quien proceden todos los bienes, escucha nuestras súplicas; concédenos que, inspirados por ti, pensemos lo que es recto, y, guiados por ti, lo llevemos a la práctica. Por nuestro Señor Jesucristo tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos.

Del libro del Génesis 3,9-15

Después que el hombre y la mujer comieron del árbol que Dios les había prohibido, el Señor Dios llamó al hombre y le dijo: “¿Dónde estás?” “Oí tus pasos por el jardín, respondió él, y tuve miedo porque estaba desnudo. Por eso me escondí”. El replicó: “¿Y quién te dijo que estabas desnudo? ¿Acaso has comido del árbol que yo te prohibí?” El hombre respondió: “La mujer que pusiste a mi lado me dio el fruto y yo comí de él”. El Señor Dios dijo a la mujer: “¿Cómo hiciste semejante cosa?” La mujer respondió: “La serpiente me sedujo y comí”. Y el Señor Dios dijo a la serpiente: “Por haber hecho esto, maldita seas entre todos los animales domésticos y entre todos los animales del campo. Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. El te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón”.

 

La salvación no se compra y no se vende porque es un regalo totalmente gratuito. Pero para recibirla Dios nos pide tener un corazón humilde, dócil, obediente. Precisamente por esto hacemos fiesta: la fiesta de este camino de una madre a otra madre, de un padre a otro padre. Los invito a contemplar el icono de Eva y Adán, el icono de María y Jesús, y a mirar el curso de la historia con Dios que camina siempre junto a su pueblo.

Dios ha dado un mandato a Adán y Eva: el compromiso de trabajar y dominar la tierra, y ser fecundos. Y con este mandamiento, con esta promesa, comenzaron a caminar, a hacer camino. Un camino largo, de muchos siglos, pero que comenzó con una desobediencia. Adán y Eva, en efecto, fueron engañados, fueron seducidos. Fueron seducidos por satanás: seréis como Dios. En ellos prevalecieron el orgullo y la soberbia, en tal medida que cayeron en la tentación: ocupar el sitio de Dios, con la soberbia suficiente.

Adán y Eva hicieron un pueblo. Y este camino no lo hicieron solos: con ellos estaba el Señor, que ha acompañado a la humanidad a lo largo de un itinerario iniciado con una desobediencia y que acabó con una obediencia. El Concilio Vaticano II toma una hermosa frase de san Ireneo de Lyon que dice: “el nudo que hizo Eva con su desobediencia lo desató María con su obediencia”.

Dios, por lo tanto, permanece siempre con su pueblo en camino: envía a los profetas y envía a las personas que explican la ley. Pero ¿por qué el Señor caminaba con su pueblo con tanta ternura? Para ablandar nuestro corazón. La Escritura lo recuerda explícitamente: “haré de tu corazón de piedra un corazón de carne”. El Señor, quiere ablandar nuestro corazón para que pueda recibir la promesa que Él había hecho en el paraíso: por un hombre entró el pecado, por otro Hombre viene la salvación. Y precisamente este camino tan largo nos ayudó a todos a tener un corazón más humano, más cercano a Dios; no tan soberbio, no tan suficiente.

Nosotros no podemos salvarnos por nosotros mismos, la salvación es un regalo, totalmente gratuito. Como escribe san Pablo, no se compra con “la sangre de los toros y machos cabríos”. Y si no se puede comprar: para que esta salvación entre en nosotros pide un corazón humilde, un corazón dócil, un corazón obediente, como el de María. Así el modelo de este camino de salvación es Dios mismo, su Hijo, “que no estimó un bien irrenunciable ser igual a Dios —lo dice Pablo— sino que se anonadó a sí mismo y obedeció hasta la muerte y una muerte de cruz”.

¿Qué significa entonces “el camino de la humildad, de la humillación”? Significa sencillamente, decir: yo soy hombre, yo soy mujer y tú eres Dios. Y seguir adelante, en presencia de Dios, como hombre, como mujer, en la obediencia y en la docilidad del corazón.

FRANCISCO

Salmo responsorial: 129, 1-8

Del Señor viene la misericordia y la redención en abundancia

Desde lo hondo a ti grito, Señor, ¡Señor, escucha mi voz! Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. R/

Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes respeto. R/

Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra. Mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. R/

Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa. Y Él redimirá a Israel de todos sus pecados. R/

De la 2ª carta a los corintios 4,13–5,1

Hermanos: Teniendo ese mismo espíritu de fe, del que dice la Escritura: Creí, y por eso hablé, también nosotros creemos, y por lo tanto, hablamos. Y nosotros sabemos que aquel que resucitó al Señor Jesús nos resucitará con él y nos reunirá a su lado junto con ustedes. Todo esto es por ustedes: para que al abundar la gracia, abunde también el número de los que participan en la acción de gracias para gloria de Dios. Por eso, no nos desanimamos: aunque nuestro hombre exterior se vaya destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. Nuestra angustia, que es leve y pasajera, nos prepara una gloria eterna, que supera toda medida. Porque no tenemos puesta la mirada en las cosas visibles, sino en las invisibles: lo que se ve es transitorio, lo que no se ve es eterno. Nosotros sabemos, en efecto, que si esta tienda de campaña –nuestra morada terrenal– es destruida, tenemos una casa permanente en el cielo, no construida por el hombre, sino por Dios.

Evangelio según san Marcos 3,20-35

Jesús regresó a la casa, y de nuevo se juntó tanta gente que ni siquiera podían comer. Cuando sus parientes se enteraron, salieron para llevárselo, porque decían: “Es un exaltado”. Los escribas que habían venido de Jerusalén decían: “Está poseído por Belzebul y expulsa a los demonios por el poder del Príncipe de los Demonios”. Jesús los llamó y por medio de comparaciones les explicó: “¿Cómo Satanás va a expulsar a Satanás? Un reino donde hay luchas internas no puede subsistir. Y una familia dividida tampoco puede subsistir. Por lo tanto, si Satanás se dividió, levantándose contra sí mismo, ya no puede subsistir, sino que ha llega a su fin. Pero nadie puede entrar en la casa de un hombre fuerte y saquear sus bienes, si primero no lo ata. Sólo así podrá saquear la casa. Les aseguro que todo será perdonado a los hombres: todos los pecados y cualquier blasfemia que profieran. Pero el que blasfeme contra el Espíritu Santo, no tendrá perdón jamás: es culpable de pecado para siempre”. Jesús dijo esto porque ellos decían: “Está poseído por un espíritu impuro”. Entonces llegaron su madre y sus hermanos y, quedándose afuera, lo mandaron llamar. La multitud estaba sentada alrededor de Jesús, y le dijeron: “Tu madre y tus hermanos te buscan ahí afuera”. El les respondió: «¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos?”. Y dirigiendo su mirada sobre los que estaban sentados alrededor de él, dijo: “Estos son mi madre y mis hermanos. Porque el que hace la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre”.

En un primer momento, nos pueden venir a la mente algunas expresiones evangélicas que parecen contraponer los vínculos de la familia y el hecho de seguir a Jesús. Por ejemplo, esas palabras fuertes que todos conocemos y hemos escuchado: «El que quiere a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mí, no es digno de mí; y el que no carga con su cruz y me sigue, no es digno de mí» (Mt10, 37-38).

Naturalmente, con esto Jesús no quiere cancelar el cuarto mandamiento, que es el primer gran mandamiento hacia las personas. Los tres primeros son en relación a Dios, y este en relación a las personas. Y tampoco podemos pensar que el Señor, tras realizar su milagro para los esposos de Caná, tras haber consagrado el vínculo conyugal entre el hombre y la mujer, tras haber restituido hijos e hijas a la vida familiar, nos pida ser insensibles a estos vínculos. Esta no es la explicación. Al contrario, cuando Jesús afirma el primado de la fe en Dios, no encuentra una comparación más significativa que los afectos familiares. Y, por otro lado, estos mismos vínculos familiares, en el seno de la experiencia de la fe y del amor de Dios, se transforman, se «llenan» de un sentido más grande y llegan a ser capaces deir más allá de sí mismos, para crear una paternidad y una maternidad más amplias, y para acoger como hermanos y hermanas también a los que están al margen de todo vínculo. Un día, en respuesta a quien le dijo que fuera estaban su madre y sus hermanos que lo buscaban, Jesús indicó a sus discípulos: «Estos son mi madre y mis hermanos. El que cumple la voluntad de Dios, ese es mi hermano y mi hermana y mi madre»(Mc 3, 34-35).

La sabiduría de los afectos que no se compran y no se venden es la mejor dote del genio familiar. Precisamente en la familia aprendemos a crecer en ese clima de sabiduría de los afectos. Su «gramática» se aprende allí, de otra manera es muy difícil aprenderla. Y es precisamente este el lenguaje a través del cual Dios se hace comprender por todos.

La invitación a poner los vínculos familiares en el ámbito de la obediencia de la fe y de la alianza con el Señor no los daña; al contrario, los protege, los desvincula del egoísmo, los custodia de la degradación, los pone a salvo para la vida que no muere. La circulación de un estilo familiar en las relaciones humanas es una bendición para los pueblos: vuelve a traer la esperanza a la tierra. Cuando los afectos familiares se dejan convertir al testimonio del Evangelio, llegan a ser capaces de cosas impensables, que hacen tocar con la mano las obras de Dios, las obras que Dios realiza en la historia, como las que Jesús hizo para los hombres, las mujeres y los niños con los que se encontraba. Una sola sonrisa milagrosamente arrancada a la desesperación de un niño abandonado, que vuelve a vivir, nos explica el obrar de Dios en el mundo más que mil tratados teológicos. Un solo hombre y una sola mujer, capaces de arriesgar y sacrificarse por un hijo de otros, y no sólo por el propio, nos explican cosas del amor que muchos científicos ya no comprenden. Y donde están estos afectos familiares, nacen esos gestos del corazón que son más elocuentes que las palabras. El gesto del amor… Esto hace pensar.

La familia que responde a la llamada de Jesús vuelve a entregar la dirección del mundo a la alianza del hombre y de la mujer con Dios. Pensad en el desarrollo de este testimonio, hoy. Imaginemos que el timón de la historia (de la sociedad, de la economía, de la política) se entregue —¡por fin!— a la alianza del hombre y de la mujer, para que lo gobiernen con la mirada dirigida a la generación que viene. Los temas de la tierra y de la casa, de la economía y del trabajo, tocarían una música muy distinta.

Si volvemos a dar protagonismo —a partir de la Iglesia— a la familia que escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica, nos convertiremos en el vino bueno de las bodas de Caná, fermentaremos como la levadura de Dios.

En efecto, la alianza de la familia con Dios está llamada a contrarrestar la desertificación comunitaria de la ciudad moderna. Pero nuestras ciudades se convirtieron en espacios desertificados por falta de amor, por falta de una sonrisa. Muchas diversiones, muchas cosas para perder tiempo, para hacer reír, pero falta el amor. La sonrisa de una familia es capaz de vencer esta desertificación de nuestras ciudades. Y esta es la victoria del amor de la familia. Ninguna ingeniería económica y política es capaz de sustituir esta aportación de las familias. El proyecto de Babel edifica rascacielos sin vida. El Espíritu de Dios, en cambio, hace florecer los desiertos (cf. Is32, 15). Tenemos que salir de las torres y de las habitaciones blindadas de las élites, para frecuentar de nuevo las casas y los espacios abiertos de las multitudes, abiertos al amor de la familia.

La comunión de los carismas —los donados al Sacramento del matrimonio y los concedidos a la consagración por el reino de Dios— está destinada a transformar la Iglesia en un lugar plenamente familiar para el encuentro con Dios. Vamos hacia adelante por este camino, no perdamos la esperanza. Donde hay una familia con amor, esa familia es capaz de caldear el corazón de toda una ciudad con su testimonio de amor.

Rezad por mí, recemos unos por otros, para que lleguemos a ser capaces de reconocer y sostener las visitas de Dios. El Espíritu traerá el alegre desorden a las familias cristianas, y la ciudad del hombre saldrá de la depresión.

FRANCISCO

 

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